Sé tu mismo y no te esfuerces por aparentar más de lo que eres o por conseguir objetivos que se salen de tu campo de acción a cualquier precio. Sabemos, por experiencia, que hay personas que se aprovechan de los demás, de las circunstancias, para conseguir lo que se proponen sin mirar el precio humano que tienen que pagar: tanto personal, por lo que se traicionan a sí mismos, como por los demás, utilizando a las personas para sus propósitos sin importarles cómo se sienten y si son solo instrumentos para llegar a su fin. Esto nos deshumaniza y nos empobrece como seres humanos, pues hiela nuestro corazón y dejamos de sentir por los demás. Sólo importa mantenerse y agradar a quien ostenta el poder.
Fe
Dios es consuelo
Hay veces que nos creemos “superhombres”, capaces de todo, de conseguir lo que nos proponemos, de tirar hacia delante con todo lo que la vida nos va poniendo en nuestro camino, de poder con todo lo que “nos echen encima y más” sin la necesidad de nadie. Caemos con mucha facilidad en la tentación de la autosuficiencia, pensando que nosotros mismos podemos con todo y no necesitamos ningún tipo de ayuda de los demás. Terminamos guardándonos tanto en nuestro interior que al final terminamos desbordados, sobrepasados y con tantos sentimientos encontrados dentro de nuestro corazón, que terminamos reventando por donde menos esperamos y con quien menos se lo merece, haciendo pagar a quien muchas veces no tiene culpa, por nuestra incapacidad de centrarnos y hacer lo correcto en cada momento.
Hacerse a la idea
Hay veces que cuesta demasiado trabajo hacerse a la idea de lo que es repentino y sorprendente porque provoca un gran sufrimiento y dolor en nuestras vidas. Aceptar lo que la vida nos trae cuesta demasiado trabajo. La Virgen María también lo tuvo que experimentar en su propia carne cuando contemplaba a su hijo en la cruz después de haber sido torturado y maltratado por los soldados romanos. Una espada le atravesó el corazón sumergiéndola en el mayor de los dolores, especialmente en el momento de tener el cuerpo sin vida de su hijo en sus brazos. No hay mayor dolor que tener que hacer lo contrario de lo que la naturaleza ha dispuesto: que un padre y una madre entierren a su hijo. ¿Cómo hacerse a la idea de algo tan doloroso y desgarrador? María lo pasó muy mal, sólo quien ha sufrido en su vida algo tan duro puede saber cómo se sintió María. El resto de personas nos lo podemos imaginar solamente, no llegaremos nunca a ser conscientes de ese verdadero dolor.
Huellas en el corazón
Hay personas que dejan huella en nuestra vida, porque han sido importantes para nosotros. Las necesitamos porque sacan todo lo bueno que hay en nuestro interior, nuestra mejor cara, todo el potencial que tenemos dentro. Estas personas se convierten en necesarias en nuestra vida y gracias a nuestra capacidad de amar, somos capaces de entregarles nuestro corazón. Siempre buscamos el amar y sentirnos amados. La reciprocidad en el amor es necesaria, porque así es como se alimenta, en ese movimiento de salida de ti mismo y entrada en ti mismo. Es lo mismo que dijo Jesús a los discípulos después de resucitar: «Id, pues, y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28, 19-20). Actuar por amor es predicar el Evangelio cuando somos capaces de ir al encuentro del hermano, saliendo de nosotros mismos para darles lo mejor que hay en nosotros: nuestra capacidad de amar.
Impregna tu vida de Dios y llévalo con los tuyos
Uno de los mayores regalos que Dios ha hecho a los hombres es el de poder ser padres y madres. Las madres tenéis un instinto y una intuición para con vuestros hijos que nadie os puede imitar y superar, porque es el mayor regalo que Dios os ha podido dar. Hoy comparto con vosotros este testimonio de Cristina, que como madre intenta ya desde pequeños transmitir y compartir su fe con sus hijos, como tantas de vosotras, dando respuestas a las preguntas y dudas que les van surgiendo, y enseñándoles a llamar “Papá” a Dios y “Mamá” a la Virgen María. La gran mayoría hemos tenido unos inicios en la fe así, y ya mayores, muchos de vosotros siendo padres y madres, queréis seguir transmitiendo la herencia recibida de vuestros mayores.
Dice así:
Examen de conciencia
Bien sabemos todos lo importante que es pensar las cosas antes de hacerlas para luego no tener que arrepentirnos. Más de alguna vez nos ha ocurrido de decir y hacer algo sin pensarlo y rápidamente nos hemos dado cuenta que estaba mal, que no era el camino a seguir, que nos hemos precipitado y los impulsos nos han jugado una mala pasada. Para todos es muy importante estar y tener la conciencia tranquila, porque es el mejor termómetro que tenemos para medir la paz en nuestra vida, sabiendo que no tenemos nada contra nadie. Jesús en el Evangelio nos da cada día multitud de pistas para que así podamos vivir, sabiendo lo que hemos de hacer y dejándonos guiar por lo que Él nos dice a cada momento. Escucha con claridad al Señor, en lo que te quiere transmitir, déjate seducir por Él, y tu vida irá siempre por el camino de la verdad.
El poder de la oración
Verdaderamente la fe mueve montañas. No podemos ignorar la fuerza que tiene la oración y la capacidad de transformar los corazones de las personas, comenzando por el nuestro. La oración tiene poder, si nos lo creemos y si rezamos con fe. Jesús nos ha enseñado a rezar para que nos comuniquemos con Dios y podamos llenar nuestra vida de Él. Bien sabemos de la importancia de la oración para mantener nuestra vida. No te abandones, no pienses que Dios ya sabe lo mucho que crees en Él y que le amas. Necesitas pasar tiempo con el Señor para experimentar de verdad el verdadero significado de la oración y lo que te enriquece y aporta. No se trata solo de hacer las cosas bien, ni de ser buena persona; si aspiras solo a esto vivirás tu fe mediocremente. Necesitas trabajar fuertemente tu vida de oración, por mucho que te cueste. Aunque al principio te suponga un esfuerzo soberano, con el tiempo llegarás a comprender, entender y experimentar que ha merecido la pena, pues cada día verás los frutos y lo que te aporta de bueno en tu vida.
Llamando a Dios
A menudo me imagino ver la vida desde el cielo; cada uno desarrollando nuestras labores cotidianas, con nuestras historias personales, problemas, agobios, preocupaciones, pensamientos…, que nos quitan energías y hacen que no demos lo mejor de nosotros mismos. Y contemplando desde esa altura, descubro que somos “hormiguitas” inmersos en nuestros quehaceres, intentando llevar la vida lo mejor que sabemos. Conocidos en nuestro entorno y desconocidos para la inmensa mayoría del mundo. Así es la vida, y con la “motita” de universo que nos ha tocado cuidar es donde tenemos que dejar nuestra impronta, compartiendo cada día nuestra vida. A pesar de nuestra pequeñez, comparados con la inmensidad del universo, Dios nos sigue mirando enamorado de cada uno. Es un regalo el poder sentir cada día su amor, y ahora hemos de ser conscientes de la importancia de mantenerlo fresco en cada momento. Hemos de renovarlo para que no nos quedemos estancados en nuestra capacidad de amar. Hemos de aprender ese movimiento de vaciar nuestro corazón de amor, para luego llenarlo de Dios… y así sucesivamente.
Mientras seamos capaces de entregarnos cada día, dando la vida y vaciándonos en el amor hacia los hermanos, para luego buscar un momento en nuestra jornada, para llenarnos nuevamente del Amor infinito de Dios, podríamos decir que estamos vivos, en tensión espiritual; porque en el momento en el que dejemos de ponernos en la presencia del Señor, porque no tenemos tiempo o no nos acordamos, en ese momento empezaremos a retroceder, a perder nuestra fe, a quedarnos anquilosados y estancados en lo de siempre, sin capacidades para avanzar y vivir siempre en la excelencia del Amor de Dios que es a lo que debemos aspirar; mucho más si tenemos como modelo a Jesucristo en la Cruz. Él ha dado la vida por nosotros, y nos llama cada día a que sigamos su ejemplo, a que entreguemos la vida hasta el final. Esto depende sólo de nosotros y de la capacidad de entrega que queramos tener. No aspires a lo mínimo para no quedarte en la mediocridad. Aspira a lo máximo, para que desde tus imperfecciones, sea el Señor quien te marque el camino y te ayude a seguir amando de verdad.
Las tentaciones siempre las vas a tener presentes, para que te olvides de Dios y vivas totalmente apegado a lo superficial, rechazando todo compromiso y viviendo según tus intereses y beneficios personales. Esta historia va contigo, has de vivirla en primera persona. No escurras el bulto esperando que sean los demás quienes comiencen, pues cada uno terminaremos dando cuenta a Dios de todo lo que hemos realizado. Un aviso importante nos da el apóstol San Pablo cuando dice: «Huye de las pasiones juveniles. Busca la justicia, la fe, el amor, la paz junto con los que invocan al Señor con el corazón limpio» (2 Tim, 2, 22). Las tentaciones siempre van a estar al acecho, esperando a que se manifiesten nuestras debilidades. Es necesario pararse a reflexionar para que nuestro corazón limpio pueda elegir lo mejor. Sé bueno, para desechar de tu vida todo pecado, todo aquello que te aparte de Dios y de los hermanos, sabiendo que Dios quiere que tengas un corazón limpio para obrar bien.
Que tu fe no sea volátil. Hay veces que en la vida de fe nos proponemos retos preciosos que se quedan solo en buenas ideas, porque no somos capaces de ponerlos en práctica. Nuestra vida no puede funcionar así. Hemos de buscar la coherencia personal en todo momento, sabiendo que aquello que pensamos en nuestro interior hemos de vivirlo para que nuestra vida adquiera plenitud. Aunque nadie se entere, se coherente, vive conforme quiere Dios, sirviendo y dando tu vida por los demás. Así tu paso por este mundo habrá merecido la pena porque habrás dejado tu huella marcada en los corazones de quienes te rodean. Y esto te permitirá ponerte delante de la presencia de Dios, siendo consciente de que has cumplido la misión que Jesús te ha encomendado… y que no quedará sin recompensa. Que Dios te ayude y te ilumine.
Dios es fiel
Son muchas las veces que en nuestra vida manchamos el Amor que Dios nos da cada día. Lo manchamos con nuestro egoísmo, parece que somos expertos en mirarnos a nosotros mismos; en buscar nuestro beneficio a pesar de todo; en salirnos con la nuestra siempre aunque los demás se puedan ver perjudicados; en que nos devuelvan el favor realizado, porque nos ha supuesto un esfuerzo, un sacrificio y le hemos puesto un precio a nuestra entrega, como mínimo, que nos correspondan; en que nos reconozcan nuestros méritos con halagos y palmaditas en la espalda… No podemos profanar así el Amor de Dios en nuestra en vida. Ser fiel a Dios cuesta trabajo, serle infiel, es lo más fácil porque no compromete tanto como el Amor. Cuando le volvemos la espalda y le rechazamos en nuestro corazón nos estamos alejando de Él y lo más normal es que nuestra fe se enfríe, igual que se enfrían las amistades cuando nos alejamos de ellas, y cuesta mucho más trabajo ponernos en actitud de escucha y de apertura con el corazón bien dispuesto para el encuentro con Dios.
Dios no improvisa
Seguro que te has encontrado en más de una ocasión desconcertado en más de una ocasión, con todos tus planes hechos, todo preparado y bien pensado y de repente te has visto sorprendido por el momento y has tenido que empezar a improvisar lo mejor que has podido. Por un momento parecía que se venía a tu interior toda la angustia existente en el mundo, viendo el “marrón” que se te venía encima y a ver de qué manera podrías salvar los muebles y salir lo más airoso posible. Hay veces que el resultado ha sido espectacular, y en cambio, otras no tanto. ¿Suerte? Puede que sí o puede que no, sólo Dios lo sabe. Lo que si está claro es que Dios no improvisa en nuestra vida. Quizás nosotros no nos podemos trabajar nuestra vida espiritual, nuestras responsabilidades, las metas que queremos conseguir… y más bien preferimos vivir el momento presente que muchas veces es más cómodo y seductor que lo que Jesús nos pide que pongamos en práctica en el evangelio cada día.