Son muchas las veces que en nuestra vida manchamos el Amor que Dios nos da cada día. Lo manchamos con nuestro egoísmo, parece que somos expertos en mirarnos a nosotros mismos; en buscar nuestro beneficio a pesar de todo; en salirnos con la nuestra siempre aunque los demás se puedan ver perjudicados; en que nos devuelvan el favor realizado, porque nos ha supuesto un esfuerzo, un sacrificio y le hemos puesto un precio a nuestra entrega, como mínimo, que nos correspondan; en que nos reconozcan nuestros méritos con halagos y palmaditas en la espalda… No podemos profanar así el Amor de Dios en nuestra en vida. Ser fiel a Dios cuesta trabajo, serle infiel, es lo más fácil porque no compromete tanto como el Amor. Cuando le volvemos la espalda y le rechazamos en nuestro corazón nos estamos alejando de Él y lo más normal es que nuestra fe se enfríe, igual que se enfrían las amistades cuando nos alejamos de ellas, y cuesta mucho más trabajo ponernos en actitud de escucha y de apertura con el corazón bien dispuesto para el encuentro con Dios.
camino
Perseverando contra corriente
Vivimos en un momento de la historia donde sentimos la crisis profunda de valores en la está sumergida nuestro mundo. Somos conscientes de que hemos de cambiar la sociedad en la que vivimos porque vemos que hace aguas por multitud de puntos, que van minando poco a poco nuestro deseo de lucha y de compromiso para transformarla. Tenemos una idea general de sociedad y de mundo que por lo grande que es y todo lo que abarca, comparado con nuestra pequeñez e insignificancia, somos conscientes de que podemos hacer más bien poco. Todos somos parte activa del cambio, y siempre hemos escuchado decir que “un grano no hace granero, pero ayuda a su compañero”. Que esto te ayude para tomar conciencia de lo importante que es ese granito de arena que tienes en tus manos y que puede ayudar a colaborar y transformar el mundo en el que vives, sabiendo que Dios también confía en ti y en tus capacidades para que tomes la iniciativa y sigas con ese proyecto de hacer realidad el Reino de Dios allá donde te encuentres.
La inmensidad de Dios
(Foto de Titina Suárez)
¡Qué hermoso es poder contemplar y admirar la Creación! Si de algo me doy cuenta es que somos insignificantes ante la grandeza del universo y del mundo en el que vivimos. Contemplar un paisaje, la luna llena sobre el mar, el horizonte, ver un amanecer o una puesta de sol… son momentos tan hermosos que te llevan a mirar al cielo y dar gracias a Dios por tanta belleza. Y al rezar tomas conciencia de que Dios ha creado todo esto para que tú lo contemples, te recrees, le bendigas y le alabes por lo grande y bueno que es. Si de algo estoy convencido es que Dios muestra su inmensidad y grandeza en lo sencillo, humilde y pequeño. Si quieres vivir tu fe y afrontar todo lo que la vida te trae, es necesario que conozcas a Dios, porque comprender la inmensidad de Dios no es tarea fácil para una mente tan pequeña como la humana, donde tantas cosas se nos escapan y nos cuenta trabajo entender.
Todo esfuerzo tiene su recompensa
A veces parece que todo el esfuerzo que empleamos en un proyecto que realizamos no obtiene la recompensa esperada. Es normal que nos desanimemos, que busquemos otras formas de hacer y de avanzar en nuestra vida personal, que nuestra cabeza no pare de pensar ni de dar vueltas buscando los porqués que a veces tienen difícil respuesta. Luchar en determinados momentos de la vida puede llegar a cansar, porque a pesar de no conseguir lo esperado, tendemos a compararnos con los demás que han conseguido lo que pretendían incluso algunos con menor esfuerzo que el que nosotros mismos hemos empleado. Y es verdad que esto último nos mata, porque llegamos a establecer grandes diferencias entre nosotros y los demás. No te compares con nadie, tú eres tú con tus dones y debilidades; que todo lo que hagas sea desde el corazón.