Dejarse llevar por el desánimo es perder la esperanza. En el Evangelio le ocurrió a los discípulos después de la crucifixión de Jesús. Salieron a pescar (cf Jn 21, 1-14) y después de toda la noche faenando volvieron a tierra con las redes vacías. Sus esperanzas se habían visto truncadas al ver a Jesús muerto en la cruz. Pedro había dicho que Jesús «era el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo» (Mt 16, 16). Pero la muerte de Jesús les había nublado el entendimiento y la decepción había inundado sus corazones. La consecuencia: las redes vacías y lo que es peor, sus corazones también.
Dios
La aventura de confiar
En muchas ocasiones he manifestado que Dios nos ha dado a cada uno una serie de dones con los que sabe que vamos a alcanzar la felicidad plena. Lo que nos ocurre es que las comparaciones que nos hacemos con los demás nos impiden verlos claramente y nos infravaloramos tanto que en ocasiones terminamos anhelando lo que no tenemos y no sacando todo lo bueno y bello que hay en nuestro interior. Si te quieres de verdad no dejes de mirar a tu interior y compartir con generosidad todo lo que tienes, porque así empezarás a irradiar todo lo que tienes guardado y vivirás en plenitud, porque serás feliz y saborearás cada uno de los momentos que vives.
La bondad del corazón
Ponerse en el lugar del otro y entender cómo se siente para poder ayudarlo o ser un apoyo en los momentos de dificultad es un don de Dios. Ante la situación que se está viviendo en Ucrania he tenido una conversación con una persona donde me contaba su disposición para acoger a refugiados en caso de que fuera necesario. Me ha alegrado escuchar lo que me estaba diciendo y me ha encantado más aún ver cómo desde la vivencia de la fe nace el deseo y el compromiso de querer ayudar a los demás ante situaciones dramáticas como las que estamos viviendo en estos días, porque el dolor y el sufrimiento del hombre no puede hacer indiferente al creyente; más bien te hace tomar partido desde tu propia realidad comprometiendo tu vida y siendo consciente de los cambios que este compromiso te puede acarrear en tus hábitos de vida.
Los tiempos de Dios son perfectos
Los tiempos de Dios son perfectos, aunque es cierto que a veces nos cuesta trabajo comprender, aceptar y afrontar lo que nos va poniendo en el camino y que tanta dificultad nos provoca y supone. Aceptar lo que nos pasa lleva su tiempo y cuesta su trabajo. Confiar en Dios es lo que tenemos que poner en práctica los creyentes, aunque hay veces que nos resistimos por la revolución interior tan importante que tenemos. Todo lleva su proceso y cómo no, su tiempo.
Oración a Jesús
Déjame mirarte a los ojos Jesús para conocerte mejor y poder adentrarme un poco más en la profundidad insondable de tu alma y de tu corazón. Donde yo no soy nada y Tú lo eres todo. No sé, Jesús, cómo te has podido fijar en mí y qué has visto para elegirme y confiar en mi persona. Sabes de mis debilidades y miserias, y que no soy digno…, pero gracias por pararte a hablar conmigo y pedirme que te siga.
A veces pienso que no estoy a la altura, pero Tú me miras y me siento seguro.
Ir a la montaña
Mantenerse firme en la fe, estar de pie en medio de las dificultades, no caerse por mucho que arrecie la tormenta y el viento, ser constante en los propósitos y por mucho que cambien las situaciones permanecer en el mismo lugar. Así es como Jesús nos invita a que nuestra vida sea siempre un reflejo de la fuerza que Él nos da, aunque somos conscientes de que en medio de la tempestad pasamos dificultad, inquietud, temor, inseguridad… y tantas sensaciones que vivimos que nos han de ayudar a tomar conciencia de lo importante que es confiar en Dios para permanecer en Él.
Dios siempre tiene palabras adecuadas
Dios siempre tiene palabras adecuadas para ti, en cada momento. Esas palabras que en ocasiones cuesta trabajo oír porque no las percibimos con suficiente claridad. Hay veces que queremos que todo nos lo den masticado y hecho para no tener que molestarnos ni complicarnos demasiado. Dejarnos llevar por esa comodidad nos empobrece personalmente, especialmente en el ámbito de la fe, pues Dios pone en nuestras manos los instrumentos necesarios para que utilizándolos adecuadamente seamos capaces de dar mucho fruto. Cuando las preocupaciones se hacen más fuertes y llegan a agobiarnos más de lo esperado, porque la vida no marcha como nos gustaría; cuando la impotencia nubla la visión y todo parece que está perdido y que no sirve para nada; cuando las lágrimas nos asaltan y nos llenan de pena y desesperación… es cuando más necesitamos ese brazo por encima de quien más queremos y amamos, del Señor, que nos dice: “Tranquilo, no temas que estoy contigo”.
La fe mueve montañas
«Si tuvierais fe como un grano de mostaza, le diríais a aquel monte: “Trasládate desde ahí hasta aquí”, y se trasladaría» (Mt 17, 20). Es cierto que la fe mueve montañas. Ya lo dice el Señor Jesús en el Evangelio, para que nos demos cuenta de con fe todo lo podemos. Cuando lo ves en primera persona es cuando te das cuenta de lo grande que es el Señor y de la fortaleza, esperanza y consuelo que nos da. Puedo decirte lo gozoso que me resulta constatarlo cuando en los momentos más importantes de la vida de una persona te lo muestra con toda claridad. Dios es muy grande, y el corazón de quien lo acoge y transmite con esa fe y devoción se hace también muy grande. Entonces me doy cuenta de lo unido que te puedes sentir a una persona desde la fe a pesar del mucho o poco trato que puedas tener con ella. Porque ya no es la afectividad la que te une, sino que es el mismo Señor quien se hace presente; y en ese tú a tú, Él lo hace todo distinto. Y las montañas que pueden parecer grandes obstáculos en la vida, insalvables y dolorosos, el Señor las mueve de una manera sorprendente para que la dificultad o sufrimiento se transforme en un testimonio precioso del amor de Dios, de la esperanza con la que llena el alma, de la fortaleza con la que te mantienes firme en un momento difícil y de la fuerza que cobran las palabras cuando salen del corazón llenas de certeza, para decir, a pesar de las lágrimas, que Dios sostiene tu vida y que esa montaña tan grande que te impide ver lo que hay detrás, de repente desaparece y lo ves todo con claridad, con una mirada distinta, porque en medio del sufrimiento estás mirando con los ojos de la fe, con los ojos del Señor.
Dios lo da a sus amigos mientras duermen
Hay veces que vivimos en la preocupación constante. Hasta nos adelantamos a los acontecimientos y nos llenamos de ansiedad y preocupación, viviendo angustiados pensando en lo que se nos viene encima, para luego ser conscientes al poco tiempo que el Señor es quien tiene el control de la vida. No queremos que nuestra vida esté siempre llena de preocupaciones ni inquietudes, sino que la queremos vivir llena de gozo, felicidad y tranquilidad. Pero esto no depende de nosotros muchas veces, porque no elegimos los momentos ni las circunstancias. Lo que sí elegimos es cómo vivirlo y afrontarlo. Dice el salmo 127: «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas. Es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde, que comáis el pan de vuestros sudores: ¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!» (Sal 127, 1-2). Dios siempre quiere ayudarnos en nuestras necesidades, y si confiamos en su providencia desde luego que lo hará, porque incluso antes de que lo necesitemos sentiremos fuertemente su ayuda y amor. No se trata de controlar nuestro propio futuro, sino de ponerlo en sus manos para que nos llene de su presencia y así podamos sentirnos seguros y confiados, sensaciones fundamentales que necesitamos para mantener la calma y caminar en paz.
Cuidar al otro
Siempre nos gusta sentir cercanas a las personas que son importantes para nosotros, especialmente cuando el camino se nos hace más cuesta arriba. ¡Cuánto lo agradecemos! Nuestra condición humana constantemente necesita del alimento que supone para nuestra persona el cariño, la cercanía, la ayuda, la solidaridad, el respeto y la opinión de quienes nos son más cercanos. Por eso es importante cuidar mucho la reciprocidad en nuestras relaciones personales. Cada día las iremos enriqueciendo y consolidando con más fuerza desde la sinceridad y el amor verdadero. Podremos tener nuestros altos y bajos en nuestra entrega y apertura a los demás, todos tenemos nuestras rachas, pero, no puede ser la misma persona la que siempre está tirando del carro, porque puede llegar a desgastarse. Cuidar al otro es fundamental, y que sienta y vea que ponemos de nuestra parte y nos entregamos aunque sea en menor media por las dificultades en las que nos encontremos, también. Todos necesitamos nuestros tiempos y momentos, pero no podemos ser egoístas ni comodones; también es necesario que mostremos nuestras vivencias por muy mal que nos encontremos. Cuidar y dejarse cuidar han de ir de la mano siempre.