Nueva etapa y nuevo reto por delante. Solo depende de ti el querer conseguirlo o no. Acabamos de empezar la Cuaresma y es un buen momento para plantearnos retos espirituales y personales que queremos conseguir durante estos cuarenta días de preparación a la Pascua del Señor. Si quieres vivir con alegría la Resurrección de Jesucristo tu alma tiene que seguir progresando en el camino de la fe y dar los pasos necesarios de conversión en tu vida. Seguro que tienes claro que siempre quieres elegir el bien antes que el mal. Sabes cuáles son las actitudes que te van a enriquecer más y te van a ayudar a estar más cerca del Señor. Es muy importante que Dios esté en el centro de tu corazón, porque así escucharás con claridad su voz y entenderás perfectamente lo que te pide en cada momento. «Si tu corazón se aparta y no escuchas, si te dejas arrastrar ante otros dioses y les sirves, yo os declaro que hoy moriréis sin remedio; no duraréis mucho en la tierra adonde tú vas a entrar» (Dt 30, 17-18).
confesión
Conviértete y cree en el Evangelio
“Conviértete y cree en el Evangelio” o “Polvo eres y en polvo te convertirás”. Son las palabras que hoy, Miércoles de Ceniza, resonarán en cada uno de los que nos acerquemos a recibir la ceniza. Comienza la Cuaresma y queremos convertir nuestras vidas al Señor, purificarnos y ser mejores cada día. Necesitamos recordar: recordar cada día las oportunidades que el Señor nos brinda para ser felices y que no aprovechamos; recordar que el Señor me ha regalado unos dones para que los comparta y haga felices a los demás; recordar que tengo un Dios que se preocupa por mi y que me quiere cuidar entregándome a Cristo en la Eucaristía como alimento de vida; recordar que tengo que cuidar mi oración para alimentar mi fe y ser un auténtico creyente, discípulo de Jesús; recordar que tengo que convertir mi vida en un canto de alabanza por tantas cosas buenas que el Señor me permite vivir; recordar mi fragilidad y que solo no puedo, que vengo de la tierra y a ella volveré, aunque a veces me crea imprescindible y autosuficiente; recordar que Dios siempre me pone signos de su amor a mi alrededor para que siga avanzando en mi camino cristiano haciendo realidad el Evangelio.
Perseverar en la vida de fe
Son muchos los cambios que hemos experimentado desde que comenzó la pandemia. El camino no ha sido fácil y eso ha dificultado también nuestra capacidad de perseverar en lo cotidiano. Mantenernos firmes en nuestra oración es una dificultad que arrastramos durante nuestra vida cristiana, porque el nivel de exigencia personal es elevado y debemos de estar muy atentos para no dejarnos llevar por el activismo y sacar tiempo para el encuentro con Dios. Siempre lo agradecemos cuando nos superamos y somos capaces de mantenernos constantes en nuestro camino espiritual. Atender constantemente nuestra alma sin desviarnos, manteniéndonos firmes en nuestra fe eso es perseverar. Y todos queremos perseverar en cada ámbito de nuestra vida. Otra cosa distinta es que lo logremos o que se den las circunstancias internas necesarias que nos permitan lograr nuestro propósito.
Obedece a Dios y no a los hombres
Mantenernos fieles a la Palabra de Dios y vivirla con radicalidad es exigente y a veces difícil, porque el nivel de renuncia que hemos de tener hace que tengamos que negarnos a nosotros mismos, y no siempre estamos dispuestos. Dice el apóstol san Pedro: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5, 29) cuando el Sanedrín quiere prohibirle que predique a Jesús Resucitado. Caminar contracorriente, ser auténtico a tus ideas y a tus deseos muchas veces hace que camines solo y que no sientas el apoyo de nadie. Esta es la libertad de los hijos de Dios que quieren vivir su fe y cumplir los mandatos del Señor, porque nos llevan al camino de la felicidad, de la plenitud. Obedecer a Dios cuesta, pero nos permite ser verdaderamente libres, porque nos permite dejarnos llevar por el Espíritu de Dios a donde quiera y reconocer su presencia en cada persona con la que nos encontramos. Obedecer a Dios es reconocer la verdad y no quedarnos estancados en el conformismo que hace que bajemos los brazos y nos dejemos llevar por lo que piensan los demás, arrastrados a unas dinámicas que nos debilitan y hacen más vulnerables ante las tentaciones que nos asaltan.
Tu conversión depende de Dios
La conversión no puede ser un deseo, ha de ser una realidad. Son muchos los pasos que hay que dar para llegar a erradicar todos los defectos y debilidades que tenemos; son muchas las horas de oración que hay que pasar delante del Señor, escuchando todo lo que te tiene que decir, porque Él ya sabe todo lo que necesitas. La buena voluntad y los buenos deseos no son suficientes para convertirse, como tampoco lo es el decir que soy así y que es muy difícil cambie, que Dios “me arregle”. Recuerda que para Dios todo es posible, porque es el Señor de la Vida, el Señor de la Historia. Nosotros somos personas de paso, con un tiempo limitado en la gran historia del mundo. Aporta tu granito de arena para construir y hacer realidad el Reino de Dios en los ambientes en los que te mueves. El Señor quiere servirse de ti para que seas el primero en entregarle tu corazón, no lo dudes, lo necesitas para encontrar el verdadero sentido a todo lo que acontece en tu vida, incluso aquello que no entiendes y te cuesta trabajo aceptar y asumir.
Entrenar con Dios
Solemos ser más exigentes con los demás antes que con nosotros mismos porque nos resulta más fácil ver la paja en el ojo ajeno antes que la viga en el nuestro. Hay veces que los defectos de los demás resaltan más que los nuestros propios, y todo lo que nuestros esquemas y mentalidad nos condiciona sobre nuestras actitudes, hace que seamos injustos con los hermanos porque se nos olvide mirar en nuestro interior para descubrir que también nosotros somos humanos y nos equivocamos porque no somos perfectos. En este aspecto, la humildad nos ayuda a mirar en nuestro interior, a ser más prudentes y no dejarnos llevar por los impulsos, teniendo así más tacto con el prójimo.
Sin resentimientos
Seguro que a lo largo de tu vida has sufrido desencuentros con personas y te has llevado desengaños importantes, que te han hecho sufrir y han ido forjando una coraza en tu interior. Es importante quitarse la coraza para amar de verdad y de corazón a los que te rodean, aunque por propio instinto de supervivencia y para no sufrir, nos ponemos la coraza para evitar recibir más daño. La capacidad de perdonar y de olvidar nos ayuda a eliminar todo tipo de resentimiento que puedas tener en tu interior, para que así tu vida de fe y tu relación con el Señor no se vea resentida. Nos dice el apóstol san Juan: «Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve»(1 Jn 4, 20). Hemos de tener una correspondencia entre lo que creemos, decimos y vivimos. Este triángulo debe de tener una simbiosis perfecta para que nuestra vida sea coherente y vivamos verdaderamente en paz con Dios, sin ningún tipo de resentimiento en nuestro interior.
Ser perfectos desde la imperfección
«Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra» (Jn 8, 7), fueron las palabras que dijo Jesús a los que acusaban a la mujer adúltera. Ellos se habían erigido en jueces de los demás, cuando también eran pecadores e imperfectos. Está claro que todos somos humanos, imperfectos, y nos equivocamos. No estamos libres de pecado. Seguro que en más de alguna ocasión hemos hecho algo que no deberíamos hacer, hemos dicho algo de lo que nos hemos arrepentido o hemos perdido los nervios de una manera desmedida porque nos hemos visto desbordados en alguna que otra situación. Por desgracia, hay veces que nos comparamos con los demás y nos llegamos a creer mejores que ellos.
El verdadero alimento
La Eucaristía nos llama a hacer memoria de una vida entregada desde la radicalidad de la Cruz. La Cruz es entrega, es llevar un estilo muy concreto de vida donde nos entregamos a los demás por amor y vivimos desde la gratuidad total. Sin buscar ni pedir respuestas, sino siendo obedientes a los que el Señor Jesús nos dice en el Evangelio, que tenemos que hacer vida para que realmente hagamos memoria de Él, que por amor nos ha enseñado y enseña a morir por los demás buscando siempre lo mejor para ellos. Cierto que hay veces que nos resulta demasiado difícil entenderlo y ponerlo en práctica, pero no está en nosotros el buscar razones y el querer saber. Sabemos desde el comienzo de los tiempos que la curiosidad y el deseo nos llevaron al pecado original por parte de nuestros primeros padres, Adán y Eva (cf Gen 3). La desobediencia a Dios y el querer cuestionar lo que nos dice y pide hace que pongamos a Dios en un segundo plano en nuestras vidas y terminemos matándolo en nuestros corazones a través del pecado. Entonces la Eucaristía deja de tener sentido, porque se convierte en algo vacío, que no alimenta nuestra alma ni nos da luz. Hemos de aspirar siempre a algo más. A Dios mismo.
Examen de conciencia
Bien sabemos todos lo importante que es pensar las cosas antes de hacerlas para luego no tener que arrepentirnos. Más de alguna vez nos ha ocurrido de decir y hacer algo sin pensarlo y rápidamente nos hemos dado cuenta que estaba mal, que no era el camino a seguir, que nos hemos precipitado y los impulsos nos han jugado una mala pasada. Para todos es muy importante estar y tener la conciencia tranquila, porque es el mejor termómetro que tenemos para medir la paz en nuestra vida, sabiendo que no tenemos nada contra nadie. Jesús en el Evangelio nos da cada día multitud de pistas para que así podamos vivir, sabiendo lo que hemos de hacer y dejándonos guiar por lo que Él nos dice a cada momento. Escucha con claridad al Señor, en lo que te quiere transmitir, déjate seducir por Él, y tu vida irá siempre por el camino de la verdad.