La Cuaresma es un desierto, un camino de conversión que nos lleva hacia la Pascua, hacia el encuentro con Jesucristo Resucitado. Este cambio personal se produce cuando uno es capaz de encontrarse consigo mismo y abrirse en canal ante el Señor, que todo lo conoce y puede, para dejarse transformar por Él. Cuando se experimenta ese cambio todo se ve de una manera distinta. Es innegable el esfuerzo personal que supone dar ese paso, porque hay que estar dispuesto a que tu vida sea otra. Resistirse a ello, y mucho más, renunciar a tus seguridades, comodidades y bienestar es algo que hay que pensarse, porque las seducciones del mundo son mucho más apetecibles y seductoras que lo que el Evangelio nos presenta: sacrificio, esfuerzo, renuncia a uno mismo para entregarte a los demás…
abandono
¿Qué enfoque estás dando a tu vida?
Jesús se retiraba frecuentemente a la montaña, solo, a orar (cf. Lc 5, 16), tenía la costumbre de ir a solas porque allí se encontraba con el Padre y tenía esa comunión íntima de amor, esencia de la Santísima Trinidad. Esa comunión de Amor Perfecto es la que Cristo nos transmite, teniendo especial predilección por los humildes y sencillos: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las ha revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien» (Mt 11, 25-26). Los que mejores sintonizan con Dios son los sencillos, porque lo anhelan y necesitan de su ayuda y de su consuelo. Su actitud siempre es de acogida, descanso, abandono y disponibilidad para lo que el Señor les propone. Se fían de Él porque tienen el corazón y el alma sencillos; los prejuicios hacia los demás y hacia la vida misma son menores; su manera de entender y de vivir es más sencilla y eso les permite abrir más pronto el corazón a Jesús y confiar en Él. Confiar en Dios les resulta mucho más fácil, porque el Padre les revela su amor a través de su Palabra y de su vida entera.
Ante la tempestad, calma
El evangelio es un reflejo de la vida misma. Son muchas las ocasiones en las que, ante los avatares y dificultades de la vida, los hombres acudimos a Dios movidos por las prisas, las ganas de que todo se resuelva, el deseo de que el Señor actúe pronto y nos conceda todo aquello que le pedimos, porque necesitamos su ayuda, pues incluso en algunos momentos, podemos llegar a rozar la angustia y la desazón. Pero los caminos y los tiempos del Señor son totalmente distintos a los nuestros. Él parece que no tiene prisa cuando nosotros la tenemos; parece que no nos escucha cuando le rogamos con insistencia que nos conceda cuanto le pedimos; parece que no está pendiente de nosotros cuando clamamos a Él con tanta insistencia; parece que se ausenta y nuestra vida le pasa totalmente desapercibida; parece que no nos mira cuando no hacemos más que rogarle y llamarle para que nos atienda como esperamos y deseamos. Dios no es como nosotros y actúa de una forma totalmente diversa a la nuestra.
El día después de Pentecostés
Al día siguiente de Pentecostés los discípulos de Jesús siguieron predicando con fuerza y valentía que Jesús había resucitado. Lo hacían con la alegría que les proporcionó el Espíritu Santo y que ellos se esforzaban con conservar, cuidando su vida espiritual y llevando a la práctica cada una de las palabras que habían escuchado por boca de Jesús y que tenían bien guardadas en su corazón. ¿Qué es lo que tú tienes guardado en tu corazón? Son muchas las vivencias, sentimientos, percepciones, gozos, fracasos…, que tienes dentro de ti y que Jesús bien conoce. Puedes ser reservado o extrovertido, puedes contarlo todo o sólo lo que consideras, pero Jesús lo conoce todo y sabe cómo te sientes y qué necesitas en cada momento de tu vida. Por este motivo, déjate llevar por Él, no te escondas nada y no le des largas, posponiendo encuentros, tan necesarios y especiales, que te ayuden a abandonarte y así vivir ese amor tan especial que es el que Dios nos da.
Dios está contigo aun cuando no lo ves
Hay veces que nuestro camino se hace demasiado cuesta arriba. La vida nos marcha bien, hasta que de repente nos llegan sorpresas inesperadas que nos hacen reaccionar, tanto para bien, como para mal; según nos pille y dependiendo del ánimo con el que nos encontramos, reaccionamos mejor o peor. Cuando se tratan de dificultades y sufrimientos, experimentamos el peso de la vida, de los problemas, y nos creamos una coraza que se interpone entre cada uno y lo que nos rodea, para hacernos fuertes, impenetrables; lo que pasa es que por mucho que queramos resistir, hay veces que el sentimiento de culpa, impotencia, desazón y desánimo pueden más dentro de nosotros mismos, y terminan haciéndonos más daño del que quisiéramos. Afrontar los problemas y dificultades no resulta para nada sencillo, pero es ante la adversidad donde tenemos que superarnos para no sucumbir al desaliento y así podamos encontrar la fuerza y la manera de salir adelante.
Tu soledad y Dios
A Jesús los discípulos le abandonaron en el momento más trágico de su vida. Disfrutaron de Él y se admiraron de sus palabras y actos cuando lo acompañaban de pueblo en pueblo, por los caminos, en el mar de Galilea. Seguro que hasta en más de alguna ocasión, ante la gente que le buscaba para que les curase u oírle, ellos presumían de ser discípulos suyos, de conocerle bien. Incluso hasta alguno les pediría el favor de que les situasen en primera fila para verlo y escucharlo mejor. Cuando las cosas marchan bien es más fácil vivir bien y ser amigo de todo el mundo. En cambio, cuando las situaciones difíciles llegan, nos podemos compadecer, nos puede dar mucha pena, pero muchas veces somos con los discípulos en Getsemaní, salimos corriendo y dejamos al otro solo, ante su dificultad, ante su problema.
Deja que Dios actúe en tu vida
Hay veces que la razón puede más que la fe. Llega a bloquearnos y angustiarnos en los momentos en los que no entendemos las cosas. Afrontar el sufrimiento es muy duro y el buscar respuesta a tantas preguntas, a veces incontestables, llegan a provocarnos un dolor más grande y una impotencia aún mayor. La tristeza se hace poderosa en nuestra vida y hace que bajemos los brazos totalmente invadidos por la amargura que nos invade. En momentos así hay que agarrarse a la esperanza y no dejar que sucumba ante la dureza de la vida. La resignación y la decepción comienzan a hacerse presente, fruto del poder que hemos concedido a la frustración, que se traduce en las preguntas sin respuesta y en que nuestra razón no llega a entender porqué la vida es tan injusta. Somos seres humanos, las emociones influyen fuertemente en nuestra vida y son capaces de llegar a dominarnos en muchas situaciones. En momentos así es más fácil entrar en la desesperación que en la esperanza cristiana. Es más fácil dejarse llevar por la razón que agarrarse fuertemente a la fe. La duda crece y ante el dolor que proporciona por la falta de respuestas hace que, incluso sin querer, la fe comience a debilitarse y tambalearse.
¿Qué quieres que haga por ti?
Cuántas veces queremos y no podemos. Son muchas las situaciones de nuestro entorno que nos gustarían cambiar para que todo marchara mejor; para que las personas que nos rodean fueran más felices; para que todos pudiésemos vivir en las mismas condiciones e igualdad de oportunidades; para que cesen las injusticias y las divisiones entre los hombres. A veces contemplamos con resignación e impotencia lo mal que van las cosas, la pobreza y la debilidad del ser humano, que llega a cometer verdaderas barbaridades y ser cómplice de la injusticia. Por el deseo de acaparar, de ser y tener más, el ser humano no pone fin a su egoísmo ni a su deseo de poder. No utilizar a las personas para los propios fines es un acto de generosidad que engrandece a las personas, especialmente a las que tienen mayores puestos de responsabilidad.
No se haga mi voluntad sino la tuya
Hay situaciones que nos duelen y que en nuestro interior provocan impotencia, desazón, tristeza, dolor, sufrimiento… En nuestro día a día solemos constatar la fragilidad de la vida, la vulnerabilidad del ser humano; cómo la vida depende de un hilo débil y frágil, que nos advierte en todo momento de la amenaza que nos sobrevuela. Aunque queremos controlarla, sólo podemos hacerlo con nuestros actos, que dependen de nosotros. El resto se nos escapa de las manos. Parece como si estuviésemos a merced de la vida, “de sus tempestades y terremotos” que nos sacuden y debilitan. Lejos de nosotros estos pensamientos y planteamientos, pues Dios camina a nuestro a lado, a pesar de las dificultades y sufrimientos que nos abordan a lo largo del camino. Hemos de pasarlos con la ayuda del Señor que no nos abandona ni en los problemas, ni en la oscuridad de la noche, ni ante las pesadas cargas que en ocasiones hemos de llevar. Dios siempre está a nuestro lado para aliviarnos, para hacernos más llevadera la vida.
No tengas miedo
Bien sabemos que el miedo paraliza y bloquea. Quien se ve superado por el miedo está totalmente vulnerable y a merced de este; puede hacer con nosotros, en esos momentos, lo que desee. Nos encontramos a su merced, totalmente vencidos. Tener la capacidad de escuchar a los demás en un momento de pánico, es una virtud que puede ayudarnos más de lo que imaginamos, pues tendríamos lucidez para discernir qué es lo más conveniente en un momento así. Muchos son los momentos donde los demás nos gritan, pero el pánico hace que estemos totalmente sordos y no escuchemos nada más que el latir de nuestro corazón atemorizado porque no siente nada, solo la inseguridad provocada por lo que tanto daño nos hace.