Abiertos al cambio, así es como debemos estar cada día. Si realmente queremos que nuestra vida de un giro importante tenemos que ponernos de acuerdo en dos ámbitos: el primero es que en nuestra vida se de el cambio de verdad y podamos convertirnos como Dios quiere, siendo hombres nuevos, transformados y dispuestos a recorrer nuevos caminos; y en segundo lugar que estemos convencidos realmente de ello y que nuestra voluntad esté totalmente bien dispuesta a secundar ese cambio con todas las consecuencias. Esto implica un nuevo orden en tu vida y sobre todo cerrar las puertas de siempre que te llevan a lo que has hecho toda la vida y abrir las nuevas puertas que te sumergen en nuevos caminos por recorrer y sobre todo nuevas actitudes por vivir.
amor
Mirar con los ojos de Jesús
Cuántas veces hemos etiquetado a una persona por la primera impresión que nos hemos llevado de ella. Cuántas veces hemos hablado de esa persona juzgando por esa primera toma de contacto que hemos tenido. Sabemos que sobra que los prejuicios no son buenos, porque condicionan nuestra manera de relacionarnos. Por eso es bueno tener una mirada limpia y pura, cuanto más mejor. En este ámbito sí que tenemos que ser generosos a la hora de mirar bien a los demás para que todo lo que salga de nuestro interior sea bueno y constructivo. Dejarse llevar es lo más fácil. Entrar en una dinámica destructiva significa abrir un gran canal de acción al mal en nuestra vida, entre otras cosas porque sin darnos cuenta estamos dejando que nuestro corazón se endurezca por los malos sentimientos hacia los otros que cada vez nos hacen más injustos en nuestra manera de mirar y por supuesto de tratar.
El don de la paciencia
Es un regalo tener a tu lado personas pacientes, capaces de no perturbarse ante las dificultades ni dejar que los nervios hagan mella en su manera de actuar. La ansiedad no puede con ellos y demuestran una capacidad importante de no dejarse dominar por las circunstancias sin perder la calma ni alterarse. Estas personas, en sus compromisos adquiridos, son trabajadoras como hormiguitas; parecen incombustibles y además muestran una capacidad de entrega importante, sobre todo cuando actúan movidos por el amor a Dios y a los hermanos.
Dios está.
Perdonar y no tener en cuenta el mal que te hagan. Qué fácil resulta predicarlo y lo que humanamente cuesta llevarlo a la práctica. Si algo he aprendido en mi vida de sacerdote es a hacer las cosas y procurar tener siempre la conciencia tranquila ante el Señor, buscando actuar sin perjudicar a nadie ni aprovecharme de nadie. De hecho, este es uno de mis lemas con los cuáles quise iniciar mi sacerdocio y quiero seguir llevando a la práctica cada día de mi vida. Entre otras cosas porque siempre me he propuesto dormir con la conciencia tranquila, siendo consciente de que en la vida y en una parroquia es imposible contentar a todo el mundo y caer bien.
Digno de mi bautismo
Vivir nuestro Bautismo conforme al Evangelio, es el gran reto que cada día tengo por delante. El nivel de exigencia que Jesús propone es grande, y, a veces cuesta trabajo estar a la altura porque se pide abnegación, sacrificio, renuncia, y, sobre todo capacidad de perdonar a todos sin hacer acepción de personas. Así lo dice el apóstol san Pedro en casa de Cornelio, centurión romano: «Dios no hace acepción de personas» (Hch 10, 34). Al igual que el Señor no hace distinción de personas conmigo y siempre me acoge, siempre perdona mis pecados cuando arrepentido le imploro su misericordia y derrama su gracia sobre mí, así tengo que hacer yo cada día, por mucho que me cueste, con los que me rodean: no hacer distinción ninguna y aceptar y acoger a todos en mi corazón siempre.
La calma en mis tempestades
En cuantas ocasiones nos vemos sorprendidos y sobrepasados por las situaciones. Como si nos encontráramos al borde de un precipicio donde solo hay peligro y vacío ante nosotros. La angustia y el desconcierto hacen mella en nuestro interior porque todo ha cambiado repentinamente. La cabeza no deja de dar vueltas y surgen multitud de preguntas que se quedan sin respuesta en nuestro interior. Esa sensación de frío que invade tu interior te hace creer cómo todo se desvanece bajo tus pies sin saber cómo actuar ni qué decir porque todo es distinto.
Cercanos y vigilantes para adorar
Cercanos y vigilantes, es a lo que nos invita este tiempo de Adviento. Dios está muy presente en nuestra vida y en nuestro corazón y por eso Jesús quiere estar en nuestro corazón. Ten muy presentes estas palabras que también pueden ser oración para ti: ¡Acércate más, Señor! Dios se ofrece, pero no se impone. Somos nosotros los que tenemos que buscarle y pedirle constantemente que venga a nuestra vida. Por eso en el Adviento le decimos: “¡Ven!”, porque le necesitamos cerca, queremos sentir su aliento, su presencia. Constantemente nos lo recuerda este tiempo, Jesús vino y volverá una segunda vez, al final de los tiempos. Pero no queremos quedarnos en esto, porque hoy es cuando el Señor Jesús se está haciendo presente, está aquí; invítalo y haz tuya la invocación: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22, 20). Porque queremos que Jesús esté presente en cada momento de nuestra vida. Al despertarnos, en el trabajo, en medio de nuestra familia, en nuestra oración. Así, invocándole para que esté presente y cercano, podremos ejercitar nuestra vigilancia y mantenernos despiertos.
No es un Adviento más
No es un Adviento más, porque lo que estamos viviendo se sale de todo lo normal. No es un Adviento más, porque estas Navidades que vamos a pasar van a ser muy distintas a todas las de nuestra vida. No es un Adviento más porque nuestras relaciones personales, obligados por la pandemia, también han cambiado en nuestra expresividad y en las muestras de cariño que tenemos hacia los demás. No es un Adviento más, porque no podemos dejar que en estos momentos debido al desgaste que está teniendo en nosotros esta pandemia, nuestro corazón se enfríe y nos vayamos alejando, casi sin darnos cuenta del Señor. Es el momento de dar este golpe de efecto a nuestra vida interior para que la esperanza se haga mucho más fuerte, pues es Jesús el que viene. Debemos tener esa actitud de espera, pues son muchas las cosas que queremos realizar y que tenemos pendientes; además sabemos que sucederán y que muchas de ellas se harán realidad. Por eso la espera tiene sentido, y por eso tenemos que saber esperar en Dios, porque Él, aunque nos parezca que tarda, siempre acude a la cita, siempre viene al encuentro.
Dos lugares que visitar
En este fin de semana lo hemos escuchado en el Evangelio: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40). Y es que seremos medidos por la base del amor concreto que entreguemos o neguemos. Son muchas las veces en las que nos pensamos si amar o no; actuar o no; perdonar o no; servir o no; entregarnos o no; comprometernos o no; denunciar una injusticia o no…; porque el implicarnos en primera persona y dar la vida por los demás, renunciando a nosotros mismos cuesta y es difícil de aceptar si no tenemos nuestra vida bien cimentada en Dios. Dejar que las cosas pasen sin nosotros “pringarnos” es lo más fácil, sobre todo si tenemos claro que no podemos arreglar el mundo ni cambiarlo con nuestras propias fuerzas. El reto parece utópico, y, ¿para qué vamos a gastar más fuerzas de las necesarias si sabemos y conocemos bien lo que hay a nuestro alrededor? No podemos sucumbir ni dejar que de nuestra vida desaparezca la compasión, la misericordia y la solidaridad hacia los que lo están pasando mal a nuestro lado, porque entonces endurecemos nuestro corazón y desaparece de él nuestra capacidad de amar y entregarnos al otro.
Dios quiere seguir escribiendo en tu vida
Dios quiere seguir escribiendo cada día en tu vida las cosas más bellas que existen en el universo. Déjale que te ayude y no tengas reparo en que llene tu vida de Él. Sinceramente, es lo mejor que te puede ocurrir, por el mero hecho de que te ama y para Él lo eres todo. Déjate querer para que tu vida desborde alegría. Dice el libro del Apocalipsis: «Acuérdate de cómo has recibido y escuchado mi palabra, y guárdala y conviértete. Si no vigilas, vendré como ladrón y no sabrás a qué hora vendré sobre ti» (Ap 3, 3). El Señor no te quiere lejos, sino cercano; no quiere que pases de largo, sino que te detengas y le abras las puertas de tu corazón y de tu vida para entrar de lleno; no quiere que te encierres en ti mismo, sino que mires a tu alrededor contemplando cómo actúa en la vida de los demás y cómo da sentido a la vida de los que en Él han puesto su confianza.