Al día siguiente de Pentecostés los discípulos de Jesús siguieron predicando con fuerza y valentía que Jesús había resucitado. Lo hacían con la alegría que les proporcionó el Espíritu Santo y que ellos se esforzaban con conservar, cuidando su vida espiritual y llevando a la práctica cada una de las palabras que habían escuchado por boca de Jesús y que tenían bien guardadas en su corazón. ¿Qué es lo que tú tienes guardado en tu corazón? Son muchas las vivencias, sentimientos, percepciones, gozos, fracasos…, que tienes dentro de ti y que Jesús bien conoce. Puedes ser reservado o extrovertido, puedes contarlo todo o sólo lo que consideras, pero Jesús lo conoce todo y sabe cómo te sientes y qué necesitas en cada momento de tu vida. Por este motivo, déjate llevar por Él, no te escondas nada y no le des largas, posponiendo encuentros, tan necesarios y especiales, que te ayuden a abandonarte y así vivir ese amor tan especial que es el que Dios nos da.
confianza
Nuevos aires
El Señor nunca defrauda y siempre se hace presente de la manera que menos pensamos y esperamos. Hay veces que nos cuesta trabajo verle y descubrirle, en otras, en cambio, lo vemos con claridad y no tenemos ninguna duda. Siempre está ahí, aguardando el momento oportuno para removernos y para que todo en nuestra vida comience a marchar sin saber cómo. Confía en el Señor y espera en Él; hay multitud de ocasiones donde la razón se hace fuerte y cuesta más trabajo entender y creer. Esta es nuestra lucha, abrir el corazón de par en par, para que el Señor actúe y todo lo que hagas sea desde la presencia del Señor. No tengas miedo ni reparo, deja que Jesús entre y forme parte de tu vida, sin ningún interés en la relación, nada más que sirviendo y actuando en su nombre, para que la paz que Dios da a tu corazón te ayude a descubrir el verdadero significado del servicio. Dice Jesús: «Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida» (Jn 5, 24). Por esto Jesús te regala la vida eterna al escuchar su palabra. Una palabra que serena y revitaliza, que te acerca al Señor y te ayuda a vivir con fidelidad cada día, siendo instrumento suyo, para amar a los demás.
Jesús te conoce y te ama
Jesús te conoce y te ama. Él ha dado la vida por ti y nada de lo que haces y dices le resulta extraño, pues bien sabe cómo eres, no hace falta que le des muchas explicaciones para que sepa lo que sientes y piensas. Eres parte de su familia y también lo eres de su vida. No quiere que le trates como jefe, sino más bien como compañero de camino, siempre fiel y a tu lado. Escucha cómo te llama por tu nombre; siente su mirada tierna y cercana que te hace sentir en la verdadera paz y tranquilidad; aprende a descansar en Él para que sientas la mayor de las seguridades de tu vida. No sentirás igual de bien con nadie excepto con Él, porque sabe hacer las cosas de una manera especial. Es tu Señor y siempre te sorprende, porque el Señor no es previsible, excepto en el amor y la misericordia; ahí si que sabes cómo va a reaccionar siempre, pero de planes, de caminos y de futuro, lo mejor que puedes hacer es ponerte en sus manos y dejar que te guíe; porque los caminos de Dios no son nuestros caminos (cf. Is 55, 8-9).
El regalo de acoger
Como discípulo de Jesús estamos llamados a seguirle, a tener confianza con Él. Para desarrollarla tenemos que aprender y educarla dentro de la comunidad, compartiéndola con los demás, que forman, a su vez, parte de la propia familia. Como discípulo estás invitado a confiar, a ser amigo de Jesús, a correr su misma suerte, compartiendo su mismo cáliz: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15, 15). Discípulo es quien aprende a vivir en la confianza de amistad con Jesús. Por esto, la carta de presentación de un cristiano es el Evangelio, que nos habla de discipulado, de identidad. Así es como Jesús nos llama, y como a los discípulos, nos envía a dar testimonio y razón de nuestra fe, con unas instrucciones claras y precisas, que nos invitan a no improvisar y a no hacer las cosas como buenamente podamos. Más bien al contrario, Jesús quiere que hagamos las cosas auténticamente desde el primer momento.
Las grandezas de la oración
La oración es el camino a la santidad, es la puerta que nos lleva al encuentro con Dios. No podemos prescindir en nuestra vida de fe de la oración y pensar que somos espirituales sin cuidarla, mimarla y enriquecerla cada día. Cuando dejamos de rezar somos engañados, nos vienen las dificultades y torcemos nuestro camino. Hemos de estar preparados para orar cada día, porque si no es imposible alcanzar la santidad. Este es nuestro propio futuro, el de nuestra comunidad y el de la propia Iglesia. Cada uno hemos de esforzarnos por mantenernos fieles en este camino, porque sabemos de nuestras debilidades y lo que nos cuesta perseverar sin desfallecer. Hay veces que tenemos que hacer sobreesfuerzos para rezar y esto es un síntoma claro de que hay algo que no estamos haciendo bien.
En Dios
Estar preparados para afrontar las dificultades no siempre es fácil y nos pilla preparados. Frecuentemente nos solemos ver sorprendidos por las “sorpresas” que la vida nos pone por delante, y nos quedamos sin saber cómo reaccionar. Dios nos quiere ayudar en estos momentos y nos capacita para que tengamos la fortaleza, la determinación y el ánimo suficiente para que no desfallezcamos y seamos capaces de salir hacia delante. Es bello y hermoso sentirse elegido por el Señor. Nos llama a cada uno por nuestro nombre y nos invita a vivir una experiencia espiritual profunda y verdadera, que nos mete de lleno en la dinámica del Espíritu y solamente hacen falta dos actitudes: abrir el corazón al Espíritu Santo y dejarse llevar donde Él lo desee. Dios no defrauda y siempre nos tiene presentes; basta con mirar a Jesucristo para darnos cuenta de lo especiales que somos, porque lo importante es mirar a Jesús cara a cara y ver cómo se preocupa por cada uno.
¿Cómo llevar la cruz?
«Entonces decía a todos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará”» (Lc 9, 23-24). Aceptar los sufrimientos de cada día, desde la fe, sin rebelarnos contra Dios, a pesar de las lágrimas que siempre afloran ante el sufrimiento y el dolor, nos santifica, porque nos acercan más al Señor. Cada día debemos vivir lo que acontece, con sus dificultades y alegrías. Lo dice el Jesús también: «No os agobies por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia» (Mt 6, 34). Cada día tiene su propia cruz, sus propios momentos, y estamos llamados a vivir día a día, cada momento con sus circunstancias, con la sabiduría que vamos adquiriendo a través de cada experiencia que vamos viendo.
Jesús en el Evangelio nunca dice nada que nos perjudique, más bien al contrario, por eso al escucharle decir que debemos negarnos a nosotros mismos y tomar nuestra cruz de cada día, es porque es bueno para nosotros, aunque nos duela. No entendemos el plan de Dios, los caminos de Dios no son nuestros caminos (cf Is 55, 8), porque ante Dios somos imperfectos, limitados y pecadores, y aunque nos creamos dueños de nuestra propia vida y con criterios para valorar lo que está bien o mal, Dios es Dios y no se equivoca; tener fe en Dios es negarnos a nosotros mismos, a nuestras propias razones, juicios, formas de ver la vida, y ponernos ante Su presencia que nos supera y desborda. Sacar lo positivo de una desgracia nos cuesta mucho trabajo, quizás con el tiempo y desde la distancia podamos llegar a comprender. Aunque el dolor nos descoloca, como dice S. Agustín, si “Dios sabe sacar bien del mal” es porque sabe que podemos afrontarlo con su ayuda y llegar a superarlo. Para esto Jesús bebió el cáliz de la cruz, pasó por la angustia y la muerte; porque negándose a sí mismo supo abandonarse en Dios y dar el paso a la Vida.
Con la muerte de Cristo somos capaces de dar sentido al dolor y al sufrimiento; cargamos con el peso de la cruz y avanzamos, para superar y afrontar las enfermedades, la muerte de nuestros seres queridos, los fracasos personales. La tentación de renegar de Dios en momentos así es dar un paso hacia la oscuridad del alma, hacia el vacío existencial que nos deja en la nada más absoluta. Dios es sustento para los que creen y ponen también sus esperanzas en Él, porque nos hace caer en la cuenta de lo que es importante y fundamental en la vida. Todo pasa a un segundo plano cuando nos vemos sacudidos, vapuleados por la cruz que de repente se nos presenta. Somos capaces de hacer las reflexiones más serias y profundas de nuestras vidas, y hemos de buscar la manera de seguir avanzando en el camino de la vida, con la ayuda de los Cirineos que caminan a nuestro lado codo con codo.
Aceptar la cruz desde la serenidad y con entereza es no vivir en la queja ni sentir lástima de uno mismo, a pesar del peso de la cruz, pues hay cruces y cruces. Ábrete a la Gracia de Dios para que pueda actuar en tu dolor, en tu sufrimiento. Que la oración sea el cauce por el que llegar a sentirte unido a Cristo crucificado, y así, al estar íntimamente unido a Él llegar a sentir cómo la paz invade tu alma y te conviertes así en testimonio para los demás. Porque tu experiencia de vida y tu manera de caminar a pesar de las dificultades te hacen ser reflejo de Dios. Hay vivencias que no podemos evitar, y de todo hemos de aprender. Cada uno desde su capacidad de aceptación y desde la determinación que tenga para avanzar. Es cierto que el ánimo es importantísimo, pero no menos, la confianza depositada en el Señor, que nos permite mantenernos firmes y no vacilar, a pesar de que los ojos se nublen por las lágrimas y se nos encoja el corazón y el alma. Dios nunca falla, siempre está a nuestro lado, sosteniéndonos en la dificultad e increpando al viento y al agua para que todo se calme a nuestro alrededor.
Dios está contigo aun cuando no lo ves
Hay veces que nuestro camino se hace demasiado cuesta arriba. La vida nos marcha bien, hasta que de repente nos llegan sorpresas inesperadas que nos hacen reaccionar, tanto para bien, como para mal; según nos pille y dependiendo del ánimo con el que nos encontramos, reaccionamos mejor o peor. Cuando se tratan de dificultades y sufrimientos, experimentamos el peso de la vida, de los problemas, y nos creamos una coraza que se interpone entre cada uno y lo que nos rodea, para hacernos fuertes, impenetrables; lo que pasa es que por mucho que queramos resistir, hay veces que el sentimiento de culpa, impotencia, desazón y desánimo pueden más dentro de nosotros mismos, y terminan haciéndonos más daño del que quisiéramos. Afrontar los problemas y dificultades no resulta para nada sencillo, pero es ante la adversidad donde tenemos que superarnos para no sucumbir al desaliento y así podamos encontrar la fuerza y la manera de salir adelante.
Que el Señor te programe y te guíe
Queremos formar parte de proyectos, dar nuevos pasos que nos hagan ser personas distintas, capaces de mejorar, madurando como personas y avanzando en nuestro crecimiento espiritual. No basta solo la buena voluntad y las buenas intenciones. Necesitamos dar pasos que nos ayuden a romper con nuestros prejuicios, con las experiencias pasadas que nos coartan y que limitan nuestra capacidad de acción. Hay veces que hemos de estar dispuestos a superar malas experiencias y desencuentros con las personas, eliminando todos los prejuicios que nos posicionan ante las nuevas situaciones que se nos presentan en nuestra vida y que nos permite avanzar con determinación y seguridad. Nuestra capacidad de respuesta en momentos así nos define como el tipo de personas que somos, creciendo en interioridad y dando paso a la felicidad en nuestra vida desde una dimensión distinta, que nos permitirá enriquecer nuestra fuerza interior, sabiduría y espiritualidad.
No te rindas, ni dejes que las heridas de tu pasado y el dolor que te provocan sean más poderosas que tu voluntad y tu deseo de cambiar. No pierdas la esperanza y no des paso a la desesperanza, la desazón y la rabia; te llevarán a la envidia y a la muerte espiritual. Hablarás con tu vida desde la teoría y no desde los frutos que la fe te permite dar. Todo en la vida pasa y nada dura para siempre. Quedarte en el lamento, eternizando situaciones pasadas no te va a llevar a nada, sólo a vivir angustiado buscando los culpables y focalizando toda tu impotencia en ellos. Deja que pase el dolor, que todo fluya en tu interior saliendo de tus profundidades, y dando paso al descanso y a la paz. No pienses que no puedes, al contrario, en tu interior tienes la fuerza necesaria para salir adelante; quizás no la encuentres inmediatamente, pero basta que dejes pasar el dolor o resentimiento que tengas y podrás avanzar, superando todo miedo que te impide abordar tus situaciones más personales y poner en marcha tu recuperación personal. No dejes que el desánimo, la desolación, la negatividad, puedan con tu voluntad. Ejercítala con determinación para que no pierdas esa capacidad de recuperación.
No tengas miedo de ponerte en las manos de Dios
Son nuestros hechos los que hablan por nosotros mismos, los que manifiestan las intenciones que tenemos cuando actuamos, los que revelan lo que hay en nuestro corazón. Nuestros hechos son la puesta en práctica de nuestra filosofía de vida, que se tiene que ver correspondida con nuestra coherencia personal, poniendo en práctica lo que creemos y decimos. Vemos a nuestro alrededor multitud de personas interesadas en sí mismas, centradas en sus objetivos personales, sin detenerse a mirar a los otros. El encuentro con Cristo debe de producir en nosotros un antes y un después. No podemos ser los mismos ni actuar de la misma manera. No podemos quedarnos estancados en nuestro comportamiento, como tampoco podemos hacerlo en nuestra vida espiritual. Nuestra coherencia cristiana depende en mayor medida de la intensidad de la vida de oración personal que vivimos. Sabemos que hay ciertas normas que no podemos trasgredir en nuestra vida moral, porque son el reflejo del estilo de vida que llevamos y del que tenemos que ser más que cautelosos, porque da a conocer la integridad que hay en el interior de cada uno, y cómo Dios incide especialmente en nuestras vidas.