Todos tenemos obligaciones que cumplir. Muchas las realizamos porque es nuestro deber y no nos queda más remedio y muchas otras las hacemos por amor, por ilusión. En nosotros está el ver qué sentido le queremos dar y cómo queremos que éstas repercutan en nuestro ánimo y en nuestra vida.
Cuando actuamos por obligación porque no nos queda otra, no saboreamos lo que hacemos y perdemos buenas ocasiones para enriquecernos, crecer y madurar personalmente. La rutina, el hacer las cosas sin sentido, el actuar sin corazón nos introduce en un círculo vicioso del que nos resulta difícil salir. No estamos satisfechos, sabemos que tenemos que cambiar pero no encontramos la forma ni el momento para romper con estas situaciones.