Reconoce al Resucitado

Una tragedia fue la que se avecinó sobre los discípulos, cuando apresaron a Jesús, le crucificaron y con sus propios ojos le vieron puesto en el sepulcro. De hecho, Pedro y Juan, salieron corriendo al escuchar la noticia de la Resurrección que les transmitió María Magdalena (cf Jn 20, 1-10) y fueron derechos allí, porque sabían el lugar donde se encontraba. Es de pensar que pudieron estar allí en el momento de su sepultura, cuando ya no corrían peligro de ser detenidos, porque Jesús estaba muerto. La desolación de los dos de Emaús también era grande, conversaban y discutían, mientras regresaban a sus vidas. «Sus ojos no eran capaces de reconocerlo» (Lc 24, 16). Una gran tragedia que nubló su mirada, su entendimiento y no comprendían ni veían con claridad, caminando al Maestro. Seguro que has tenido experiencias al embotarse tu mente en tus ideas, problemas y agobios, y no has sido capaz de reconocer la presencia de Dios a tu lado, caminando, como los de Emaús. Sabes que, ante los golpes y sorpresas de la vida, a veces, cuesta trabajo reconocer a Cristo caminando a tu lado.

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Hoy es el Domingo de la Divina Misericordia

Hoy es el Domingo de la Divina Misericordia. Una gran oportunidad para ponernos delante del Señor y dejarnos envolver por Él, para que descansando, sintamos el alivio que nos da su amor y su perdón. Nuestra alma necesita sentirse liberada y cuidada por el Señor, para que Él la convierta en puro amor, que es la mejor manera de manifestar la misericordia. Todos estamos llamados a compartir a Cristo y su evangelio allá donde estemos. La manera que Dios tiene de manifestarnos su amor es a través de su Palabra y de los Sacramentos. Podemos decir que en el Evangelio podemos leer lo que nos dice Jesús expresando toda la Misericordia del Padre Bueno, y los signos tan preciosos que Jesús y después los apóstoles realizaron transmitiendo el amor de Dios al llevar la Buena Noticia por el mundo. También nosotros tenemos que seguir extendiendo la Misericordia de Dios a través de nuestros gestos concretos y visibles que transmiten lo invisible, acercando a todos nuestros hermanos la misericordia y la ternura de Dios, manifestada a través de nuestra persona.

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Mantener y cuidar la ilusión

Mantener la ilusión renovada con el paso del tiempo es difícil, especialmente cuando afloran las dificultades y vamos perdiendo esa frescura y vitalidad que nos da el comenzar nuevas acciones personales o comunitarias que nos hacen creer en la posibilidad de cambiar y transformar nuestro entorno y ayudar a crecer también a las personas. A Jesús le ocurrió lo mismo, los que solían acompañarle fueron desanimándose, desilusionándose y abandonándole poco a poco. Así nos lo cuenta el evangelista san Juan: «Muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús dijo a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?»(Jn 6, 66-67). Que la decepción entre en nuestra vida es una pena, porque estamos dando cabida a que la gracia de Dios no actúe en nosotros y esto nos perjudica, pues perdemos la claridad de ideas y nos cuesta trabajo llegar a entender y justificar lo que nos ocurre. Comprender la bondad del padre bueno y su capacidad de perdonar al hijo pródigo; que el buen pastor sea capaz de dejar su rebaño para buscar a la oveja perdida, es una muestra más que suficiente para enseñarnos hasta dónde es capaz de llegar Jesús. Dios es fiel y siempre se nos muestra porque nos está acompañando en todo momento.

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Un encuentro con Cristo resucitado

Todos quedaron más desconcertados aún en el Cenáculo, después del gran horror que habían presenciado al ver al Maestro crucificado. Aún estaban conmocionados por la tragedia, por todo lo ocurrido después de celebrar la Pascua. Por miedo habían dejado a Jesús solo ante la guardia romana y del Sanedrín, encabezados por Judas. ¿Cómo podía haber traicionado al Maestro? ¡No lo entendían! Habían estado hablando con él y no habían notado nada raro en sus palabras. Después todo sucedió demasiado rápido. No se atrevían a preguntar para no ser descubiertos, hasta que le vieron cargado con la cruz, camino del Gólgota. Todo estaba perdido, se había acabado esa preciosa aventura que hace tres años habían comenzado con Jesús cuando los fue llamando uno a uno. ¡Qué gran decepción ver a Jesús muerto! Él que había resucitado a muertos, ¿cómo podía acabar así? Entre lágrimas y risas compartían lo vivido con Él durante su vida pública. Y de repente llegó el gran sobresalto, el gran susto que les hizo dar un vuelco al corazón: “¡Ha resucitado! ¡Y lo he visto con mis propios ojos!” Era María Magdalena, que venía con el rostro totalmente cambiado, alegre, brillante, en paz. ¿Se había vuelto loca? ¿Habrá tenido alguna alucinación? Si está sonriendo y sus ojos brillan de una manera muy especial, parece como si una luz saliese de su interior. No estaban para sustos ni sobresaltos, después de lo vivido. Está loca, ¿cómo que la ha llamado por su nombre y ha escuchado su voz? Una gran paz anidaba en su corazón. Cristo Resucitado le había devuelto la alegría, la esperanza, la paz, la ilusión. Ya no había tristeza. Pero ellos no sabían nada, ¿cómo el Maestro iba a estar vivo? No entraba en su razón, lo habían visto morir con sus propios ojos, sabían dónde estaba el sepulcro y los que lo pusieron allí les contaron todo detalladamente. Esto no es normal.

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Viernes Santo

«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12, 24).  

El sentido más profundo de la vida lo celebramos hoy. No queremos la muerte, ni para nosotros, ni para los que amamos. Cristo ha cargado con la Cruz, se ha agarrado fuertemente a ella y nos da una lección magistral de obediencia al Padre. ¡Cuánto nos cuesta obedecer a la Palabra de Dios! Hoy Cristo nos dice que está al alcance de nuestra mano. A pesar de la dificultad, es posible. Cristo extiende sus brazos en la Cruz para perdonarnos. Tú también puedes extender tus manos para abrazar al hermano, para reconciliarte con Él, para abrazar también a Dios que está esperándote, como el padre lo hizo con el hijo pródigo.  

Es viernes Santo, es hora de mirar a la Cruz y contemplar de una manera totalmente diferente tu vida, tu propia historia, porque Cristo te invita a que mires tu corazón y saques todas las espinas que puedas tener, para que tu corazón quede totalmente curado. La muerte de Cristo es para sanar tu alma; para dar nuevo sentido a tu vida; para que aceptes tu pasado y puedas caminar ayudado por Cristo, que quiere ser tu Cirineo desde este momento. Como Cristo miró desde la Cruz a todos los que estaban en el Monte Calvario, hoy también te mira a ti, para que tengas una mirada nueva y así puedas contemplar tu propia vida desde el abandono total en las manos del Padre. Deja que tus sufrimientos los acune el Señor, que Él sea tu consuelo, sea tu descanso, sea quien te devuelva la paz. 

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Hoy es Jueves Santo

Hoy es Jueves Santo, hoy es el día del Amor Fraterno. No es un jueves más del año, es el jueves más especial porque Cristo instituyó la Eucaristía, nos enseñó el verdadero valor del amor, de la entrega y del servicio. Hoy tiene sentido meditar el último mandamiento que Jesús nos dejó: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 13, 34). El amor no es una opción, es el mandato de Jesús. No podemos pensar en si nos apetece o no, porque la condición natural del hombre es a amar y entregarse. Amar la propia vida, amar a los demás y por supuesto, amar a Dios. Son las tres dimensiones del ser humano que nos completan y que no pueden dejar coja nuestra capacidad de amar, si no las vivimos auténticamente. No amar a los demás ni a Dios es desobedecer el mandato del Señor Jesús.

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Que no te asuste la cruz

Tenemos claro como creyentes lo importante que es compartir y acompañar a Jesucristo en su Pasión y Muerte; también sabemos que hemos de asumir la cruz de cada día y cargar con ella para seguirle, pero, cuesta trabajo e incluso a veces da miedo cogerla porque tiene más peso en nuestra vida la comodidad, lo fácil… que lo complicado y auténtico. ¿Qué precio le pones al Señor en tu día a día? Quizás nuestras treinta monedas de plata son nuestro bienestar, la vida fácil, las seguridades que tanto esfuerzo nos ha costado llegar a conseguir; cada uno sabemos aquello a lo que no estamos dispuestos a renunciar; y nos planteamos si nos merece la pena seguir a Jesús o no. A veces es demasiado triste constatar en nuestras vidas que Dios no es tan importante, que hay situaciones que están por encima de Él, y terminamos dañando nuestra fe, debilitándola. La falta de ilusión, provocada por norma general por la falta de oración, hace que Cristo deje de ser el centro de nuestra vida, que nuestra pasión por Él se pierda y poco a poco comencemos a alejarnos de Él, casi sin darnos cuenta, enfriando nuestra alma y entrando en una dinámica de vacío de Dios que torpedea nuestra vida espiritual.

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La calma de la oración

El Señor Jesús nos invita a la calma y a la serenidad. En las últimas semanas antes de morir en la cruz se mantuvo en paz y tranquilidad, sabiendo que tenía que cumplir la misión que Dios Padre le había encomendado. Para eso todas las mañanas, antes de que saliese el sol, se iba a orar a la montaña, Él solo, para tener ese momento tan necesario de encuentro con el Señor. Dios es quien nos llena con su presencia; ésta es necesaria para el día a día, que trae también sus propios agobios, y que van llenando nuestra vida de alegrías y sinsabores. Hemos de encajar con rapidez cada vivencia, para que nuestra vida espiritual no se vea afectada por tantos sentimientos encontrados que experimentamos y vivimos cada día. Todo suma, tanto para bien como para mal. Si en la oración no descansamos en el Señor, siempre estaremos cansados, abatidos, sintiendo especialmente el vacío que va inundando nuestra alma, porque se va desgastando con el paso del tiempo y la acumulación de vivencias. Somos conscientes de la importancia de pararse, de llenarse nuevamente de Dios, de renovar nuestras esperanzas en Él, porque si no al final, nuestra vida deja de tener sentido y nos vemos envuelto en un círculo vicioso nada saludable para nuestra interioridad.

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En Domingo de Ramos

Domingo de Ramos, Domingo para cantar de júbilo porque reconocemos a Cristo como nuestro Rey, como Señor de nuestra vida, de nuestra historia. Hoy gritamos “¡Hosanna!” porque queremos decirle a Jesús que nos salve, que nos libere de tantas ataduras y situaciones de pecado en las que nos vemos inmersos, y de las cuales en ocasiones nos cuesta bastante trabajo salir. Constantemente necesitamos la ayuda de Dios, queremos reconocer que sin Él no somos nada y estamos abocados a la perdición. Hoy Domingo de Ramos queremos decir también: “Bendito el que viene en el nombre del Señor!” (Mc 11, 9), porque necesitamos, también, “bendecir” a Cristo, hablar bien de Él, por tantas gracias y regalos como nos concede, porque queremos compartir todo lo que hace por nosotros y cómo da sentido a nuestro caminar, a nuestra propia vida.

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Amar a Cristo

Si quieres amar a Cristo has de pasar tiempo con Él, has de hablar, has de tratarle con toda la dedicación del mundo, siendo consciente de que Él siempre quiere estar contigo, nunca se cansa de ti. Es una experiencia hermosa, darse cuenta de la necesidad que tienes de Dios. Es como vivir una relación muy especial con la persona más amada, que ha de ser Cristo, que se ha entregado por ti y se hace presente cada día, a través de la Eucaristía, para llegar a tu corazón, y así llenarlo de vida y de amor para que puedas dar sentido a todo lo que vives. No hacen falta grandes palabras ni discursos para dialogar con Jesús, lo más importante es que le abras tu corazón, para que Él pueda entrar y llene tu vida de verdadero amor y así te entregues a los demás siguiendo sus pasos. Jesús habla en el silencio, cuando eres capaz de hacer silencio en tu interior y no te dejas llevar por pensamientos, quehaceres, experiencias pasadas…, pues en la vida de fe, el encuentro con Cristo es vital para que todo fluya y tenga sentido. Deja que sea tu corazón el que hable, que te permite sacar lo mejor de ti mismo y entregárselo a los demás, y por ende a Dios.

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