Cada uno conservamos maravillosos recuerdos de nuestra vida. Recuerdos entrañables y duros, que nos muestran las alegrías y dificultades de nuestro caminar. Cada acontecimiento de nuestra vida deja huella en nuestro interior, nos ayuda a crecer y madurar como personas y nos permiten estrechar lazos con las personas con las que convivimos, y por desgracia, también nos podemos alejar de los otros por los desencuentros que hayamos podido tener. Nadie que influye en nosotros pasa desapercibido en nuestra vida. Nos deseamos lo mejor y siempre buscamos lo que más nos ayuda y favorece para llegar cuanto antes a la felicidad que llena nuestra vida. Todos necesitamos de estos momentos para desarrollarnos como personas.
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Alimentando la esperanza
En muchas ocasiones hemos sentido miedo en nuestra vida. Miedo a que nos ocurra algo, a equivocarnos en las decisiones que hemos de tomar, al futuro, a la muerte, … y a tantas situaciones presentes que nos coartan y merman sobremanera nuestras capacidades. Según la experiencia que vamos acumulando, y según la madurez que vamos adquiriendo, vamos afrontando nuevos retos de maneras muy distintas. Para vencer este miedo necesitamos avivar cada día nuestra esperanza, que nos permite superarnos, llenarnos de buenos deseos y de ilusiones para afrontar las situaciones que se nos presentan y que nos ayudan a crecer y a sentirnos realizados y felices en todo lo que hacemos. Esto es lo que precisamente nos humaniza, lo que nos hace más profundos y auténticos, al vivir cada día con ese deseo de ser felices y disfrutar y saborear todo lo que hacemos.