Somos conscientes de nuestras imperfecciones, de las limitaciones propias de nuestra condición humana, que tienen su origen el nuestros primeros padres, Adán y Eva (cf Gn 3), cuando tentados por la serpiente cometieron el pecado original: quisieron ser como Dios, aspirando a conocer y saber lo mismo que Él. Bien sabemos que esto es imposible, que por mucho que queramos los hombres nunca podremos ser igual que Dios, porque Dios es Infinito y nosotros limitados; Él es Eterno y nosotros mortales; Dios es Todopoderoso y nosotros pecadores. Somos conscientes de nuestra debilidad ante el pecado, y constantemente somos tentados e incitados a pecar. La tentación no es pecado, el mismo Jesús fue tres veces tentado por el demonio en el desierto (cf Mt 4, 1-11) y las rechazó. El pecado se comete cuando consentimos la tentación, caemos en ella y entonces pecamos.
“El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana” (CCE 1849).
Existen diversidad de pecados:
- “según su objeto, como en todo acto humano,
- según las virtudes a las que se oponen, por exceso o por defecto,
- según los mandamientos que quebrantan.
Se los puede agrupar también según que se refieran a Dios, al prójimo o a sí mismo; se los puede dividir en pecados espirituales y carnales, o también en pecados de pensamiento, palabra, acción u omisión. La raíz del pecado está en el corazón del hombre, en su libre voluntad, según la enseñanza del Señor: «De dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones. robos, falsos testimonios, injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre» (Mt 15,19-20). En el corazón reside también la caridad, principio de las obras buenas y puras, a la que hiere el pecado” (CCE 1853).
“El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior. El pecado venial deja subsistir la caridad, aunque la ofende y la hiere” (CCE 1855).
Hemos de estar atentos, no nos podemos relajar en ningún momento porque el demonio está al acecho para ver de qué manera nos puede hacer el mayor daño posible. Sé consciente de la importancia de tu vida espiritual, no dejes que nada ni nadie te la dañe para que puedas tener un encuentro con Dios más profundo y auténtico. Es lo que tu alma necesita, ser cuidada como el mayor de los tesoros. Protégela siempre porque es el “principio espiritual en el hombre” (CCE 363); gracias a ella podemos entrar en contacto con Dios y saborear ese encuentro que tanto bien nos hace, donde nuestra alma se edifica y llena del Amor Infinito de Dios.
Procura salir de aquellas situaciones que hacen peligrar tu relación con el Señor, pues “el pecado crea facilidad para el pecado, engendrando vicio por la repetición de actos” (CCE 1865), porque muchas veces entramos en un círculo vicioso que nos hace caer continuamente en la tentación y solo provoca sinsabor y malestar en nuestra vida, porque las cosas no marchan como deberían y la Gracia de Dios se evapora rápidamente de nuestra vida, con lo que el Señor ya no actúa con la misma eficacia en nuestro interior. Los vicios nos hacen muchísimo daño y van poco a poco alejándonos de Dios y aplacando el deseo de querer estar con Él, hasta el punto que dejamos de considerarlo necesario en nuestra vida, y somos cada uno quienes ocupamos el puesto del Señor. Esta es la gran lucha que tenemos con Dios: nuestro propio yo, “nuestro ego” al que tanto adoramos y prestamos atención en nuestra vida. Tanto queremos a “nuestro ego” que rápidamente le cambiamos por Dios, que siempre nos está incomodando con su Palabra, porque denuncia nuestros egoísmos, comodidades y actitudes soberbias, y nos priva de ese momento de gloria donde nos sentimos los más importantes del mundo y el centro de todo.
Jesús vela por nosotros para ayudarnos, así se lo dijo al apóstol san Pedro: «Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos» (Lc 22, 31-32). Acto seguido viene el anuncio de Jesús de que Pedro le negará tres veces antes de que cante el gallo; y la reacción rotunda de éste diciendo que no lo negará jamás. Todos necesitamos de conversión y estamos llamados a reconocer nuestra necesidad de Dios. Ten este gesto de humildad, de pedir perdón por tus pecados y de pedir ayuda para no volver a caer. Rézale al Señor, para que no peques más y sepas hacer lo correcto para no alejarte más de Él.