Son nuestros hechos los que hablan por nosotros mismos, los que manifiestan las intenciones que tenemos cuando actuamos, los que revelan lo que hay en nuestro corazón. Nuestros hechos son la puesta en práctica de nuestra filosofía de vida, que se tiene que ver correspondida con nuestra coherencia personal, poniendo en práctica lo que creemos y decimos. Vemos a nuestro alrededor multitud de personas interesadas en sí mismas, centradas en sus objetivos personales, sin detenerse a mirar a los otros. El encuentro con Cristo debe de producir en nosotros un antes y un después. No podemos ser los mismos ni actuar de la misma manera. No podemos quedarnos estancados en nuestro comportamiento, como tampoco podemos hacerlo en nuestra vida espiritual. Nuestra coherencia cristiana depende en mayor medida de la intensidad de la vida de oración personal que vivimos. Sabemos que hay ciertas normas que no podemos trasgredir en nuestra vida moral, porque son el reflejo del estilo de vida que llevamos y del que tenemos que ser más que cautelosos, porque da a conocer la integridad que hay en el interior de cada uno, y cómo Dios incide especialmente en nuestras vidas.