A menudo solemos encontrarnos en situaciones en las que ninguno nos atrevemos a llamar las cosas por su nombre, para no quedar mal con nadie, para no señalarnos en ningún momento y para no tener que pasar el mal trago de decirle a alguien la verdad, que no es plato de buen gusto y que nunca es cómoda, ya que puede provocar en desagradable desencuentro. Estas situaciones pospuestas en el tiempo van creando un clima enrarecido y de incomodidad entre las personas, que es fácil de atajar si tomáramos el compromiso de llamar a las cosas por su nombre y decir lo que pensamos con sinceridad, desde la prudencia y la caridad fraterna.