¡Señor, purifícame!

No queremos tener problemas en nuestra vida de ningún tipo. Deseamos que siempre las cosas nos salgan bien, pero sabemos que hay muchas realidades que nos rodean, no dependen de nosotros y se nos escapan de las manos. No podemos llegar a controlarlo todo por mucho que nos empeñemos; muchas veces ni siquiera nuestras propias reacciones, esos impulsos innatos que cada uno tenemos y que cuando aflora nuestro ego, nuestro orgullo, hacen que saltemos como verdaderos resortes. Por eso luego nos arrepentimos, porque sabemos que lo hemos hecho mal, no hemos estado a la altura y nos hemos extralimitado. Necesitamos estar en esa tensión que nos mantiene despiertos y nos ayuda a mantenernos atentos, fuertes, con el instinto bien agudizado, para fortalecer nuestro autocontrol. Hay veces que podemos vernos superados, pero no debemos desfallecer, porque Dios quiere sacar lo mejor de nosotros mismos probando nuestra fe, nuestra fuerza de voluntad y nuestra propia resistencia. Tenemos que ser fuertes y estar atentos para no debilitar nuestra fe. Para esto están las pruebas, para que luchemos y nos fortalezcamos en nuestra vida espiritual, pues así es como progresamos y avanzamos en nuestro camino de vida.

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La ilusión en Dios

Ninguno nacemos con todo aprendido. Tenemos que esforzarnos por aprender desde pequeños, mucho más si hay algo que queremos hacer y requiere mucho trabajo y esfuerzo, para llegar a dominarlo perfectamente. Seguro que conoces a personas que necesitan más esfuerzo que otras para llegar a sus objetivos. Son personas trabajadoras, perseverantes, insistentes en lo que se proponen y eso suple otras carencias que no tienen. Necesitamos tener sueños e ilusiones que nos permitan superarnos; necesitamos imposibles que nos ayuden a seguir creciendo, madurando, avanzando en nuestra vida, para que vayamos adquiriendo capacidades que en un principio no tenemos y que a base de trabajo y espíritu de superación, llegamos a dominar perfectamente. Quizás, a veces, discriminamos a los demás por su apariencia, porque no poseen cualidades que nosotros consideramos necesarias y que no tienen, pero gracias a las ganas de superarse, a su actitud y al trabajo bien hecho van dando pasos que los convierten en personas más maduras y auténticas.

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Déjate mirar por el Señor

¡Déjate mirar por el Señor! No te empeñes en mirar hacia otro lado, para seguir haciendo lo que más te gusta y mejor te hace sentir sin necesidad de tener que comprometerte por los demás. Es la continua lucha que tiene el hombre de hoy en día. ¿Qué hacer? ¿Comprometerse y no tener vida o pasar y disfrutar de lo que más te apetece hacer? Parece como si tuviésemos un ángel y un diablo a cada lado de la conciencia, intentándonos convencer de lo que tenemos que realizar. Es necesario que nos centremos en qué es lo que queremos, para que lo que hagamos sea de verdad.

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Excusas para no rezar

Muchas son las justificaciones y excusas que solemos poner a los demás, a nosotros mismos y al Señor, para poder explicar nuestras actitudes. Muchas veces, por no decir siempre, quedan distantes de aquello que pensamos o hemos dicho. Hay veces que acudimos a ellas de una manera habitual y natural, procurando quedar bien para que así nuestra imagen no se vea dañada o para que los demás no se enfaden, aunque eso suponga tener que faltar a la verdad o no ser nosotros mismos. Otras somos esclavos de nuestras propias palabras, especialmente cuando no las medimos bien, o las decimos de una manera superficial para no quedar mal ante nadie, quedamos comprometidos y también en evidencia en multitud de ocasiones.

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Tiempo para tu plan de vida

El tiempo perdido no vuelve. Cuántas veces dejamos que pase el tiempo, perdiendo muchas oportunidades de hacer grandes cosas; por comodidad o pereza solemos dejarnos llevar y desaprovechamos muchos momentos de demostrarnos a nosotros mismos que con fuerza de voluntad y tesón somos capaces de hacer grandes cosas y de superarnos enormemente, cambiando inercias y haciendo realidad proyectos e ilusiones que parecen irrealizables en nuestra vida.

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“¡Párate y escucha mi voz!”

No le pongas prisas a tu vida. Demasiadas cosas las que llevamos hacia delante cada día, como si nos faltara tiempo, que no disfrutamos y saboreamos todo lo que realizamos. Necesitamos pararnos, saborear todo lo que hacemos, incluso me atrevería a decir que, organizarnos mucho mejor nuestro tiempo y nuestra vida. Muchas veces dejamos de lado nuestro plan de vida, que nos aporta una mayor capacidad de saborear la felicidad y sentirnos realizados en todo lo que hacemos; pues vivimos con intensidad cada momento, desde la presencia de Dios, ofreciéndole todo aquello que realizamos y dejando en sus manos nuestras acciones para que Él se encargue de que vayan saliendo, sirviendo a los demás y de que nos sintamos realizados con todo lo que hacemos.

«Comienzan los relojes a maquinar sus prisas;

y miramos el mundo. Comienza un nuevo día.

Comienzan las preguntas, la intensidad, la vida;

se cruzan los horarios. Qué red, qué algarabía.

Mas tú, Señor, ahora eres calma infinita.

Todo el tiempo está en ti como en una gavilla.

Rezamos, te alabamos, porque existes, avisas;

porque anoche en el aire tus astros se movían.

Y ahora toda la luz se posó en nuestra orilla. Amén».

(Himno de Laudes, jueves primera semana del Salterio)

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Comulgar en Gracia de Dios

Frecuentemente experimentamos lo difícil que resulta hacer camino con los demás, aceptarlos tal como son; cuántas veces nos quejamos de ellos, de sus defectos, de sus fallos, de sus incoherencias, de sus propias pobrezas, y decimos que nos cuesta trabajo avanzar con ellos, vivir unidos en el corazón, aceptarlos tal y como son. ¡Cuántas veces los hermanos se convierten en una cruz en nuestra vida! Que en estos momentos te ayude tu fe, y, sobre todo, encuentres la luz para saber hacer lo correcto y mirar con amor a los hermanos, no lanzándote a esos juicios desmedidos que destruyen y que provocan a tu alma quitándole la paz y la serenidad.

Hay veces que no entendemos porqué Dios nos manda las cosas y qué es lo que quiere de nosotros en nuestra vida. Le preguntamos y no obtenemos respuestas y ante esta situación entramos en una dinámica de agitación y nerviosismo que también nos impide estar en paz. Aunque la teoría la sabemos perfectamente, sentimos que ponerla en práctica nos cuesta bastante porque nos vemos superados por tantas situaciones dolorosas que nos confunden y hacen que nuestra vida se tambalee.

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Comprometidos para el Señor

Solemos escuchar muchas veces a personas decir que no hay que complicarse la vida por lo demás, porque muchas veces se aprovechan de uno y luego ni siquiera muestran el más mínimo agradecimiento cuando uno hace algo por ello. Bien es cierto que siempre necesitamos de personas que tomen la iniciativa ante determinadas acciones que queremos emprender, pues son los primeros que se comprometen y comienzan a tirar del carro iniciando la nueva aventura y dando su tiempo y su esfuerzo para que salga bien el proyecto. Algunas veces solemos pecar de exceso de prudencia y nos volvemos demasiado precavidos para no arriesgar, esperando que el tiempo y el inicio de la nueva experiencia nos digan si va salir bien o no.

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Esperar en el Señor

Siempre estamos con prisas, nos gusta esperar poco. Nos hemos acostumbrado, y así nos lo están vendiendo los grandes almacenes, a no tener que esperar. Nos ofrecen multitud de facilidades para que no tengamos que hacer grandes colas para pagar y así nos vayamos pronto con la compra. Hasta nos dan la oportunidad de comprar cómodamente sentados desde nuestras casas, por internet, para que no nos molestemos tan siquiera en tener que desplazarnos y mucho menos tener que esperar. Así aprovechamos mejor el tiempo en hacer lo que nos gusta sin tener que “perderlo” en esperar.

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Ten envidia de Jesús

Seguro que has experimentado en tu vida lo que es el sentimiento de envidia y has podido desear tener algo que los demás poseían y que tú no. Sabemos por experiencia lo mala que es la envidia y cómo se camufla en la forma de actuar de las personas de una manera tan sibilina que en ocasiones es difícil de detectar. Por envidia somos capaces de sacar lo peor que llevamos dentro y de disfrazarlo de la mejor manera para disimular y no ser descubiertos en nuestros actos. La envidia es capaz de matar nuestro propio corazón y nuestra fe, pues nos quita la paz y no cesará en su empeño hasta que vea que has conseguido aquello que deseabas y has vencido a “la persona oponente” y la has desprestigiado o destruido. No te deja vivir en paz porque siempre vas a estar comparándote con los demás y fijándote de mala manera en sus cualidades y virtudes antes que en las tuyas.

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