Merece la pena

Seguro que todos hemos tenido experiencias donde no nos ha importado pasar por un momento duro y difícil porque al final hemos tenido una recompensa gratificante. Los momentos de dificultad y de apuro nunca son agradables; tenemos que pasarlos, a pesar de que no los deseamos y preferimos estar siempre bien. En esos momentos de dificultad es cuando aflora la angustia, la tensión, la inseguridad que se nos crea al ver que todo se nos tambalea y que parece que el hogar que hemos cimentado no es todo lo resistente que creíamos, porque con mucha facilidad se nos vuelve vulnerable.

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No vivas a medias tintas

Hace más de veinte años visitaba un convento en Arenas de San Pedro (Ávila) en una convivencia con el Seminario en el que me encontraba. Durante esos días tuvimos la oportunidad de visitar y compartir un encuentro muy gozoso con las religiosas de clausura del Convento de las Carmelitas Descalzas. Nos encontramos con ellas una tarde y en el locutorio, después de un rato de charla distendida, una de ellas (no recuerdo cuál) nos dijo una frase que a mí se me quedó grabada a fuego en mi mente: “Si llegáis a ser sacerdotes, sedlo de verdad, no seáis sacerdotes a medias tintas”. Contando con las fragilidades y las miserias de la vida humana, y lo pecadores que somos, ni mucho menos me quiero poner ni como ejemplo, ni como modelo, pero esta frase siempre la tengo muy presente en mi vida y en todo lo que hago, siendo muy consciente de que el primer pecador soy yo y que aún me queda mucho por aprender y por hacer dentro de la Iglesia, pero he de confesar que aún esta frase sigue haciendo mella en mi vida y me toca cada el corazón cada vez que he de presidir una celebración religiosa.

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Hacia la verdad

La Palabra de Dios es clara y tajante, no da lugar a dudas. Aunque la queramos acomodar a nuestros intereses o a nuestra conciencia, es esa espada afilada que corta todo lo que se pone a su paso. Hay veces que la cerrazón humana no nos deja ver más allá. Tener la verdad delante de tus ojos y no querer acercarte a ella es pagar un precio demasiado alto por mantener la conciencia bien acomodada al plan de vida que uno se ha proyectado para sí. Pero hemos de tener claro que nuestra vida no es para nosotros, es para los demás, pues sin ellos no podemos obtener la felicidad. Buscar la felicidad para ti mismo es empobrecerla demasiado, yo diría que es prácticamente imposible, pues todos necesitamos personas a nuestro lado con quienes hablar, compartir…, sabedores que por muy autosuficientes que nos creamos, necesitamos de ellos directa o indirectamente. Así es la vida del ser humano, para sobrevivir de pequeño necesita de la protección y atención de sus mayores; siempre hay cosas que por mucho que queramos no podemos hacer solos, y esto sí que es un palo grande para nuestra autosuficiencia.

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Deseemos algo más

Nos gusta saborear lo que hacemos, disfrutar nuestra vida y vivirla intensamente. De sobra sabemos que la vida solo se vive una vez, que hemos de aprovechar cada momento porque no se volverá a repetir, que los trenes pasan y no vuelven, porque el pasado no tiene marcha atrás; el pasado es parte de nuestra vida, de lo que somos, y no podemos vivir de él. Hemos de saborear el presente caminando hacia el futuro, siendo conscientes de lo que tenemos entre manos y a pesar de las oportunidades perdidas todavía nos quedan muchas y buenas experiencias por vivir y gozar. A veces las cosas no salen como pensamos, pero es cierto que a pesar de los fracasos siempre tenemos la oportunidad de levantarnos, de mejorar y avanzar. No podemos estar alimentándonos, día tras día, del pasado y de lo que en su momento hemos vivido.

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Jesús camina a nuestro lado

Caminar con Jesús, es la invitación que Dios nos hace cada día a través de su Palabra. La Palabra de Dios quiere iluminar nuestro camino y dar luz a todo lo que realizamos y vivimos. Nuestra vida está hecha de pequeños momentos que forman parte de un todo. A lo largo del día a día vivimos multitud de ellos, y estamos llamados a dejar que cobren todos un sentido, viviendo una unidad en nuestra persona, pero sobre todo en el espíritu que ponemos, en cómo lo afrontamos y dejamos que nuestra persona vaya encontrando poco a poco su lugar en el precioso proyecto de la Historia de la Salvación de la cual nosotros formamos parte como bautizados.

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La fe en Dios por encima de todo

Podemos tener nuestros altos y bajos, nuestros momentos de debilidad y de confusión personal. Nos podemos ver tentados por nuestra condición humana, débil y pobre, a renunciar, abandonarlo todo y echar por tierra todo el camino de una vida cercana a Dios que hemos podido tener. Podemos llegar incluso a cometer pecado y alejarnos momentáneamente de Dios; recapacitar y volver con un corazón arrepentido a la casa del Padre. Así somos los seres humanos: pobres, vulnerables, indefensos ante el poder de Satanás; y renovados y reanimados ante la grandeza de Dios que nos fortalece y ayuda a superar el pecado. Así nos quiere el Señor, fuertes, perseverantes y cimentados en Cristo, que es la Roca que nos salva.

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Dios y sus cosas

Sé tu mismo y no te esfuerces por aparentar más de lo que eres o por conseguir objetivos que se salen de tu campo de acción a cualquier precio. Sabemos, por experiencia, que hay personas que se aprovechan de los demás, de las circunstancias, para conseguir lo que se proponen sin mirar el precio humano que tienen que pagar: tanto personal, por lo que se traicionan a sí mismos, como por los demás, utilizando a las personas para sus propósitos sin importarles cómo se sienten y si son solo instrumentos para llegar a su fin. Esto nos deshumaniza y nos empobrece como seres humanos, pues hiela nuestro corazón y dejamos de sentir por los demás. Sólo importa mantenerse y agradar a quien ostenta el poder.

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Sobre los malos pensamientos

Hay veces que se nos pasan malos pensamientos por nuestra mente. Son esos pensamientos fugaces que en ocasiones son difíciles de controlar y que turban nuestra paz por momentos. Sabemos el esfuerzo que nos supone tener la mente limpia y pura, sin contaminar, por ninguna falta ni remordimiento. Todos deseamos esa paz pura y verdadera que queremos tener en nuestro corazón. Para ello es importante saber dominar nuestra mente y controlar su forma de interpretar automáticamente todo lo que pasa por ella. En el evangelio tenemos casos concretos donde Jesús escruta el pensamiento de los fariseos cuando en su interior le juzgan a él mismo y a los demás (cf Mt 12, 25), porque perdona los pecados, expulsa demonio o acoge a los pecadores. No hace falta verbalizar lo que pensamos para tener estos pensamientos de juicio o de malos deseos hacia los demás. Salgamos con la ayuda de la fe de esta dinámica. Dejémonos ayudar por Jesucristo que quiere estar siempre presente en nuestra vida y que permanezcamos unidos a Él.

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Llamando a Dios

A menudo me imagino ver la vida desde el cielo; cada uno desarrollando nuestras labores cotidianas, con nuestras historias personales, problemas, agobios, preocupaciones, pensamientos…, que nos quitan energías y hacen que no demos lo mejor de nosotros mismos. Y contemplando desde esa altura, descubro que somos “hormiguitas” inmersos en nuestros quehaceres, intentando llevar la vida lo mejor que sabemos. Conocidos en nuestro entorno y desconocidos para la inmensa mayoría del mundo. Así es la vida, y con la “motita” de universo que nos ha tocado cuidar es donde tenemos que dejar nuestra impronta, compartiendo cada día nuestra vida. A pesar de nuestra pequeñez, comparados con la inmensidad del universo, Dios nos sigue mirando enamorado de cada uno. Es un regalo el poder sentir cada día su amor, y ahora hemos de ser conscientes de la importancia de mantenerlo fresco en cada momento. Hemos de renovarlo para que no nos quedemos estancados en nuestra capacidad de amar. Hemos de aprender ese movimiento de vaciar nuestro corazón de amor, para luego llenarlo de Dios… y así sucesivamente.

Mientras seamos capaces de entregarnos cada día, dando la vida y vaciándonos en el amor hacia los hermanos, para luego buscar un momento en nuestra jornada, para llenarnos nuevamente del Amor infinito de Dios, podríamos decir que estamos vivos, en tensión espiritual; porque en el momento en el que dejemos de ponernos en la presencia del Señor, porque no tenemos tiempo o no nos acordamos, en ese momento empezaremos a retroceder, a perder nuestra fe, a quedarnos anquilosados y estancados en lo de siempre, sin capacidades para avanzar y vivir siempre en la excelencia del Amor de Dios que es a lo que debemos aspirar; mucho más si tenemos como modelo a Jesucristo en la Cruz. Él ha dado la vida por nosotros, y nos llama cada día a que sigamos su ejemplo, a que entreguemos la vida hasta el final. Esto depende sólo de nosotros y de la capacidad de entrega que queramos tener. No aspires a lo mínimo para no quedarte en la mediocridad. Aspira a lo máximo, para que desde tus imperfecciones, sea el Señor quien te marque el camino y te ayude a seguir amando de verdad.

 

Las tentaciones siempre las vas a tener presentes, para que te olvides de Dios y vivas totalmente apegado a lo superficial, rechazando todo compromiso y viviendo según tus intereses y beneficios personales. Esta historia va contigo, has de vivirla en primera persona. No escurras el bulto esperando que sean los demás quienes comiencen, pues cada uno terminaremos dando cuenta a Dios de todo lo que hemos realizado. Un aviso importante nos da el apóstol San Pablo cuando dice: «Huye de las pasiones juveniles. Busca la justicia, la fe, el amor, la paz junto con los que invocan al Señor con el corazón limpio» (2 Tim, 2, 22). Las tentaciones siempre van a estar al acecho, esperando a que se manifiesten nuestras debilidades. Es necesario pararse a reflexionar para que nuestro corazón limpio pueda elegir lo mejor. Sé bueno, para desechar de tu vida todo pecado, todo aquello que te aparte de Dios y de los hermanos, sabiendo que Dios quiere que tengas un corazón limpio para obrar bien.

Que tu fe no sea volátil. Hay veces que en la vida de fe nos proponemos retos preciosos que se quedan solo en buenas ideas, porque no somos capaces de ponerlos en práctica. Nuestra vida no puede funcionar así. Hemos de buscar la coherencia personal en todo momento, sabiendo que aquello que pensamos en nuestro interior hemos de vivirlo para que nuestra vida adquiera plenitud. Aunque nadie se entere, se coherente, vive conforme quiere Dios, sirviendo y dando tu vida por los demás. Así tu paso por este mundo habrá merecido la pena porque habrás dejado tu huella marcada en los corazones de quienes te rodean. Y esto te permitirá ponerte delante de la presencia de Dios, siendo consciente de que has cumplido la misión que Jesús te ha encomendado… y que no quedará sin recompensa. Que Dios te ayude y te ilumine.

Dios no improvisa

Seguro que te has encontrado en más de una ocasión desconcertado en más de una ocasión, con todos tus planes hechos, todo preparado y bien pensado y de repente te has visto sorprendido por el momento y has tenido que empezar a improvisar lo mejor que has podido. Por un momento parecía que se venía a tu interior toda la angustia existente en el mundo, viendo el “marrón” que se te venía encima y a ver de qué manera podrías salvar los muebles y salir lo más airoso posible. Hay veces que el resultado ha sido espectacular, y en cambio, otras no tanto. ¿Suerte? Puede que sí o puede que no, sólo Dios lo sabe. Lo que si está claro es que Dios no improvisa en nuestra vida. Quizás nosotros no nos podemos trabajar nuestra vida espiritual, nuestras responsabilidades, las metas que queremos conseguir… y más bien preferimos vivir el momento presente que muchas veces es más cómodo y seductor que lo que Jesús nos pide que pongamos en práctica en el evangelio cada día.

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