Bien sabemos que la vida es un camino lleno de buenos y malos momentos. Solemos decir que la vida es un peregrinaje, donde vamos avanzando hacia la meta, hacia nuestro encuentro con Dios. Queremos que nuestra vida esté llena de momentos de felicidad y de alegría, aunque también tenemos que contar con las dificultades que nos vienen, algunas nos las buscamos nosotros, otras nos vienen solas, sin pedirnos permiso por si nos vienen bien o no. Cada uno iniciamos nuestros caminos y nos vamos rodeando de las personas con las que queremos compartir nuestro camino. Buscamos ante todo la felicidad, la suya y la nuestra; constatamos que hay personas que con menos esfuerzo son más felices que otras; otras en cambio tienen que emplear más energías en conseguir tan ansiado regalo; también constatamos con inmensa tristeza la infelicidad que muchas personas, algunas cercanas a nosotros, viven porque en su camino las cosas les resultan más difíciles y no les salen como les gustaría.
conversión
Sentimiento de culpa
Todos hemos experimentado muchas veces el sentimiento de culpa por algo que hemos realizado o dejado de hacer, tanto para nosotros mismos como para los demás. Este sentimiento nos lleva a una angustia que nos hace sentir “lo peor” del mundo, y que procura por todos los medios reparar el mal que hemos realizado o saldar la deuda que hayamos podido contraer. En otros momentos el sentimiento de culpa nos llega a paralizar y a dejarnos sin saber qué hacer, sumidos en nuestro propio desconcierto, siendo conscientes de nuestro propio error o “metedura de pata” y lamentándonos enormemente por no haber hecho las cosas todo lo bien que nos hubiese gustado.
Todo llega
Esta mañana tenía una conversación donde hablaba con una persona sobre la esperanza y la paciencia que hay que tener ante los proyectos que uno desea que le lleguen a su vida. ¡Cuántas veces nos ponemos nerviosos cuando lo que queremos no llega! A mí también me pasa.
«El mejor fuego no es el que se enciende rápidamente» (Mary Anne Evans). En un mundo tan global en el que la información vuela a una velocidad supersónica, buscamos la inmediatez, y sin darnos cuenta nos hemos metido en un ritmo de vida tan fuerte que no somos capaces de pararnos. Nos cuesta trabajo hacer silencio en nuestro interior, esperar, aguantar los defectos de los demás y aceptarlos tal y como son, no juzgar ni hablar mal de los demás, orar y meditar la Palabra de Dios…
Uno de los doce frutos del Espíritu Santo es el de la Paciencia que nos permite hacerle frente a la tristeza y al desánimo ante una situación que parece que no llega o que no termina. Humanamente, cultivar la paciencia sin Dios a veces se convierte en una tarea ardua y difícil, pero con la presencia y la ayuda del Espíritu Santo hace que la paciencia brote y podamos enfrentarnos a situaciones duraderas y hasta permanentes, con confianza y con calma. Y entonces llega la paz y la serenidad, incluso en medio del sufrimiento y del dolor.