Hacer las cosas de corazón nos llena de satisfacción y de paz. Jesús, que es el Buen Pastor, nos muestra también su corazón lleno de amor y de misericordia, para que podamos comprender cómo de grande es el amor que Dios Padre nos tiene a cada uno y cómo nos quiere acoger y comprender tal y como somos; a cada uno desde nuestras propias limitaciones y pecados, sintiéndonos hijos suyos y disfrutando del hecho de que Dios nos ha pensado, nos llama a cada uno por nuestro nombre y nos hace partícipes de su proyecto de llevar su amor allá donde estemos y haciéndonos herederos de su Reino de Amor. Por eso te invito a que mires a tu corazón y recuerdes ese primer amor que tuviste hacia Dios, que te ayuda a seguirlo cada día, a confiar en Él y tenerlo en el centro de tu vida, de tu corazón. Jesús nos enseña que el corazón de Dios nunca se cansa ni tiene límites; no se da por vencido ante las dificultades y siempre se entrega en todo lo que realiza; nos deja libres para que decidamos qué es lo que queremos hacer y cómo queremos vivir; en él volvemos a descubrir cada día lo que significa amar hasta el extremo (cf. Jn 13, 1), porque siempre quiere llegar hasta el final, siendo fiel a la misión que el Padre le encomendó. Lo mismo tenemos que aprender a imitar nosotros: aprender de la fidelidad de Jesús en la Cruz.
Dios
Obedece a Dios y no a los hombres
Mantenernos fieles a la Palabra de Dios y vivirla con radicalidad es exigente y a veces difícil, porque el nivel de renuncia que hemos de tener hace que tengamos que negarnos a nosotros mismos, y no siempre estamos dispuestos. Dice el apóstol san Pedro: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5, 29) cuando el Sanedrín quiere prohibirle que predique a Jesús Resucitado. Caminar contracorriente, ser auténtico a tus ideas y a tus deseos muchas veces hace que camines solo y que no sientas el apoyo de nadie. Esta es la libertad de los hijos de Dios que quieren vivir su fe y cumplir los mandatos del Señor, porque nos llevan al camino de la felicidad, de la plenitud. Obedecer a Dios cuesta, pero nos permite ser verdaderamente libres, porque nos permite dejarnos llevar por el Espíritu de Dios a donde quiera y reconocer su presencia en cada persona con la que nos encontramos. Obedecer a Dios es reconocer la verdad y no quedarnos estancados en el conformismo que hace que bajemos los brazos y nos dejemos llevar por lo que piensan los demás, arrastrados a unas dinámicas que nos debilitan y hacen más vulnerables ante las tentaciones que nos asaltan.
El regalo de acoger
Como discípulo de Jesús estamos llamados a seguirle, a tener confianza con Él. Para desarrollarla tenemos que aprender y educarla dentro de la comunidad, compartiéndola con los demás, que forman, a su vez, parte de la propia familia. Como discípulo estás invitado a confiar, a ser amigo de Jesús, a correr su misma suerte, compartiendo su mismo cáliz: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15, 15). Discípulo es quien aprende a vivir en la confianza de amistad con Jesús. Por esto, la carta de presentación de un cristiano es el Evangelio, que nos habla de discipulado, de identidad. Así es como Jesús nos llama, y como a los discípulos, nos envía a dar testimonio y razón de nuestra fe, con unas instrucciones claras y precisas, que nos invitan a no improvisar y a no hacer las cosas como buenamente podamos. Más bien al contrario, Jesús quiere que hagamos las cosas auténticamente desde el primer momento.
Por el Reino
Jesús siempre pide a los apóstoles que tengan fe en Él; son muchas las ocasiones en las que les dice: «Hombre de poca fe» (Mt 14, 31), ante las dudas que ellos tienen para fiarse plenamente de Jesús y creer en Él. Por eso Jesucristo se presenta como «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6), porque Él es el Camino que nos conduce a Dios Padre, la Verdad que da sentido a nuestra vida, a nuestra existencia y la Vida que nos transmite para que alcancemos la alegría y la plenitud en nuestra vida. Por eso la fe nos lleva a un seguimiento auténtico de Jesucristo que viene a nuestro encuentro para que le sigamos y nos sintamos plenamente realizados como creyentes. El Señor nos ha creado libres y el Evangelio nos enseña a vivir en esta libertad verdadera porque somos hijos de Dios, porque además nos lleva a la renuncia de nuestro propio yo y esto se convierte en un misterio de amor. Cuando eres capaz de abnegarte, de sacrificarte por los demás, de entregar tu vida sin esperar nada a cambio, estás actuando por amor verdadero, dejándote llevar por el Señor a la entrega total del corazón, donde dejas de pensar en ti mismo para pensar en los demás.
Sé valiente y valeroso
Seguro que en algún momento de tu vida te has sentido con las fuerzas y el coraje suficiente para afrontar con entereza y firmeza las dificultades que se te presentan. La valentía nos permite dar ese paso al frente y ser punta de lanza en multitud de ocasiones, enfrentándonos a situaciones difíciles que llegan a nuestra vida por sorpresa. No es necesario pelearse, ni provocar tensiones, Dios nos da la valentía para mantenernos fieles, estando siempre con Él y perseverando en nuestra vida de fe, siendo conscientes de que hemos de cuidarla por encima de todo. Caminar contra corriente precisa de valentía y de coraje, para no dejarte llevar por tantas personas que no tienen a Dios en su vida; su palabra no es significativa y no la interiorizan, sin llegar a descubrir la fortaleza que es capaz de llegar a dar al alma de cada uno. Hay gente que actúa con maldad, haciendo daño a los demás, dejándose llevar por el rencor, el odio…, y despreciando todo lo que el otro es capaz de realizar. Es muy fácil hacer lo malo, dejarte seducir por los placeres de la carne. Te haces un flaco favor viviendo así, porque te estás privando de saborear la grandeza del Señor en tu propia vida.
Que no te asuste la cruz
Tenemos claro como creyentes lo importante que es compartir y acompañar a Jesucristo en su Pasión y Muerte; también sabemos que hemos de asumir la cruz de cada día y cargar con ella para seguirle, pero, cuesta trabajo e incluso a veces da miedo cogerla porque tiene más peso en nuestra vida la comodidad, lo fácil… que lo complicado y auténtico. ¿Qué precio le pones al Señor en tu día a día? Quizás nuestras treinta monedas de plata son nuestro bienestar, la vida fácil, las seguridades que tanto esfuerzo nos ha costado llegar a conseguir; cada uno sabemos aquello a lo que no estamos dispuestos a renunciar; y nos planteamos si nos merece la pena seguir a Jesús o no. A veces es demasiado triste constatar en nuestras vidas que Dios no es tan importante, que hay situaciones que están por encima de Él, y terminamos dañando nuestra fe, debilitándola. La falta de ilusión, provocada por norma general por la falta de oración, hace que Cristo deje de ser el centro de nuestra vida, que nuestra pasión por Él se pierda y poco a poco comencemos a alejarnos de Él, casi sin darnos cuenta, enfriando nuestra alma y entrando en una dinámica de vacío de Dios que torpedea nuestra vida espiritual.
Llena tu alma del amor de Dios
Ante las dificultades con las que podamos encontrarnos a lo largo de nuestra vida y por muy complicadas que sean las circunstancias que vivamos, tenemos que comportarnos como servidores de Dios, que siempre está con nosotros y nos trata como verdaderos hijos suyos. Él no nos abandona, siempre está a nuestro lado, pendiente de nuestras necesidades y esperando para darnos a cada uno lo que más necesitamos. Es cuestión de fe, el poder llegar a esta experiencia vital, que nos permite afrontar cada adversidad con una esperanza única que nos sana. Dios siempre nos da trato de hijos, nunca se olvida de nosotros, nos mira con cariño y siempre nos está cuidando desde el cielo. Que esta certeza de fe sea siempre para ti un consuelo, pero sobre todo la seguridad que te hace sentirte en las buenas manos del Padre; en sus manos no has de temer porque te sentirás protegido y comprobarás como Él te da la paz, la serenidad y la confianza más absoluta en los momentos difíciles y cuando parece que todo está perdido.
Es Viernes de Dolores
Es Viernes de Dolores, Viernes de Pasión. Nos adentramos en las puertas de la Semana Santa con el deseo de acompañar a Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección, pero sobre todo con que nos toque el corazón de una manera especial, transformando y cambiando nuestras vidas. Es el paso de Jesús y también puede ser tu paso, el salto definitivo del hombre viejo al nuevo, la llamada que Jesús te hace. ¿Eres fiel a Cristo? ¿Has dado pasos durante esta Cuaresma que te han acercado más a Dios? ¿Cómo vives tus actividades cotidianas? Es necesario dar pasos para no quedarse estancados, para que puedas decir que Cristo vive en ti, que eres reflejo de lo que vives y experimentas en tu oración personal con Él. Es Viernes de Dolores y es tu oportunidad. No la desaproveches porque el Señor Jesús, una vez más, está pasando delante de ti para invitarte a seguirle, a quitarte las máscaras, la ropa vieja que llevas… porque quiere renovarte, hacerse más presente y fuerte en tu vida y ayudarte a que tu conversión sea definitiva.
Amar a Cristo
Si quieres amar a Cristo has de pasar tiempo con Él, has de hablar, has de tratarle con toda la dedicación del mundo, siendo consciente de que Él siempre quiere estar contigo, nunca se cansa de ti. Es una experiencia hermosa, darse cuenta de la necesidad que tienes de Dios. Es como vivir una relación muy especial con la persona más amada, que ha de ser Cristo, que se ha entregado por ti y se hace presente cada día, a través de la Eucaristía, para llegar a tu corazón, y así llenarlo de vida y de amor para que puedas dar sentido a todo lo que vives. No hacen falta grandes palabras ni discursos para dialogar con Jesús, lo más importante es que le abras tu corazón, para que Él pueda entrar y llene tu vida de verdadero amor y así te entregues a los demás siguiendo sus pasos. Jesús habla en el silencio, cuando eres capaz de hacer silencio en tu interior y no te dejas llevar por pensamientos, quehaceres, experiencias pasadas…, pues en la vida de fe, el encuentro con Cristo es vital para que todo fluya y tenga sentido. Deja que sea tu corazón el que hable, que te permite sacar lo mejor de ti mismo y entregárselo a los demás, y por ende a Dios.
Entregarse a Dios
«Procura con toda diligencia presentarte ante Dios como digno de aprobación, como un obrero que no tiene de qué avergonzarse, que imparte con rectitud la palabra de la verdad» (2 Tim 2, 14).