“Siempre hay motivos para la esperanza”, esta frase señala perfectamente como no hay que rendirse. Todos conocemos a personas que llevan con mucha entereza las cargas de la vida, parece que pueden con todo lo que les echen encima de sus espaldas, que se lo cargan y llevan como si nada. Estas personas son fuertes, curtidas por la vida y por sus dificultades, y para nosotros son ejemplo de cómo no podemos rendirnos, sino que tenemos que seguir caminando, aunque la vida nos parezca dura. Cuando hablas con ellas te dan continuas lecciones de cómo afrontar cada situación, pues su experiencia de vida tan dura, te hace pequeño a su lado, pues no te explicas cómo pueden tener esos ánimos después de todo lo que han pasado, cuando uno por algo mucho menos importante se siente fatal, hundido, sin ganas de vivir. Y es que el dicho de que “siempre hay alguien peor que tú” lleva mucha razón, porque cada uno lleva sus problemas en silencio y no anda llorando por los rincones, sino que saca lo mejor que tiene dentro y sigue con su vida, haciendo lo que corresponde en cada momento.
Fe
Nunca pierdas la sonrisa
Todos conocemos personas que son un ejemplo por su manera de afrontar cada momento de su vida, tanto los buenos como los menos buenos. Nunca pierden la positividad y cuando te hablan de cómo se sienten lo hacen desde la realidad, porque son personas que no se engañan y tienen los pies en la tierra. Su manera de ser en ocasiones es envidiable porque nunca pierden la sonrisa en cada momento, incluso en los más difíciles. Las situaciones de la vida las han ido curtiendo y haciendo fuertes; muchas veces hemos podido ser testigos de sus duelos ante la dureza de la vida, vividos en el silencio y en el respeto, pero cercanos en el corazón y en el pensamiento, pues no queremos que nadie a nuestro lado lo pase mal; en otros momentos hemos podido compartir también las alegrías y la felicidad, vividas nuevamente desde la prudencia y el sosiego. Personas así son admirables por su saber estar, por su comprensión ante cada situación de la vida y por su capacidad de aceptar cada momento sabiendo mirar al futuro con esperanza y confiados en que algo bueno les va a traer y su sino va a cambiar.
Un proyecto de vida
Cuando el ser humano está organizado en su vida personal siente una gran sensación de seguridad y de control que le permite caminar sobre seguro. Llegar hasta ahí no es fácil, pues hay que iniciar un proceso de construcción que nos lleva a más de un momento de tensión y de dificultad. A veces nos encontrarnos con lo inesperado y no es agradable, pues no supone un cambio de planes y tener que replantearnos las cosas de otra manera. Hay veces que a la hora de improvisar salimos airosos y “salvamos los muebles”; y en cambio en otras ocasiones las cosas no salen como queremos y todo es un caos y un sinsabor.
Todo proyecto personal exige una fidelidad, una constancia y un tiempo de dedicación en el que no podemos permitirnos el fallar. Henos de ser firmes, pues son muchas las situaciones que se nos presentan, algunas muy apetecibles, para abandonar rápidamente el compromiso, dejándonos llevar por lo inmediato y placentero. Además, no es un camino fácil porque exige. Y las exigencias nos llevan a tener que afrontar esas situaciones que no deseamos ni queremos y que se nos pueden hacer demasiado cuesta arriba, pues lo imprevisto en ocasiones es indeseable, y bien sabemos que vivir y afrontar lo que uno no quiere a veces es demasiado difícil. Por eso es importante perseverar, para que en los proyectos que llevamos a cabo podamos tener esa rapidez a la hora de cambiar lo que funciona y renovar constantemente las ilusiones y compromisos, evitando así caer en la rutina.
Afrontar la enfermedad
Bien sabemos de sobra que la enfermedad no entiende de edades, clases sociales, status… A todos nos va tocando de lleno, bien por familiares cercanos, bien personalmente. Todos hemos estado alguna vez enfermos y hemos experimentado la fragilidad y debilidad de nuestro propio cuerpo. Cuando la enfermedad es duradera llegamos a verla incluso como a un gigante que nos merma y nos quita fuerza y aliento de vida. Lo que menos podemos hacer ante la enfermedad es descuidar, perder y abandonar nuestra fe, pues es dar paso a un camino de desesperanza y sufrimiento difícil de aceptar y asumir que nos va haciendo cada vez más pequeños y minando nuestro deseo de superación y de volver a ilusionarnos.
Conversaciones pendientes
Son muchas las ocasiones en las que nos callamos lo que pensamos y lo que sentimos; algunas veces para no herir a la otra persona y otras porque no nos atrevemos a expresar lo que verdaderamente sentimos, o bien porque sentimos vergüenza o bien porque pensamos que nuestros sentimientos no son tan importantes para los demás. La prudencia es muy buena y sana cuando lo que pretendemos es hacer el bien al otro, pero no es buena cuando callamos por respeto humano y damos por hecho que los demás saben lo que sentimos por ellos.
Confianza ante la impotencia
Cuántas veces hemos querido ayudar y solucionar los problemas de las personas que amamos y nos importan y no podemos hacer nada porque la situación se nos escapa de las manos y no podemos ayudar. Poco a poco comienza a surgir un sentimiento bastante grande de malestar interior que hace que nos revelemos y que tengamos una rabia interna acumulada difícil de sacar. Nos sentimos impotentes porque las situaciones nos superan y no podemos hacer nada, nos vemos atados y por mucho que buscamos soluciones y respuestas a los problemas no las encontramos.
¡No te rindas!
¡Cuántas veces has pensado arrojar la toalla! Son muchos los momentos en los que piensas abandonar porque no ves sentido a lo que estás haciendo. En el caminar de la vida son muchas las dificultades y obstáculos que te encuentras y que sólo se superan con lucha y tesón. El miedo y el abandono es de los que se han cansado de vivir, de luchar, y estoy seguro que tú no eres de esos. Es verdad que hay veces que en el camino no sabes hacia dónde tirar; la mente se embota y no ves nada claro ni lógico. Miras a las personas que te rodean y ves que cada uno va a la suyo, tienen su vida y están centrados en sus problemas y tú no los quieres agobiar ni molestar con los tuyos.
Ante la angustia, Dios
¡Cuántas veces nos angustiamos e impacientamos porque las cosas no llegan cuando queremos! Son muchos los momentos en las que a lo largo de nuestra vida nos sentimos así, porque deseamos que ocurra lo que mejor nos conviene. El no tener la información suficiente nos hace desear más todavía, la mente vuela a pasos agigantados junto con la imaginación y nos ponemos nerviosos, empezamos a imaginarnos cosas que no son, los nervios aumentan más todavía y perdemos la paz.
Con paz
A todos nos gusta llevar la razón, sobre todo cuando estamos en el momento álgido de una discusión, hacemos y decimos lo que sea necesario para quedar por encima de nuestro interlocutor. Hay momentos en los que incluso no medimos ni las palabras ni las formas, lo que importa es quedar por encima del otro, aunque luego nos sintamos mal y con remordimientos, achacándonos incluso, el poco tacto que hemos tenido o las malas palabras y gestos que hayamos podido decir y realizar. Es difícil controlarse en situaciones así y mantener la calma, pero no es imposible.
Juntos de la mano
Hace años me emocionaba en el Santuario de Nuestra Señora de Lourdes al ver a un matrimonio anciano rezar el rosario delante de la gruta de la Virgen. Ella estaba en silla de ruedas, y el sentado en el banco, detrás de ella. Rezaban susurrándose al oído los misterios del Santo Rosario. Ahí, en ese momento, di gracias a María por el testimonio de fe que me estaban dando.
Me alegra mucho ver la calle a matrimonios mayores, y cuando digo mayores, de más de sesenta y cinco años, caminando juntos cogidos de la mano. Todavía los hay, y me parece una escena preciosa, pues es el reflejo de un amor madurado y curtido por la experiencia de la vida; no exento de dificultades y superados por el amor cuidado y cultivado con el paso del tiempo.