Hay veces que las cosas no salen como lo esperabas y eso te produce una gran frustración. Intentas que todo vaya bien, pones lo mejor de ti con todas tus fuerzas, con tus mejores intenciones y toda tu alma y todo se descabala. Sabes de la importancia de tener paciencia, fe y esperanza; pero no es fácil ni aceptar ni asumir en el momento del fracaso.
¿Te cuesta ayunar? Hay ayunos y ayunos. Cuando estamos bien dispuestos y queremos conseguir algo, si implica tener que ayunar no nos cuesta trabajo porque lo hacemos con intención y sabemos que es para un bien que nos hemos propuesto. Además, lo hacemos con gusto y nos alegramos cuando vamos viendo el resultado, mucho más si es inmediato. Cuesta lo que no nos gusta o motiva. No podemos engañarnos en este sentido, por eso es importante concienciarse y actuar con determinación.
Hay veces que resulta difícil ver la mano de Dios en medio de las debilidades, del sufrimiento, de la confusión ante lo que acontece en nuestra vida. Dios siempre está y es necesario, desde la fe, poder verlo con claridad para que encontremos la calma que nos permite afrontar las situaciones con paz y confianza en Él. El apóstol San Pablo nos da su testimonio de cómo en medio de la debilidad ha sentido la fortaleza que el Señor le ha regalado: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad. Así que muy a gusto me glorío en mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor 12, 9-10). La Palabra de Dios tiene mucho poder y fuerza y aunque a veces cuesta trabajo reconocerlo en medio de la debilidad, Cristo nos tiende su mano para llevarnos a una vida nueva.
Es un regalo tener a tu lado personas pacientes, capaces de no perturbarse ante las dificultades ni dejar que los nervios hagan mella en su manera de actuar. La ansiedad no puede con ellos y demuestran una capacidad importante de no dejarse dominar por las circunstancias sin perder la calma ni alterarse. Estas personas, en sus compromisos adquiridos, son trabajadoras como hormiguitas; parecen incombustibles y además muestran una capacidad de entrega importante, sobre todo cuando actúan movidos por el amor a Dios y a los hermanos.
En este fin de semana lo hemos escuchado en el Evangelio: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40). Y es que seremos medidos por la base del amor concreto que entreguemos o neguemos. Son muchas las veces en las que nos pensamos si amar o no; actuar o no; perdonar o no; servir o no; entregarnos o no; comprometernos o no; denunciar una injusticia o no…; porque el implicarnos en primera persona y dar la vida por los demás, renunciando a nosotros mismos cuesta y es difícil de aceptar si no tenemos nuestra vida bien cimentada en Dios. Dejar que las cosas pasen sin nosotros “pringarnos” es lo más fácil, sobre todo si tenemos claro que no podemos arreglar el mundo ni cambiarlo con nuestras propias fuerzas. El reto parece utópico, y, ¿para qué vamos a gastar más fuerzas de las necesarias si sabemos y conocemos bien lo que hay a nuestro alrededor? No podemos sucumbir ni dejar que de nuestra vida desaparezca la compasión, la misericordia y la solidaridad hacia los que lo están pasando mal a nuestro lado, porque entonces endurecemos nuestro corazón y desaparece de él nuestra capacidad de amar y entregarnos al otro.
Se han salido con la suya aquellos que tenían mucho interés en que Jesús desapareciese. La jugada ha sido perfecta, porque en menos de 24 horas lo han apresado y ejecutado. Todo ha sido perfecto, y por fin ha desaparecido la piedra tan incómoda que tenían en los pies y que tantos problemas les estaba dando. Jesús ha muerto en la cruz y ellos han sido testigos de excepción. Lo han visto con sus propios ojos y se pueden ir satisfechos a sus casas. Se acabó el escuchar blasfemias y barbaridades sobre Dios; el que se llamaba a sí mismo Hijo de Dios, solo era un hombre que ha acabado muerto sobre una cruz, igual que los malhechores.
La Cuaresma es un desierto, un camino de conversión que nos lleva hacia la Pascua, hacia el encuentro con Jesucristo Resucitado. Este cambio personal se produce cuando uno es capaz de encontrarse consigo mismo y abrirse en canal ante el Señor, que todo lo conoce y puede, para dejarse transformar por Él. Cuando se experimenta ese cambio todo se ve de una manera distinta. Es innegable el esfuerzo personal que supone dar ese paso, porque hay que estar dispuesto a que tu vida sea otra. Resistirse a ello, y mucho más, renunciar a tus seguridades, comodidades y bienestar es algo que hay que pensarse, porque las seducciones del mundo son mucho más apetecibles y seductoras que lo que el Evangelio nos presenta: sacrificio, esfuerzo, renuncia a uno mismo para entregarte a los demás…
El Señor siempre cuida a los que se ponen en sus manos. Hay veces que no entendemos porqué Dios pone dificultades y sorpresas en nuestro camino, sin comprender en primera instancia qué es lo que se propone con nuestra vida; pero es cierto que cuando estás totalmente abandonado en sus manos, lo que te desconcierta y descoloca, con el paso del tiempo vas constatando que lo has vivido ha merecido la pena y tomas conciencia de cómo el Señor te cuida, te guía y va por delante de ti; entonces te das cuenta de lo grande que es y cuántas gracias tienes que darle por cómo va dirigiendo tu vida día a día sin apenas darte cuenta.
Son muchos los momentos que no vemos con claridad, las veces que creemos que ante nuestras dificultades no tenemos salidas, aparentemente. Aunque no entandamos nada, Dios siempre está ahí, sosteniéndonos y cuidándonos,pendiente de cada uno y dispuesto a darnos lo que necesitamos. Es importante saber abrirle la puerta de nuestro corazón y nuestra alma para que pueda entrar de lleno en nuestra vida y ayudarnos a sobreponernos y salir adelante. Lo normal es que nos cerremos en banda, nos bloqueemos y obsesionemos con nuestra situación, porque nos sentimos agobiados, desbordados y en un callejón sin salida. Nuestra mente se embota y no dejamos de pensar ni preguntarnos. Encerrarnos en nosotros mismos y obsesionarnos con nuestra angustia y sufrimiento, lo único que va a suponernos es un vacío más grande y un malestar mayor.
Confianza absoluta, es la llamada que nos realiza la fe día tras día de nuestra vida. Sabemos de la dificultad que entraña en los tiempos que vivimos fiarnos de los demás, poner toda nuestra confianza en las personas que nos rodean. Hay muchas personas que dicen que hay secretos que no se cuentan a nadie, ni a los más íntimos. Preferimos guardarnos bien nuestras intimidades porque así nadie nos puede traicionar. Es como si nuestro corazón albergara dudas sobre la fidelidad de los que están a nuestro lado, pues su reserva no es del todo fiable al cien por cien. Actitudes así, son las que ayudan a que sigamos sembrando el mal a nuestro alrededor, porque estamos poniendo límites a la bondad, tanto la de los que nos rodean como la nuestra propia. Un brote de desconfianza se va haciendo, paso a paso, presente en nuestra vida y va cobrando fuerza con las experiencias, desencantos y decepciones que se nos van presentando. No podemos convertir nuestra vida en formalismos y costumbres sin vida. La capacidad de sorprendernos por lo que nos acontece, viviéndolo desde la presencia de Dios, es lo que nos ha de convertir en seres especiales. No porque nosotros nos lo creamos así e hinchemos cada día nuestro ego, sino porque desde la presencia de Dios y la puesta en práctica de la Palabra de Dios vamos descubriendo la felicidad y la plenitud en cada cosa que realizamos y con cada persona con la que nos encontramos.
Amaneció en Portomarín en una etapa con miedos e incertidumbres, pensando si sería capaz o no de aguantar. Un fuerte dolor en los cuádriceps, especialmente en la pierna derecha, me hacía dudar de mi capacidad de resistir toda la etapa. Al principio pensaba que con calentar la comenzar a andar, se me quitaría el dolor; de hecho nada más salir de Portomarín y subir la primera cuesta (larga, por cierto), las sensaciones eran buenas y eso me ha tranquilizado. Al llegar al camino llano y las primeras bajadas el dolor se ha ido haciendo más agudo, y el miedo al abandono se ha hecho más grande. He bajado el ritmo, pensando en no forzar demasiado y en llegar cuanto antes a Palas de Reí. Así he caminado los veinticinco kilómetros.