No queremos tener problemas en nuestra vida de ningún tipo. Deseamos que siempre las cosas nos salgan bien, pero sabemos que hay muchas realidades que nos rodean, no dependen de nosotros y se nos escapan de las manos. No podemos llegar a controlarlo todo por mucho que nos empeñemos; muchas veces ni siquiera nuestras propias reacciones, esos impulsos innatos que cada uno tenemos y que cuando aflora nuestro ego, nuestro orgullo, hacen que saltemos como verdaderos resortes. Por eso luego nos arrepentimos, porque sabemos que lo hemos hecho mal, no hemos estado a la altura y nos hemos extralimitado. Necesitamos estar en esa tensión que nos mantiene despiertos y nos ayuda a mantenernos atentos, fuertes, con el instinto bien agudizado, para fortalecer nuestro autocontrol. Hay veces que podemos vernos superados, pero no debemos desfallecer, porque Dios quiere sacar lo mejor de nosotros mismos probando nuestra fe, nuestra fuerza de voluntad y nuestra propia resistencia. Tenemos que ser fuertes y estar atentos para no debilitar nuestra fe. Para esto están las pruebas, para que luchemos y nos fortalezcamos en nuestra vida espiritual, pues así es como progresamos y avanzamos en nuestro camino de vida.
Dios
La ilusión en Dios
Ninguno nacemos con todo aprendido. Tenemos que esforzarnos por aprender desde pequeños, mucho más si hay algo que queremos hacer y requiere mucho trabajo y esfuerzo, para llegar a dominarlo perfectamente. Seguro que conoces a personas que necesitan más esfuerzo que otras para llegar a sus objetivos. Son personas trabajadoras, perseverantes, insistentes en lo que se proponen y eso suple otras carencias que no tienen. Necesitamos tener sueños e ilusiones que nos permitan superarnos; necesitamos imposibles que nos ayuden a seguir creciendo, madurando, avanzando en nuestra vida, para que vayamos adquiriendo capacidades que en un principio no tenemos y que a base de trabajo y espíritu de superación, llegamos a dominar perfectamente. Quizás, a veces, discriminamos a los demás por su apariencia, porque no poseen cualidades que nosotros consideramos necesarias y que no tienen, pero gracias a las ganas de superarse, a su actitud y al trabajo bien hecho van dando pasos que los convierten en personas más maduras y auténticas.
Dios es mi roca
Queremos vivir tranquilos y sin demasiadas complicaciones que nos saquen de nuestra zona de confort. Preferimos que nuestras seguridades no las toque nadie, para así nuestra vida pueda andar bien segura, tranquila y en una paz controlada por nosotros, que no nos altere demasiado y que nos permita tener controlados nuestros tiempos y momentos. Al ser personas de fe, sabemos que Dios nos puede sorprender en cualquier momento, y puede mandarnos algo imponderable, lo cual nos desconcierta y no nos gusta, porque no sabemos lo que nos puede llegar a pasar ni a ocurrir. Así es Dios, cuando nosotros nos preocupamos por recoger muchos frutos de nuestra siembra, Dios se encarga de repartirlos; cuando queremos juntar todo lo que nos pertenece para tenerlo a buen recaudo, Dios se encarga de separarlo, de desparramarlo. Porque Dios no es como nosotros, rompe totalmente nuestros esquemas y hace que nuestra vida se tambalee para que así aprendamos a fiarnos totalmente de Él.
Me encomiendo
Hace unos meses una persona, que prefiere estar en el anonimato, me compartió esta experiencia vital. Acababa de pasar un gran bache y después de que todo pasó, ha querido compartir su fe, lo que en los momentos de dificultad le hace agarrarse al Señor, con lo que desde pequeña ha aprendido de sus mayores. Y es que todos necesitamos que nos enseñen y acompañen cuando aún estamos dando nuestros primeros pasos en la fe. Y en nuestra fe adulta, somos nosotros los que tenemos que compartir y transmitir también nuestra fe, desde nuestra propia experiencia personal.
Dice así:
Cada uno de nosotros vivimos la fe según nos han inculcado desde pequeños,en mi caso siempre en mi familia he escuchado “encomiéndate” y verás como todo se soluciona. Ya en la madurez cada vez entiendo mejor lo que significa. Cuando las personas que más quieres se van; cuando hay grandes socavones en el camino y en la más absoluta soledad me encuentro, yo me encomiendo. Me encomiendo a Dios Padre, porque siempre está conmigo; me encomiendo a las personas que se han ido, porque me cuidan desde el cielo. Respiro, cojo fuerzas y hago mis oraciones.
Excusas para no rezar
Muchas son las justificaciones y excusas que solemos poner a los demás, a nosotros mismos y al Señor, para poder explicar nuestras actitudes. Muchas veces, por no decir siempre, quedan distantes de aquello que pensamos o hemos dicho. Hay veces que acudimos a ellas de una manera habitual y natural, procurando quedar bien para que así nuestra imagen no se vea dañada o para que los demás no se enfaden, aunque eso suponga tener que faltar a la verdad o no ser nosotros mismos. Otras somos esclavos de nuestras propias palabras, especialmente cuando no las medimos bien, o las decimos de una manera superficial para no quedar mal ante nadie, quedamos comprometidos y también en evidencia en multitud de ocasiones.
Tiempo para tu plan de vida
El tiempo perdido no vuelve. Cuántas veces dejamos que pase el tiempo, perdiendo muchas oportunidades de hacer grandes cosas; por comodidad o pereza solemos dejarnos llevar y desaprovechamos muchos momentos de demostrarnos a nosotros mismos que con fuerza de voluntad y tesón somos capaces de hacer grandes cosas y de superarnos enormemente, cambiando inercias y haciendo realidad proyectos e ilusiones que parecen irrealizables en nuestra vida.
El deseo de Dios
A menudo experimentados el deseo, esperando que se cumplan los anhelos que tenemos en nuestro corazón y aquellas aspiraciones más profundas que tenemos en nuestra vida. Siempre queremos lo mejor para nosotros y para los que nos rodean, pues queremos que la felicidad y todo lo bueno ocurra para así disfrutar de la vida y poder sentirnos realizados. Solemos emplear gran parte de nuestras fuerzas por conseguirlo y de ello depende también nuestro grado de realización personal y satisfacción en nuestra vida. Hay veces que nos centramos tantos en nuestros anhelos que nos llegamos a obsesionar y a impacientar interiormente, pues vemos que lo que queremos no llega en un corto espacio de tiempo y esto nos inquieta, nos desconcierta y hasta nos llega a quitar la paz interior, a veces tan vulnerable en nuestras vidas. Cuando deseamos algo y se cumple nos sentimos felices, encantados…; el problema viene cuando nuestros deseos no se cumplen y no somos capaces de asumir que las cosas no salen como a nosotros nos gustarían, aquí solemos sufrir mucho más y nos sentimos peor.
Déjate ilusionar por Dios
¡Qué bonito es que te propongan realizar algo que te hace mucha ilusión o que pongas un proyecto en práctica que tienes mucho deseo de realizar! Cierto es que la ilusión es capaz de motivarnos hasta niveles impensables y con ella podemos alcanzar lo que nos propongamos si somos capaces de luchar por lo que creemos. Nos llenamos de fuerza y entusiasmo y nuestra persona cambia por completo, también nuestro rostro lo transmite sobre todo cuando hablamos de ello con los demás. Necesitamos tener ilusiones en nuestra vida que nos ayuden a seguir creciendo y construyendo el Reino de Dios; que nos permita vivir nuestra fe y dar razón de ella ante los hermanos compartiendo con ilusión nuestra experiencia del encuentro con Cristo, que es la esencia de nuestro ser cristiano.
Amados de Dios
Todos experimentamos en nuestra vida el amor de los demás que se manifiesta a través de gestos y palabras. Cuando las palabras vienen refrendadas por los gestos, cuánto disfrutamos y qué bien nos sentimos, porque amar y sentirse amado es maravilloso. Sabemos que el amor hay que cuidarlo, porque si no se va desgastando, terminamos perdiéndolo y lamentándonos por lo que tuvimos en nuestras manos y dejamos escapar. Es importantedejar que el Señor te enseñe a amar, pues así tu fe crecerá y dejarás que sea el Señor quien te vaya guiando por los caminos de ese amor incondicional que nos propone como modelo para imitar.
Sobre la soberbia
Hay muchas veces donde pensamos que somos mejores que los demás en lo que hacemos; que nuestras opiniones o forma de hacer las cosas son las correctas con respecto a los otros, y estamos convencidos que si actúan como decimos, todo saldría mucho mejor, porque hay veces que nos complicamos la vida demasiado. No es fácil corregir a los demás y llevarlos a la verdad, a que caigan en la cuenta de los errores que están cometiendo. A la hora de hacerlo hemos de ser muy prudentes a la hora de decir lo que pensamos, pues podemos ofender al otro o simplemente que se sienta atacado o juzgado.
Dada nuestra imperfección podemos decir que a la hora de opinar y de corregir no somos infalibles, todos participamos de la verdad por muy objetivo que lo veamos todos. Nosotros vemos una cara y los demás pueden ver otra totalmente distinta. Sirva el ejemplo de la luna cuando la contemplamos en el cielo. Todos la vemos desde perspectivas distintas, y sabemos que es la luna, pero ninguno la vemos en su totalidad, solemos ver una parte, la que tenemos frente a nosotros, pero no vemos lo que hay detrás, aunque bien sabemos que es la luna.