El Señor siempre cuida a los que se ponen en sus manos. Hay veces que no entendemos porqué Dios pone dificultades y sorpresas en nuestro camino, sin comprender en primera instancia qué es lo que se propone con nuestra vida; pero es cierto que cuando estás totalmente abandonado en sus manos, lo que te desconcierta y descoloca, con el paso del tiempo vas constatando que lo has vivido ha merecido la pena y tomas conciencia de cómo el Señor te cuida, te guía y va por delante de ti; entonces te das cuenta de lo grande que es y cuántas gracias tienes que darle por cómo va dirigiendo tu vida día a día sin apenas darte cuenta.
Son muchos los momentos que no vemos con claridad, las veces que creemos que ante nuestras dificultades no tenemos salidas, aparentemente. Aunque no entandamos nada, Dios siempre está ahí, sosteniéndonos y cuidándonos,pendiente de cada uno y dispuesto a darnos lo que necesitamos. Es importante saber abrirle la puerta de nuestro corazón y nuestra alma para que pueda entrar de lleno en nuestra vida y ayudarnos a sobreponernos y salir adelante. Lo normal es que nos cerremos en banda, nos bloqueemos y obsesionemos con nuestra situación, porque nos sentimos agobiados, desbordados y en un callejón sin salida. Nuestra mente se embota y no dejamos de pensar ni preguntarnos. Encerrarnos en nosotros mismos y obsesionarnos con nuestra angustia y sufrimiento, lo único que va a suponernos es un vacío más grande y un malestar mayor.
Confianza absoluta, es la llamada que nos realiza la fe día tras día de nuestra vida. Sabemos de la dificultad que entraña en los tiempos que vivimos fiarnos de los demás, poner toda nuestra confianza en las personas que nos rodean. Hay muchas personas que dicen que hay secretos que no se cuentan a nadie, ni a los más íntimos. Preferimos guardarnos bien nuestras intimidades porque así nadie nos puede traicionar. Es como si nuestro corazón albergara dudas sobre la fidelidad de los que están a nuestro lado, pues su reserva no es del todo fiable al cien por cien. Actitudes así, son las que ayudan a que sigamos sembrando el mal a nuestro alrededor, porque estamos poniendo límites a la bondad, tanto la de los que nos rodean como la nuestra propia. Un brote de desconfianza se va haciendo, paso a paso, presente en nuestra vida y va cobrando fuerza con las experiencias, desencantos y decepciones que se nos van presentando. No podemos convertir nuestra vida en formalismos y costumbres sin vida. La capacidad de sorprendernos por lo que nos acontece, viviéndolo desde la presencia de Dios, es lo que nos ha de convertir en seres especiales. No porque nosotros nos lo creamos así e hinchemos cada día nuestro ego, sino porque desde la presencia de Dios y la puesta en práctica de la Palabra de Dios vamos descubriendo la felicidad y la plenitud en cada cosa que realizamos y con cada persona con la que nos encontramos.
Amaneció en Portomarín en una etapa con miedos e incertidumbres, pensando si sería capaz o no de aguantar. Un fuerte dolor en los cuádriceps, especialmente en la pierna derecha, me hacía dudar de mi capacidad de resistir toda la etapa. Al principio pensaba que con calentar la comenzar a andar, se me quitaría el dolor; de hecho nada más salir de Portomarín y subir la primera cuesta (larga, por cierto), las sensaciones eran buenas y eso me ha tranquilizado. Al llegar al camino llano y las primeras bajadas el dolor se ha ido haciendo más agudo, y el miedo al abandono se ha hecho más grande. He bajado el ritmo, pensando en no forzar demasiado y en llegar cuanto antes a Palas de Reí. Así he caminado los veinticinco kilómetros.
Una jornada dura marcada por la subida al O Cebreiro, monte que nos da la bienvenida a Galicia y nos acerca un poco más a Santiago de Compostela. Toda la etapa venía condicionada por esta subida. Las primeras sensaciones buenas, pero con expectación de lo que estaba por venir, porque aunque parece que tienes todo controlado, el Camino, como la vida, siempre sorprende y suele ponerte en su sitio, sin contemplaciones. Un cierto temor siempre me ha acompañado hasta el final de la etapa, porque no era capaz de prever la reacción de mi cuerpo, aunque sí me sentía bien y consciente de que podía llegar al final yendo con calma y cabeza. ¡Qué importante es conocerse a sí mismo! Aunque a veces no nos resulta fácil mirar dentro de nosotros. Abrir el corazón a uno mismo es una tarea hermosa, pero otras veces no tanto. Parece que en ocasiones nos da miedo observarnos, porque supone enfrentarnos a nosotros mismos y asumir nuestros miedos, debilidades, flaquezas… ¿Estás dispuesto? Conocerse a sí mismo es todo un reto que te ayuda a saber tomar buenas decisiones buscando lo que da equilibrio y te hace estar más seguro de ti mismo.
Las desesperanzas y fracasos de la vida hacen que caminemos tristes, desorientados, cabizbajos, confundidos…; es como si fuera volver atrás con la sensación de que todo es un desastre y de que no hay solución ante los problemas. La esperanza no se encuentra y parece que la desesperación se empieza a hacer fuerte en nuestra vida. Esto es lo que les ocurrió a los discípulos de Emaús, cuando regresaban a sus casas; todo estaba perdido, sus aspiraciones habían desaparecido con Jesús crucificado. No podían dar crédito a que Jesús, que había hecho tantos milagros, terminase en la cruz de la vergüenza; no podían entender que Dios no salvase a su propio Hijo de una muerte tan infame. La Cruz se había convertido para ellos en una decepción de la idea que Jesús les había transmitido de Dios; todas las ilusiones que habían nacido al lado de Jesús se habían desvanecido y los ojos nuevos con los que habían aprendido a mirar la vida desde el Evangelio de Cristo se habían cerrado con la losa del sepulcro.
Es Viernes de Dolores, Viernes de Pasión. Nos adentramos en las puertas de la Semana Santa con el deseo de acompañar a Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección, pero sobre todo con que nos toque el corazón de una manera especial, transformando y cambiando nuestras vidas. Es el paso de Jesús y también puede ser tu paso, el salto definitivo del hombre viejo al nuevo, la llamada que Jesús te hace. ¿Eres fiel a Cristo? ¿Has dado pasos durante esta Cuaresma que te han acercado más a Dios? ¿Cómo vives tus actividades cotidianas? Es necesario dar pasos para no quedarse estancados, para que puedas decir que Cristo vive en ti, que eres reflejo de lo que vives y experimentas en tu oración personal con Él. Es Viernes de Dolores y es tu oportunidad. No la desaproveches porque el Señor Jesús, una vez más, está pasando delante de ti para invitarte a seguirle, a quitarte las máscaras, la ropa vieja que llevas… porque quiere renovarte, hacerse más presente y fuerte en tu vida y ayudarte a que tu conversión sea definitiva.
«Entonces decía a todos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará”» (Lc 9, 23-24). Aceptar los sufrimientos de cada día, desde la fe, sin rebelarnos contra Dios, a pesar de las lágrimas que siempre afloran ante el sufrimiento y el dolor, nos santifica, porque nos acercan más al Señor. Cada día debemos vivir lo que acontece, con sus dificultades y alegrías. Lo dice el Jesús también: «No os agobies por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia» (Mt 6, 34). Cada día tiene su propia cruz, sus propios momentos, y estamos llamados a vivir día a día, cada momento con sus circunstancias, con la sabiduría que vamos adquiriendo a través de cada experiencia que vamos viendo.
Jesús en el Evangelio nunca dice nada que nos perjudique, más bien al contrario, por eso al escucharle decir que debemos negarnos a nosotros mismos y tomar nuestra cruz de cada día, es porque es bueno para nosotros, aunque nos duela. No entendemos el plan de Dios, los caminos de Dios no son nuestros caminos (cf Is 55, 8), porque ante Dios somos imperfectos, limitados y pecadores, y aunque nos creamos dueños de nuestra propia vida y con criterios para valorar lo que está bien o mal, Dios es Dios y no se equivoca; tener fe en Dios es negarnos a nosotros mismos, a nuestras propias razones, juicios, formas de ver la vida, y ponernos ante Su presencia que nos supera y desborda. Sacar lo positivo de una desgracia nos cuesta mucho trabajo, quizás con el tiempo y desde la distancia podamos llegar a comprender. Aunque el dolor nos descoloca, como dice S. Agustín, si “Dios sabe sacar bien del mal” es porque sabe que podemos afrontarlo con su ayuda y llegar a superarlo. Para esto Jesús bebió el cáliz de la cruz, pasó por la angustia y la muerte; porque negándose a sí mismo supo abandonarse en Dios y dar el paso a la Vida.
Con la muerte de Cristo somos capaces de dar sentido al dolor y al sufrimiento; cargamos con el peso de la cruz y avanzamos, para superar y afrontar las enfermedades, la muerte de nuestros seres queridos, los fracasos personales. La tentación de renegar de Dios en momentos así es dar un paso hacia la oscuridad del alma, hacia el vacío existencial que nos deja en la nada más absoluta. Dios es sustento para los que creen y ponen también sus esperanzas en Él, porque nos hace caer en la cuenta de lo que es importante y fundamental en la vida. Todo pasa a un segundo plano cuando nos vemos sacudidos, vapuleados por la cruz que de repente se nos presenta. Somos capaces de hacer las reflexiones más serias y profundas de nuestras vidas, y hemos de buscar la manera de seguir avanzando en el camino de la vida, con la ayuda de los Cirineos que caminan a nuestro lado codo con codo.
Aceptar la cruz desde la serenidad y con entereza es no vivir en la queja ni sentir lástima de uno mismo, a pesar del peso de la cruz, pues hay cruces y cruces. Ábrete a la Gracia de Dios para que pueda actuar en tu dolor, en tu sufrimiento. Que la oración sea el cauce por el que llegar a sentirte unido a Cristo crucificado, y así, al estar íntimamente unido a Él llegar a sentir cómo la paz invade tu alma y te conviertes así en testimonio para los demás. Porque tu experiencia de vida y tu manera de caminar a pesar de las dificultades te hacen ser reflejo de Dios. Hay vivencias que no podemos evitar, y de todo hemos de aprender. Cada uno desde su capacidad de aceptación y desde la determinación que tenga para avanzar. Es cierto que el ánimo es importantísimo, pero no menos, la confianza depositada en el Señor, que nos permite mantenernos firmes y no vacilar, a pesar de que los ojos se nublen por las lágrimas y se nos encoja el corazón y el alma. Dios nunca falla, siempre está a nuestro lado, sosteniéndonos en la dificultad e increpando al viento y al agua para que todo se calme a nuestro alrededor.
Nos hemos acostumbrado al dolor y al sufrimiento ajeno. Vemos a nuestro alrededor personas que lo están pasando mal y que sufren necesidad, y a veces, pasamos de largo ante ellas, indiferentes a lo que están viviendo. Sumergidos en nuestros quehaceres, preocupaciones, prisas, agobios… vivimos cada uno a lo nuestro, pensamos que con lo que tenemos encima ya es suficiente y continuamos avanzando en ese camino del pecado de omisión que no hace más que hacerse más grande cada vez. Podemos correr el riesgo de pensar que no vamos a cambiar el mundo, ni paliar la pobreza; podemos justificarnos diciendo que son realidades que se nos escapan de las manos; pero es cierto que cada uno podemos tener gestos y detalles con los que nos rodean y sí que podemos transformar con nuestro granito de arena los ambientes en los que nos movemos. Precisamente porque no podemos dejar de hacer el bien, no podemos pasar de largo ante situaciones incorrectas y que a nosotros nos competen, porque están pasando delante nuestra. Lo fácil es mirar a otro lado, es dejar que todo siga igual y así tú no te complicas la vida.
Hay veces que nuestro camino se hace demasiado cuesta arriba. La vida nos marcha bien, hasta que de repente nos llegan sorpresas inesperadas que nos hacen reaccionar, tanto para bien, como para mal; según nos pille y dependiendo del ánimo con el que nos encontramos, reaccionamos mejor o peor. Cuando se tratan de dificultades y sufrimientos, experimentamos el peso de la vida, de los problemas, y nos creamos una coraza que se interpone entre cada uno y lo que nos rodea, para hacernos fuertes, impenetrables; lo que pasa es que por mucho que queramos resistir, hay veces que el sentimiento de culpa, impotencia, desazón y desánimo pueden más dentro de nosotros mismos, y terminan haciéndonos más daño del que quisiéramos. Afrontar los problemas y dificultades no resulta para nada sencillo, pero es ante la adversidad donde tenemos que superarnos para no sucumbir al desaliento y así podamos encontrar la fuerza y la manera de salir adelante.
Queremos formar parte de proyectos, dar nuevos pasos que nos hagan ser personas distintas, capaces de mejorar, madurando como personas y avanzando en nuestro crecimiento espiritual. No basta solo la buena voluntad y las buenas intenciones. Necesitamos dar pasos que nos ayuden a romper con nuestros prejuicios, con las experiencias pasadas que nos coartan y que limitan nuestra capacidad de acción. Hay veces que hemos de estar dispuestos a superar malas experiencias y desencuentros con las personas, eliminando todos los prejuicios que nos posicionan ante las nuevas situaciones que se nos presentan en nuestra vida y que nos permite avanzar con determinación y seguridad. Nuestra capacidad de respuesta en momentos así nos define como el tipo de personas que somos, creciendo en interioridad y dando paso a la felicidad en nuestra vida desde una dimensión distinta, que nos permitirá enriquecer nuestra fuerza interior, sabiduría y espiritualidad.
No te rindas, ni dejes que las heridas de tu pasado y el dolor que te provocan sean más poderosas que tu voluntad y tu deseo de cambiar. No pierdas la esperanza y no des paso a la desesperanza, la desazón y la rabia; te llevarán a la envidia y a la muerte espiritual. Hablarás con tu vida desde la teoría y no desde los frutos que la fe te permite dar. Todo en la vida pasa y nada dura para siempre. Quedarte en el lamento, eternizando situaciones pasadas no te va a llevar a nada, sólo a vivir angustiado buscando los culpables y focalizando toda tu impotencia en ellos. Deja que pase el dolor, que todo fluya en tu interior saliendo de tus profundidades, y dando paso al descanso y a la paz. No pienses que no puedes, al contrario, en tu interior tienes la fuerza necesaria para salir adelante; quizás no la encuentres inmediatamente, pero basta que dejes pasar el dolor o resentimiento que tengas y podrás avanzar, superando todo miedo que te impide abordar tus situaciones más personales y poner en marcha tu recuperación personal. No dejes que el desánimo, la desolación, la negatividad, puedan con tu voluntad. Ejercítala con determinación para que no pierdas esa capacidad de recuperación.