Son muchas las tentaciones que tenemos, en manera de pensamientos, las que nos asaltan en el día a día. Se nos pasan cosas increíbles por la cabeza, que distan mucho de lo que somos. Sufrir una tentación y rechazarla no es pecado. Consentir y realizarla sí. Ten la fe y la fortaleza necesarias para que puedas mantenerte firme y ser fiel al Señor. Jesús se enfrentó al diablo que le ofreció de comer ante el hambre, poder y gloria si le adoraba y demostrar si era el Hijo de Dios lanzándose al vacío para que Dios mandase ángeles a recogerle (cf Lc 4, 1-3). Reconocer a Dios en nuestra vida y sobre todo su poder, a veces nos cuesta trabajo, porque nos resistimos a que Él nos guíe y nos muestre su voluntad. Es mucho mejor hacer lo que creemos y deseamos antes que someternos a la voluntad de Dios, que muchas veces dista de nuestra realidad y apetencias bastante. Es en la mente, en nuestro pensamiento donde comienzan a asaltarnos y donde más atentos tenemos que estar para no dejar que entren, y si lo hacen, saber rechazarlas.
demonio
La mejor defensa
Seguro que en más de una ocasión te has podido sentir bloqueado ante las situaciones que te han tocado vivir; son tan duras que mentalmente te desgastan de una manera brutal; tu mente se embota y cuesta trabajo pensar con claridad. No es fácil afrontar los momentos de angustia y de desasosiego porque las ideas van y vienen en nuestra cabeza y no paramos de dar vueltas a las situaciones que estamos viviendo. Para poder afrontar situaciones así, es muy recomendable acudir a la Palabra de Dios, porque en ella vamos a encontrar la respuesta a todas las situaciones humanas y espirituales que vivimos. Además, nos permite romper las barreras y estructuras mentales que nos hayamos podido crear en medio del fragor de esa batalla mental que producimos en nuestro interior, y, que a veces, tanto nos inquieta y agobia.
Nos dice el apóstol san Pablo: «Buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder. Poneos las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los espíritus malignos del aire. Tomad las armas de Dios para poder resistir en el día malo y manteros firmes después de haber superado todas las pruebas. Estad firmes; ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz» (Ef 6, 10-15). Las pruebas siempre son duras y difíciles; casi siempre nos agitan interiormente y nos suelen quitar la paz. A veces, cuando superamos las dificultades, caemos en la cuenta de que hemos perdido demasiadas cosas en esa lucha. Por eso es importante tomar las armas de Dios, para combatir en la lucha de cada día.
Dios siempre está de nuestra parte y dispuesto a echarnos una mano. En Él siempre vamos a encontrar la fuerza, el ánimo, la esperanza y la energía necesaria para superar cada situación que nos toque vivir y afrontar. El ánimo con el que vivamos y afrontemos nuestra vida es fundamental; de él depende parte de nuestro ímpetu en el desarrollo de nuestra vida, especialmente en medio de las turbulencias en las que nos podemos ver envueltos. Perder la fe, apartarnos de Dios y dudar de Él es el mejor trabajo que hace el demonio, para debilitarnos y hacernos sucumbir. Por eso hemos de estar firmes y preparados siempre. Ninguno sabemos en qué momento llegarán los problemas, pero sí que debemos de mantener viva nuestra fe en Cristo, para que apoyándonos en Él no nos sumerjamos en las profundidades de la oscuridad, del desánimo y la desazón.
Hemos de tener siempre la armadura de la fe, para poder soportar los golpes que la vida nos da. No podemos ir a pecho descubierto, porque entonces seremos mucho más vulnerables y fáciles de atacar. Rápidamente la perderemos, porque las dudas van “desangrando” nuestra esperanza hasta que la perdemos definitivamente y nos embarga la tristeza y la frialdad del corazón, porque hemos echado a Dios de nuestra vida.
Por eso, en cuestiones de fe, necesitamos la armadura de la justicia, que nos ayuda a estar cerca de Dios y resistir esos envites tan fuertes que la vida nos da. Ya que se encarga Satanás de sembrar en nuestra vida odio, mentira, desesperanza, dudas, desilusión… para que vivamos resignados, deja que Dios llene tu vida de su amor y que así puedas sentirte más que seguro en Él y rechaces toda tentación que te venga. «Dios es amor» (1 Jn 4, 8), y este amor es la mejor arma que puedes tener. Procura tener tu corazón siempre limpio para que el Señor habite en Él, y no consientas que en ningún momento entre nada malo en Él. Ya sabes, por experiencia, que la vida es un combate y Dios es la mejor defensa. No lo pierdas.
Sobre los malos pensamientos
Hay veces que se nos pasan malos pensamientos por nuestra mente. Son esos pensamientos fugaces que en ocasiones son difíciles de controlar y que turban nuestra paz por momentos. Sabemos el esfuerzo que nos supone tener la mente limpia y pura, sin contaminar, por ninguna falta ni remordimiento. Todos deseamos esa paz pura y verdadera que queremos tener en nuestro corazón. Para ello es importante saber dominar nuestra mente y controlar su forma de interpretar automáticamente todo lo que pasa por ella. En el evangelio tenemos casos concretos donde Jesús escruta el pensamiento de los fariseos cuando en su interior le juzgan a él mismo y a los demás (cf Mt 12, 25), porque perdona los pecados, expulsa demonio o acoge a los pecadores. No hace falta verbalizar lo que pensamos para tener estos pensamientos de juicio o de malos deseos hacia los demás. Salgamos con la ayuda de la fe de esta dinámica. Dejémonos ayudar por Jesucristo que quiere estar siempre presente en nuestra vida y que permanezcamos unidos a Él.
Somos pecadores y Dios nos ayuda
Somos conscientes de nuestras imperfecciones, de las limitaciones propias de nuestra condición humana, que tienen su origen el nuestros primeros padres, Adán y Eva (cf Gn 3), cuando tentados por la serpiente cometieron el pecado original: quisieron ser como Dios, aspirando a conocer y saber lo mismo que Él. Bien sabemos que esto es imposible, que por mucho que queramos los hombres nunca podremos ser igual que Dios, porque Dios es Infinito y nosotros limitados; Él es Eterno y nosotros mortales; Dios es Todopoderoso y nosotros pecadores. Somos conscientes de nuestra debilidad ante el pecado, y constantemente somos tentados e incitados a pecar. La tentación no es pecado, el mismo Jesús fue tres veces tentado por el demonio en el desierto (cf Mt 4, 1-11) y las rechazó. El pecado se comete cuando consentimos la tentación, caemos en ella y entonces pecamos.