Hay muchas veces en las que vemos a las personas que han sufrido bastante y mantienen la entereza, la normalidad en su vida. Quizás a nosotros también nos ha podido ocurrir en muchas ocasiones. Y ante esto solemos decir: “La procesión va por dentro”. Es la manera de decir que el sufrimiento y el dolor lo tenemos en el interior, aunque no lo exteriorizamos, o al menos eso intentamos. Porque no queremos hacer sufrir más a los que nos quieren, porque necesitamos salir adelante y pasar el bache cuanto antes, porque no queremos que los que nos han hecho daño disfruten de nuestro dolor… y otras razones más que nos hacen actuar así.
Todos hemos tenido y tenemos situaciones así. El sufrimiento y el dolor no es ajeno al ser humano, tenemos que aprender a caminar de la mano con él, aunque nos cueste la misma vida. Si es compartido y nos podemos desahogar con los que están a nuestro lado, se hace más llevadero, pero si nos lo tenemos que guardar para nosotros el camino se hace más cuesta arriba. Y es que hay muchas personas que sufren en silencio y en soledad, y para ellas deseo que sean estas palabras. Para que en el Señor puedan encontrar el descanso, el consuelo y la fuerza para no desfallecer.
El sufrimiento puede venir por muchos lugares: por enfermedades, fracasos en la vida, problemas matrimoniales o familiares, crisis personales… muchos son los motivos. Y por norma cuando uno decide guardárselo para sí es porque hay un denominador común: no preocupar a otras personas de tu entorno. Uno prefiere pasar sólo esta situación y a veces termina resignándose. Y es que la resignación hace que bajemos nuestros brazos y perdamos todo deseo de lucha y de felicidad.
Jesucristo nos dice: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mt 11, 28-30).
No estás solo, en medio de tu sufrimiento, de tu dolor o pena, Jesús está contigo y te dice que descanses en Él. Es el mejor compañero de camino que puedes tener. Aunque no puedas o quieras hablar con nadie, aunque pienses que es mejor guardártelo para ti y afrontar así la vida. Descansa en el Señor si te faltan las fuerzas, si ves que encontrar la felicidad para tu vida te va a ser imposible. Confía en Él y deja que te sane esa herida profunda que tienes en tu corazón.
Cristo ha venido a ayudarte a llevar tu cruz. Él no permanece ajeno a tu dolor, siempre está dispuesto a escucharte y ayudarte, para que seas capaz de aceptar sin amargura, y des entrada a la paz en tu vida. La muerte, las enfermedades, los fracasos, la tristeza… forman parte de nuestras vidas y tenemos que aceptarlas como tal. Así es como tu alma descansará, cuando sepas dar sentido a estos sufrimientos y lo hayas encajado en tu vida.
Nadie está preparado para sufrir y pasarlo mal, tendemos a huir de ello y si Jesús nos dice que debemos cargar con ello es porque nos va a ayudar y es por nuestro bien. Hay veces que no entendemos los caminos del Señor por más que le preguntemos. Olvídate en ese momento de que tú eres el dueño de tu vida y que tienes que ponerte en las manos de Dios. Así podrás ponerte frente al dolor y afrontarlo para que Dios sane tu alma y así te saque de la dinámica de destrucción personal en la que el silencio y la pena te sumergen.
Si amas a Dios deja que él te ayude a llevar su yugo; si pones en práctica todo esto descubrirás que es más fácil de lo que pensabas, pues Jesús no defrauda y al ponerlo todo en sus manos y aceptar lo que la vida te trae, te das cuenta de que la carga es menos pesada. Nunca lo olvides. Dios siempre está.