Somos de barro y frágiles. Por muy invencibles, fuertes y autosuficientes que en ocasiones nos creamos, no somos nada. “Polvo eres y en polvo te convertirás”, nos decían el Miércoles de Ceniza, para recordarnos nuestra vulnerabilidad. Esta se hace efectiva en nuestras limitaciones diarias y en nuestra incapacidad de ver más allá de nosotros mismos en multitud de ocasiones. Es importante tomar conciencia de nuestra vulnerabilidad para que la necesidad de Dios sea efectiva en nuestra vida. No todo vale, y es cierto que, en ocasiones, cuando nos relajamos nos resulta muy fácil dejarnos llevar, alejarnos de Él y sufrir un grave prejuicio en nuestra vida. Reconocer mi incapacidad es dar un gran paso de humildad que nos predispone para que nuestra conversión sea auténtica y con efecto inmediato. Porque no podemos posponer nuestro cambio constantemente. No podemos dar largas al Señor, al Dios de la vida, que está siempre pendiente de ayudarnos y regalarnos la felicidad en lo que vivimos y realizamos.
fortaleza
Anhelo de conversión
Anhelo de conversión. Desearla con todo tu corazón para que la puedas hacer realidad cuanto antes. Es el empujón que hoy, primer domingo de Cuaresma, el Señor te quiere dar para que de verdad veas cómo actúa en tu vida y la transforma por completo. El Señor siempre escucha tu plegaria y no le pasan desapercibidas tus necesidades porque lo sabe todo y es Dios, tu Padre que siempre está velando por ti. Desear la conversión con todas tus ganas es un paso muy importante en la vida de fe, porque es reconocer que necesitas cambiar, avanzar, madurar en tu vida de fe y erradicar para siempre todos tus pecados y miserias. Por eso el Señor siempre perdona, porque quiere darnos nuevas oportunidades cada vez que somos conscientes de nuestras faltas y perdemos la Gracia. Las tentaciones van a estar siempre acechándote y has de estar vigilante. Es una ingenuidad pensar que nunca más vas a ser asaltado por el demonio que te quiere siempre débil y vulnerable, presa de sus garras, para hacer contigo lo que quiera y endurecer tu alma para que Dios nunca esté en ella.
Estar en el candelero, ¿yo?
En estos primeros días de Cuaresma queremos concienciarnos de lo importante que es celebrar la Pascua y lo que esto conlleva, porque es una preparación especial la que hemos de realizar, ya que estamos llamados a descubrir en nuestra vida creyente cuáles son las exigencias que tiene, porque no queremos quedarnos en el recuerdo de que Jesucristo resucitó, sino que queremos celebrar y hacer vida la Resurrección con todo lo que implica, porque Jesús «ha venido a llamar a los pecadores a que se conviertan» (Lc 5, 32) y no ha venido a condenarnos ni a pasarnos factura por nuestras faltas y pecados. Más bien todo lo contrario, quiere mostrarnos la misericordia infinita de Dios, que siempre nos quiere acoger para abrazarnos porque somos sus hijos.
La bondad del corazón
Ponerse en el lugar del otro y entender cómo se siente para poder ayudarlo o ser un apoyo en los momentos de dificultad es un don de Dios. Ante la situación que se está viviendo en Ucrania he tenido una conversación con una persona donde me contaba su disposición para acoger a refugiados en caso de que fuera necesario. Me ha alegrado escuchar lo que me estaba diciendo y me ha encantado más aún ver cómo desde la vivencia de la fe nace el deseo y el compromiso de querer ayudar a los demás ante situaciones dramáticas como las que estamos viviendo en estos días, porque el dolor y el sufrimiento del hombre no puede hacer indiferente al creyente; más bien te hace tomar partido desde tu propia realidad comprometiendo tu vida y siendo consciente de los cambios que este compromiso te puede acarrear en tus hábitos de vida.
Los tiempos de Dios son perfectos
Los tiempos de Dios son perfectos, aunque es cierto que a veces nos cuesta trabajo comprender, aceptar y afrontar lo que nos va poniendo en el camino y que tanta dificultad nos provoca y supone. Aceptar lo que nos pasa lleva su tiempo y cuesta su trabajo. Confiar en Dios es lo que tenemos que poner en práctica los creyentes, aunque hay veces que nos resistimos por la revolución interior tan importante que tenemos. Todo lleva su proceso y cómo no, su tiempo.
La fe mueve montañas
«Si tuvierais fe como un grano de mostaza, le diríais a aquel monte: “Trasládate desde ahí hasta aquí”, y se trasladaría» (Mt 17, 20). Es cierto que la fe mueve montañas. Ya lo dice el Señor Jesús en el Evangelio, para que nos demos cuenta de con fe todo lo podemos. Cuando lo ves en primera persona es cuando te das cuenta de lo grande que es el Señor y de la fortaleza, esperanza y consuelo que nos da. Puedo decirte lo gozoso que me resulta constatarlo cuando en los momentos más importantes de la vida de una persona te lo muestra con toda claridad. Dios es muy grande, y el corazón de quien lo acoge y transmite con esa fe y devoción se hace también muy grande. Entonces me doy cuenta de lo unido que te puedes sentir a una persona desde la fe a pesar del mucho o poco trato que puedas tener con ella. Porque ya no es la afectividad la que te une, sino que es el mismo Señor quien se hace presente; y en ese tú a tú, Él lo hace todo distinto. Y las montañas que pueden parecer grandes obstáculos en la vida, insalvables y dolorosos, el Señor las mueve de una manera sorprendente para que la dificultad o sufrimiento se transforme en un testimonio precioso del amor de Dios, de la esperanza con la que llena el alma, de la fortaleza con la que te mantienes firme en un momento difícil y de la fuerza que cobran las palabras cuando salen del corazón llenas de certeza, para decir, a pesar de las lágrimas, que Dios sostiene tu vida y que esa montaña tan grande que te impide ver lo que hay detrás, de repente desaparece y lo ves todo con claridad, con una mirada distinta, porque en medio del sufrimiento estás mirando con los ojos de la fe, con los ojos del Señor.
¿Cómo afrontar los sufrimientos y dificultades?
Hay veces que resulta difícil ver la mano de Dios en medio de las debilidades, del sufrimiento, de la confusión ante lo que acontece en nuestra vida. Dios siempre está y es necesario, desde la fe, poder verlo con claridad para que encontremos la calma que nos permite afrontar las situaciones con paz y confianza en Él. El apóstol San Pablo nos da su testimonio de cómo en medio de la debilidad ha sentido la fortaleza que el Señor le ha regalado: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad. Así que muy a gusto me glorío en mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor 12, 9-10). La Palabra de Dios tiene mucho poder y fuerza y aunque a veces cuesta trabajo reconocerlo en medio de la debilidad, Cristo nos tiende su mano para llevarnos a una vida nueva.
Jesús entra en Jerusalén, en tu corazón
Hoy es la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén, encima de una borriquilla. Todos le aclamaban y le reconocían como el Hijo de David, el Mesías que tenía que venir, cantando y alabándole por todos los signos que había hecho a lo largo de su vida pública y que tanta admiración provocaba en quienes lo seguían, tocados en el corazón por sus palabras y obras. Esa entrada de Jesús en Jerusalén fue motivo de ilusión, alegría y gozo para muchos; la promesa hecha realidad y la admiración y orgullo que los discípulos sienten, viendo cómo toda la ciudad de Jerusalén sale a recibir al Maestro y a ellos detrás de Él.
Consuela nuestro mundo Madre Dolorosa
Viernes de Dolores, anticipo del Viernes Santo. Horas críticas donde la Madre contempla la injusticia que están cometiendo con su Hijo. A los ojos de los hombres es algo inexplicable; a los ojos de Dios es el ir avanzando hacia el culmen de la misión.
Y ahí está la Madre Dolorosa, con esa espada que le atraviesa el corazón y que derrumba a todo ser humano. Como siempre ocurre ante cualquier sufrimiento, el ser humano es capaz de sacar fuerzas de donde no las hay. Y María, no iba a ser menos. Saca fuerzas para estar al lado de su Hijo, contemplando con impotencia el escarnio que están realizando sobre Él. A los ojos de Dios: la obediencia llevada hasta el extremo; a los ojos de los discípulos: el fracaso de un proyecto; a los ojos de la Madre Dolorosa: los planes de Dios son inescrutables.
Luchando con la paz interior
El camino de la paz interior cuesta. Disfrutar de la tranquilidad y la serenidad en medio de este mundo lleno de prisas, problemas, agobios y preocupaciones hace aún más complicado encontrar la paz interior que tanto necesitamos para encontrarnos con Dios y saber ir afrontando y encajando el devenir del día a día. Solo hemos de mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta, en primer lugar, nosotros mismos y luego los demás, cómo no somos transmisores de alegría y paz, porque el ritmo de vida, las prisas con las que vivimos y la agitación interna que tenemos se encargan, y de buena manera, de quitárnoslas de nuestra vida para que seamos pasto del vacío que nuestro mundo nos provoca.