Seguro que a lo largo de tu vida has sufrido desencuentros con personas y te has llevado desengaños importantes, que te han hecho sufrir y han ido forjando una coraza en tu interior. Es importante quitarse la coraza para amar de verdad y de corazón a los que te rodean, aunque por propio instinto de supervivencia y para no sufrir, nos ponemos la coraza para evitar recibir más daño. La capacidad de perdonar y de olvidar nos ayuda a eliminar todo tipo de resentimiento que puedas tener en tu interior, para que así tu vida de fe y tu relación con el Señor no se vea resentida. Nos dice el apóstol san Juan: «Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve»(1 Jn 4, 20). Hemos de tener una correspondencia entre lo que creemos, decimos y vivimos. Este triángulo debe de tener una simbiosis perfecta para que nuestra vida sea coherente y vivamos verdaderamente en paz con Dios, sin ningún tipo de resentimiento en nuestro interior.
Te propongo un simple ejercicio de sinceridad. Escribe en un papel los resentimientos que pueda albergar tu corazón por cualquier desencuentro, fracaso o decepción que hayas tenido en tu vida y que tienes aún aparcado en tu vida, que cuando hablas de ello o lo recuerdas todavía te hace sufrir. Una vez que lo hayas escrito coge una bolsa de plástico y mete una piedra, tamaño de una patata pequeña, en ella y llévala durante una semana encima sin desprenderte de ella.
La incomodidad que nos provoca y el estrés que nos genera es el precio espiritual que estamos pagando a diario por mantener el resentimiento en nuestra vida. Mucho más por algo que nos ha ocurrido en el pasado y que ya no podemos cambiar. Solo podemos aceptarlo, perdonarlo y olvidarlo, para encontrar la verdadera paz en el corazón. No dejes que tenga tanta importancia en tu vida el resentimiento, porque perderás la calma y el sosiego en tu interior.
La falta de perdón termina envenenándonos. Haciendo que perdamos la fe poco a poco. Casi sin darnos cuenta, porque nuestro corazón de carne se va convirtiendo en un corazón de piedra; nos vamos insensibilizando en nuestro interior y dando paso, cada vez de una manera más fuerte, a la incredulidad. Dejamos de creer en el amor y nos centramos en el rencor. ¡Cuánto daño nos estamos haciendo!
No le pongas ninguna careta al perdón. No digas que has perdonado de corazón, cuando en tu interior todavía existe el rencor, todavía no has olvidado la acción y situación que tanto daño te ha provocado. Saca la amargura de tu interior y déjate llenar del amor de Dios que te permitirá perdonar de corazón a quien te ha agraviado. No aparques situaciones vividas, pensando que ya las has olvidado. En el momento que logres hablar de ellas con paz y desde la misericordia, podrás decir que has dejado atrás el resentimiento.
Ora y ora. Es la manera de sacar el rencor de tu vida. Reza por quien te ha ofendido, que es lo que Jesús nos dice en el evangelio (cf Mt 5, 38-48). No dejes que en tu vida entre el amor egoísta, que busca su recompensa, ser correspondido. Pídele a Dios que te dé ese amor que se dona, que se entrega sin esperar nada a cambio; que ama al hermano sin mirar sus debilidades y miserias, que te permite perdonar sin mirar la ofensa que te hayan realizado.
Pídele al Señor que su amor permanezca en ti siempre y que te de luz para ver el camino que has de seguir en todo momento. Que esté siempre cerca de ti para que puedas rechazar toda tentación que quiera entrar en tu interior en forma de resentimiento, y que así vivas en plenitud disfrutando y gozando del Evangelio que Jesús nos ha enseñado y amando como él mismo nos ha amado.