Dios nos habla y se dirige a cada uno. Siempre nos llama por nuestro nombre para que le sigamos y aprendamos de Él. Es el compañero de camino ideal que, pase lo que pase permanece fiel porque su corazón es tan grande y tiene tanto amor que repartir, que nunca se cansa de tomar la iniciativa para que mejoremos nuestra relación. Quiere que seamos felices y que todo lo que hagamos y vivamos nos sintamos realizados y plenos.
alegría
La fuerza del abrazo
Dar un abrazo sincero sintiendo que compartes la alegría del Señor Jesús que está vivo y al que de manera especial sientes cuando comulgas y lo adoras en el Santísimo Sacramento.
Haz vida tus raíces y tus valores
Qué importante es tener presente durante nuestra vida nuestras raíces y todos los valores, costumbres y tradiciones que nos han inculcado desde que nacimos. Ser agradecido a lo que nuestros mayores nos han inculcado y a los que a lo largo de la historia se han preocupado por cuidar y mantener vivas nuestras celebraciones más profundas y transmitirlas con la mayor fidelidad posible. Cada uno somos fruto de nuestra propia educación y la tenemos que hacer valer en cada momento, pues de nosotros depende el mejorar lo que hemos heredado.
“La tierra no es una herencia de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos” – Proverbio indio.
Saber confiar en Dios
Cuando nos encontramos en medio de las dificultades o de los sufrimientos sabemos que es importante confiar en el Señor, pero no basta solo con decir “confío en el Señor”; hemos de intentar echar a un lado las preocupaciones y los miedos que se hacen fuertes en nuestro interior, para saber dar paso a los dones que el Señor nos quiere regalar cuando somos capaces de ponernos en sus manos. Ahí es cuando somos conscientes de que merece y mucho la pena esforzarse, para que en nuestra mente podamos rechazarla confusión, el dolor y el desaliento ya sí puedas decir con fuerza: “Confío en Dios”. Esperar en Dios y confiar, a veces, no resulta fácil, porque las emociones, los sentimientos y el estado de nervios que podemos tener nos pueden jugar en un momento determinado una mala pasada. Procura tener a Dios siempre presente, para que puedas percibir su presencia y ser sensible a lo que Dios te quiere dar en ese preciso instante, porque Él siempre actúa cuando le abrimos el corazón y nos dejamos transformar.
Esperar en el Señor
Saber esperar es un don. Es fácil impacientarse cuando estamos a la espera, todo un reto el permanecer tranquilos y en calma cuando nos encontramos aguardando algún acontecimiento o esperando a tomar una decisión. Por alguna que otra razón al ser humano no le gusta esperar, todo lo suele querer de inmediato, para así tener todo bajo control. Esta sensación de control de nuestra propia vida se llega a convertir a veces en obsesión, en esclavitud, pues termina hipotecando nuestra felicidad a que las cosas salgan o no como deseamos. Muchas personas en este periodo de espera han decidido alejarse de Dios y lo que les ha ocurrido ha sido es que todo ha sido mucho más lento. Por mucho que queramos a Dios no podemos condicionarle ni decirle cómo tiene que actuar o hacer las cosas.
Entregar tu tiempo a los demás
Entregar tu tiempo a los demás es una maravillosa oportunidad de poder darles lo mejor que hay dentro de ti dedicándoles toda tu persona. Es lo que muchas veces echamos en falta en nuestro ritmo de vida cotidiano. El saber pararnos y prestar más atención a los que nos rodean, al Señor, a la oración personal, al cuidado de nuestra vida interior. El día a día nos va apretando tanto que al final nos convertimos, casi sin darnos cuentas, en máquinas de consumir vida y tiempo donde pasan los días y cumplimos de manera autómata nuestros cometidos sin saborear y disfrutar cada oportunidad que se nos presenta de contemplar, admirar, recrearnos, interiorizar, reflexionar… y tantas acciones que nos ayudarían a cambiar el prisma de cómo vivir y afrontar cada reto.
Compartir la alegría
Es una bendición poder compartir la alegría que sientes dentro de tu corazón al encontrarte con Jesucristo. El Señor te cuida, te bendice y te guía a lo largo de tu camino; te rodea de personas que viven su fe y quieren seguirlo como tú, abriendo el corazón y sacando lo que tienen dentro para compartirlo con los demás. A veces no es fácil, porque hay ruidos interiores que no te permiten ver con claridad, nublan tu vista y hacen que tu mente se embote. Cierto es que el Señor siempre habla claro, y te muestra el camino y la verdad tal cual es. Esa verdad de la que tanto huyo y que en ocasiones tanto trabajo me cuesta creer y aceptar. ¡Es mi verdad! No puedo renegar de ella porque sería engañarme a mi mismo.
No es un Adviento más
No es un Adviento más, porque lo que estamos viviendo se sale de todo lo normal. No es un Adviento más, porque estas Navidades que vamos a pasar van a ser muy distintas a todas las de nuestra vida. No es un Adviento más porque nuestras relaciones personales, obligados por la pandemia, también han cambiado en nuestra expresividad y en las muestras de cariño que tenemos hacia los demás. No es un Adviento más, porque no podemos dejar que en estos momentos debido al desgaste que está teniendo en nosotros esta pandemia, nuestro corazón se enfríe y nos vayamos alejando, casi sin darnos cuenta del Señor. Es el momento de dar este golpe de efecto a nuestra vida interior para que la esperanza se haga mucho más fuerte, pues es Jesús el que viene. Debemos tener esa actitud de espera, pues son muchas las cosas que queremos realizar y que tenemos pendientes; además sabemos que sucederán y que muchas de ellas se harán realidad. Por eso la espera tiene sentido, y por eso tenemos que saber esperar en Dios, porque Él, aunque nos parezca que tarda, siempre acude a la cita, siempre viene al encuentro.
Paz y calma
No perder la paz y la calma es todo un reto, especialmente cuando estás en medio de la tormenta de tu vida. Hay veces en las que nos metemos de lleno en ella, movidos por la inercia de nuestra vida; otras es ella la que viene a nosotros de improviso y nos sorprende; en otras vamos viendo cómo se va formando ante nuestros ojos y no podemos hacer nada. Ante estas situaciones es todo un reto mantenerse en Dios y confiar en Él. La teoría sabemos que es muy fácil, la práctica es otra cosa. Los que nos quieren y son conocedores de la situación nos hablan, animan y apoyan, aunque la profesión va por dentro y a veces nuestros sentimientos son incontrolables porque nos llevan a esa confusión tal, que dudamos de todo y pensamos que todo se está derrumbando por momentos. No es así. Las horas y los días pasan y te vas dando cuenta, poco a poco, que la vida sigue. Acostumbrarse cuesta, pero al final, con mayor o menor esfuerzo, humanamente llegas a hacerlo y tu percepción de la realidad empieza a cambiar porque tu interior también lo está haciendo.
¿Esperanza o desesperación? Elegir en tiempo de pandemia
Un frenazo en seco es el que el mundo entero ha recibido. Nos hemos quedado descolocados. Parecía impensable que nada ni nadie nos iba a cambiar el ritmo de vida al que nos habíamos más que acomodado y acostumbrado. Todo de repente se ha puesto patas arriba. Una pandemia nos está golpeando fuertemente y asistimos impotentes a esta guerra, contra un enemigo que no vemos, al que todos deseamos derrotar. Todos los países y sus administraciones están en una carrera contrarreloj buscando rápidas soluciones para minimizar la situación y para poder derrotar a este enemigo que nos tiene confinados y que está actuando con fuerza, tanto en su propagación como en el daño que está causando con tantas vidas humanas.
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