Acaba la primera jornada del Camino de Santiago, llena de buenas sensaciones y con la alegría de haber realizado la primera etapa, entre Ponferrada y Villafranca del Bierzo. Nada más salir del albergue solo una preocupación, encontrar la primera flecha que nos adentrara en el mundo del Camino de Santiago. No ha sido difícil porque ya nos habían explicado lo que teníamos que hacer en el albergue para coger la ruta, pero la incertidumbre de salir de la ciudad y no ver las flechas con tanta premura, han dado paso a los primeros pasos de inseguridad, por si íbamos o no en la dirección correcta.
espiritualidad
Agradecido
Dentro del mundo tan frenético que nos rodea, con tantas prisas; tantas personas que vienen y van; tantas situaciones de sufrimiento, dolor y desesperación; tantas enfermedades, muertes y violencia…; en medio de esa muchedumbre, te has fijado en mí. Me has dicho lo importante que soy en tu vida y cómo me amas de corazón.«No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 16). ¡Cuántas veces me has ayudado, consolado, apoyado, animado, reconfortado, escuchado, comprendido! No tengo palabras para poder definirte, porque se quedan cortas para expresar todo lo que siento. Pero sé que sin ti mi vida no es nada, porque tú lo llenas todo de sentido; estimulas cada acción de mi día a día y siempre te tengo presente, porque sé que no sólo diste la vida por mí, sino que la sigues dando cada día. Me has perdonado cuando he sacado lo peor de mí, me has dado nuevas oportunidades cada vez que he metido la pata, y por eso sólo puedo decirte “¡Gracias!”.
Las grandezas de la oración
La oración es el camino a la santidad, es la puerta que nos lleva al encuentro con Dios. No podemos prescindir en nuestra vida de fe de la oración y pensar que somos espirituales sin cuidarla, mimarla y enriquecerla cada día. Cuando dejamos de rezar somos engañados, nos vienen las dificultades y torcemos nuestro camino. Hemos de estar preparados para orar cada día, porque si no es imposible alcanzar la santidad. Este es nuestro propio futuro, el de nuestra comunidad y el de la propia Iglesia. Cada uno hemos de esforzarnos por mantenernos fieles en este camino, porque sabemos de nuestras debilidades y lo que nos cuesta perseverar sin desfallecer. Hay veces que tenemos que hacer sobreesfuerzos para rezar y esto es un síntoma claro de que hay algo que no estamos haciendo bien.
La calma de la oración
El Señor Jesús nos invita a la calma y a la serenidad. En las últimas semanas antes de morir en la cruz se mantuvo en paz y tranquilidad, sabiendo que tenía que cumplir la misión que Dios Padre le había encomendado. Para eso todas las mañanas, antes de que saliese el sol, se iba a orar a la montaña, Él solo, para tener ese momento tan necesario de encuentro con el Señor. Dios es quien nos llena con su presencia; ésta es necesaria para el día a día, que trae también sus propios agobios, y que van llenando nuestra vida de alegrías y sinsabores. Hemos de encajar con rapidez cada vivencia, para que nuestra vida espiritual no se vea afectada por tantos sentimientos encontrados que experimentamos y vivimos cada día. Todo suma, tanto para bien como para mal. Si en la oración no descansamos en el Señor, siempre estaremos cansados, abatidos, sintiendo especialmente el vacío que va inundando nuestra alma, porque se va desgastando con el paso del tiempo y la acumulación de vivencias. Somos conscientes de la importancia de pararse, de llenarse nuevamente de Dios, de renovar nuestras esperanzas en Él, porque si no al final, nuestra vida deja de tener sentido y nos vemos envuelto en un círculo vicioso nada saludable para nuestra interioridad.
Unido a Dios
No es fácil ser cristiano; vivir el Evangelio con fidelidad es demasiado exigente y no basta solo con pertenecer a la Iglesia y estar mucho tiempo dentro de ella. La primera conversión que uno vive, que es la que te acerca en primer lugar al Señor, es importante, pero no puede ser la única; necesitamos muchísimas más conversiones para que nuestro contacto con el Señor sea fructífero y podamos estar en Gracia de Dios constantemente. Para ello necesitas tener tu alma bien preparada, siempre joven para escuchar lo que el Señor te está diciendo en cada momento; para poder invocarle y adentrarte en su presencia, que todo lo envuelve; para discernir qué es lo que anda mal en tu vida y necesitas convertir, transformar; para saber pedir perdón a través del sacramento de la confesión y a los hermanos, a los que, en la convivencia diaria, a veces, no tratas con amor.
Sé un C.A.S.O.
Entramos en la Semana de Pasión, la recta final del tiempo de Cuaresma que estamos celebrando. Hoy tienes la oportunidad de echar una pequeña mirada atrás, a lo que han sido estos más de treinta días de camino, de conversión. ¿Están siendo fructíferos? Espero y deseo que sí. Si no es así, todavía estás a tiempo de rectificar y darte una oportunidad con el Señor. Los días pasan rápido, hay veces que casi ni nos enteramos, por la velocidad con la que vivimos y tantas cosas como tenemos que realizar. El tiempo no se detiene y nos va consumiendo, nos permite aprovechar y desaprovechar oportunidades. ¿Cuántas has vivido con el Señor en estos días? El Señor te llama para que seas un hombre nuevo. Arriésgate y da el salto rompiendo con tu vida pasada, para darle cabida a Él y dejarte llevar por donde considere. No le preguntes, no le pongas trabas, demasiadas le has podido poner a lo largo de tu vida. Ahora es el momento de dar el paso definitivo, de lanzarte al vacío y dejarte coger por el Señor. No tengas miedo, Dios no defrauda. Déjate llevar.
Que el Señor te programe y te guíe
Queremos formar parte de proyectos, dar nuevos pasos que nos hagan ser personas distintas, capaces de mejorar, madurando como personas y avanzando en nuestro crecimiento espiritual. No basta solo la buena voluntad y las buenas intenciones. Necesitamos dar pasos que nos ayuden a romper con nuestros prejuicios, con las experiencias pasadas que nos coartan y que limitan nuestra capacidad de acción. Hay veces que hemos de estar dispuestos a superar malas experiencias y desencuentros con las personas, eliminando todos los prejuicios que nos posicionan ante las nuevas situaciones que se nos presentan en nuestra vida y que nos permite avanzar con determinación y seguridad. Nuestra capacidad de respuesta en momentos así nos define como el tipo de personas que somos, creciendo en interioridad y dando paso a la felicidad en nuestra vida desde una dimensión distinta, que nos permitirá enriquecer nuestra fuerza interior, sabiduría y espiritualidad.
No te rindas, ni dejes que las heridas de tu pasado y el dolor que te provocan sean más poderosas que tu voluntad y tu deseo de cambiar. No pierdas la esperanza y no des paso a la desesperanza, la desazón y la rabia; te llevarán a la envidia y a la muerte espiritual. Hablarás con tu vida desde la teoría y no desde los frutos que la fe te permite dar. Todo en la vida pasa y nada dura para siempre. Quedarte en el lamento, eternizando situaciones pasadas no te va a llevar a nada, sólo a vivir angustiado buscando los culpables y focalizando toda tu impotencia en ellos. Deja que pase el dolor, que todo fluya en tu interior saliendo de tus profundidades, y dando paso al descanso y a la paz. No pienses que no puedes, al contrario, en tu interior tienes la fuerza necesaria para salir adelante; quizás no la encuentres inmediatamente, pero basta que dejes pasar el dolor o resentimiento que tengas y podrás avanzar, superando todo miedo que te impide abordar tus situaciones más personales y poner en marcha tu recuperación personal. No dejes que el desánimo, la desolación, la negatividad, puedan con tu voluntad. Ejercítala con determinación para que no pierdas esa capacidad de recuperación.
¿Cómo te preparas para encontrarte con Dios?
Son muchas las ocasiones en las que por tu carácter has reaccionado de manera incorrecta y al momento te has arrepentido de ello. Es una de las fragilidades del ser humano, en las que por mucho que quieres controlarte y no saltar, terminas haciéndolo y sintiéndote mal por ello. Llegar a dominarse es un acto heroico, y son muchos los pasos que vas dando en esa dirección, aunque llegar a erradicarlo, a veces, resulta una tarea más que difícil. No te agobies por esto, en tu camino de conversión y santidad has de pasar por estos momentos, que te ayudan a crecer y perseverar; a mantenerte alerta y atento para no volver a cometer los mismos errores a la hora de reaccionar. Cualquier paso de superación es un verdadero triunfo, y es en esto en lo que te tienes que centrar, porque así creces, avanzas y maduras. Y vas asentando las verdaderas bases para erradicar cualquier debilidad de tu vida. Con tus debilidades no te puedes perpetuar en el tiempo, es necesario, incluso para tu ánimo, ver cómo vas superándote y avanzando en tu vida personal, erradicando poco a poco tus debilidades y limitaciones, y creciendo como persona y como creyente.
Sin resentimientos
Seguro que a lo largo de tu vida has sufrido desencuentros con personas y te has llevado desengaños importantes, que te han hecho sufrir y han ido forjando una coraza en tu interior. Es importante quitarse la coraza para amar de verdad y de corazón a los que te rodean, aunque por propio instinto de supervivencia y para no sufrir, nos ponemos la coraza para evitar recibir más daño. La capacidad de perdonar y de olvidar nos ayuda a eliminar todo tipo de resentimiento que puedas tener en tu interior, para que así tu vida de fe y tu relación con el Señor no se vea resentida. Nos dice el apóstol san Juan: «Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve»(1 Jn 4, 20). Hemos de tener una correspondencia entre lo que creemos, decimos y vivimos. Este triángulo debe de tener una simbiosis perfecta para que nuestra vida sea coherente y vivamos verdaderamente en paz con Dios, sin ningún tipo de resentimiento en nuestro interior.
Ser perfectos desde la imperfección
«Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra» (Jn 8, 7), fueron las palabras que dijo Jesús a los que acusaban a la mujer adúltera. Ellos se habían erigido en jueces de los demás, cuando también eran pecadores e imperfectos. Está claro que todos somos humanos, imperfectos, y nos equivocamos. No estamos libres de pecado. Seguro que en más de alguna ocasión hemos hecho algo que no deberíamos hacer, hemos dicho algo de lo que nos hemos arrepentido o hemos perdido los nervios de una manera desmedida porque nos hemos visto desbordados en alguna que otra situación. Por desgracia, hay veces que nos comparamos con los demás y nos llegamos a creer mejores que ellos.