Cada uno somos fruto de la educación y de la formación que hemos recibido desde que nacemos. Desde pequeños empezamos a ser esponjas y absorbemos todo lo que nos enseñan y vemos a nuestro alrededor. Así aprendemos y vamos forjando nuestra manera de ser. Corremos el riesgo de quedarnos anclados en nuestro tiempo y de no adaptar nuestras costumbres, hábitos, mentalidades y pensamientos al cambio de los tiempos y a las generaciones más jóvenes si no tenemos esa capacidad de apertura para acomodarnos a los avances de nuestra sociedad, sabiéndolos interiorizar y acoplándolos a nuestra manera de ser.
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No estés triste
Todos vivimos constantemente sentimientos de tristeza por multitud de motivos diariamente. Algunas veces nos dura más tiempo, otras menos, dependiendo de multitud de factores que los causan. Eso no lo podemos prever porque las emociones van y vienen constantemente y estamos acostumbrados a convivir con ellas.
Cuando la tristeza es pasajera nos mina la ilusión, la alegría, las ganas de luchar. En cambio cuando permanece en el tiempo tenemos un serio problema, pues las ganas de vivir, de salir hacia delante ya son menos y vamos perdiendo la capacidad de renovar nuestras esperanzas e ilusiones y de afrontar el día a día con ese deseo tan hermoso de sentirnos realizados y felices con lo que somos y vivimos.
Cuidar el amor
Siempre buscamos el amor, formar parte de un grupo, de una familia, de un entorno en el que nos sentimos protegidos, aceptados, felices, a gusto. De sobra sabemos que el ser humano nada más nacer tiene una dependencia total de sus semejantes, no sería capaz de sobrevivir por sí solo, y con mucho amor y cuidados crece feliz.
Juntos de la mano
Hace años me emocionaba en el Santuario de Nuestra Señora de Lourdes al ver a un matrimonio anciano rezar el rosario delante de la gruta de la Virgen. Ella estaba en silla de ruedas, y el sentado en el banco, detrás de ella. Rezaban susurrándose al oído los misterios del Santo Rosario. Ahí, en ese momento, di gracias a María por el testimonio de fe que me estaban dando.
Me alegra mucho ver la calle a matrimonios mayores, y cuando digo mayores, de más de sesenta y cinco años, caminando juntos cogidos de la mano. Todavía los hay, y me parece una escena preciosa, pues es el reflejo de un amor madurado y curtido por la experiencia de la vida; no exento de dificultades y superados por el amor cuidado y cultivado con el paso del tiempo.