Saber esperar es un don. Es fácil impacientarse cuando estamos a la espera, todo un reto el permanecer tranquilos y en calma cuando nos encontramos aguardando algún acontecimiento o esperando a tomar una decisión. Por alguna que otra razón al ser humano no le gusta esperar, todo lo suele querer de inmediato, para así tener todo bajo control. Esta sensación de control de nuestra propia vida se llega a convertir a veces en obsesión, en esclavitud, pues termina hipotecando nuestra felicidad a que las cosas salgan o no como deseamos. Muchas personas en este periodo de espera han decidido alejarse de Dios y lo que les ha ocurrido ha sido es que todo ha sido mucho más lento. Por mucho que queramos a Dios no podemos condicionarle ni decirle cómo tiene que actuar o hacer las cosas.
gozo
En la alegría a pesar de las contrariedades
Vivir con alegría es uno de los grandes propósitos que todos tenemos en nuestra vida. Hay veces que nos mostramos más vulnerables ante las situaciones que se nos presentan y que nos contrarían fuertemente, y que hacen que nos enfademos, estemos de mal humor y reneguemos de nuestros mismos y de lo que nos rodean, aunque solo sea momentánea y rápidamente nos arrepintamos. Somos conscientes de las idas y venidas de nuestros sentimientos, que tantas veces condicionan nuestro estado, carácter y día a día. Dependiendo cómo nos levantemos en muchas ocasiones, así afrontamos nuestras jornadas. En muchas ocasiones nos esforzamos por enderezarlas porque sabemos bien que no podemos estar todo el tiempo de mal humor y enfadados.
¿Qué enfoque estás dando a tu vida?
Jesús se retiraba frecuentemente a la montaña, solo, a orar (cf. Lc 5, 16), tenía la costumbre de ir a solas porque allí se encontraba con el Padre y tenía esa comunión íntima de amor, esencia de la Santísima Trinidad. Esa comunión de Amor Perfecto es la que Cristo nos transmite, teniendo especial predilección por los humildes y sencillos: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las ha revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien» (Mt 11, 25-26). Los que mejores sintonizan con Dios son los sencillos, porque lo anhelan y necesitan de su ayuda y de su consuelo. Su actitud siempre es de acogida, descanso, abandono y disponibilidad para lo que el Señor les propone. Se fían de Él porque tienen el corazón y el alma sencillos; los prejuicios hacia los demás y hacia la vida misma son menores; su manera de entender y de vivir es más sencilla y eso les permite abrir más pronto el corazón a Jesús y confiar en Él. Confiar en Dios les resulta mucho más fácil, porque el Padre les revela su amor a través de su Palabra y de su vida entera.
Seguir la flecha. Camino de Santiago (I)
Acaba la primera jornada del Camino de Santiago, llena de buenas sensaciones y con la alegría de haber realizado la primera etapa, entre Ponferrada y Villafranca del Bierzo. Nada más salir del albergue solo una preocupación, encontrar la primera flecha que nos adentrara en el mundo del Camino de Santiago. No ha sido difícil porque ya nos habían explicado lo que teníamos que hacer en el albergue para coger la ruta, pero la incertidumbre de salir de la ciudad y no ver las flechas con tanta premura, han dado paso a los primeros pasos de inseguridad, por si íbamos o no en la dirección correcta.
Un encuentro con el Resucitado
Las desesperanzas y fracasos de la vida hacen que caminemos tristes, desorientados, cabizbajos, confundidos…; es como si fuera volver atrás con la sensación de que todo es un desastre y de que no hay solución ante los problemas. La esperanza no se encuentra y parece que la desesperación se empieza a hacer fuerte en nuestra vida. Esto es lo que les ocurrió a los discípulos de Emaús, cuando regresaban a sus casas; todo estaba perdido, sus aspiraciones habían desaparecido con Jesús crucificado. No podían dar crédito a que Jesús, que había hecho tantos milagros, terminase en la cruz de la vergüenza; no podían entender que Dios no salvase a su propio Hijo de una muerte tan infame. La Cruz se había convertido para ellos en una decepción de la idea que Jesús les había transmitido de Dios; todas las ilusiones que habían nacido al lado de Jesús se habían desvanecido y los ojos nuevos con los que habían aprendido a mirar la vida desde el Evangelio de Cristo se habían cerrado con la losa del sepulcro.
Cristo ha resucitado
¡Cristo ha resucitado! ¡Cristo vive! Jesucristo ha roto las cadenas de la muerte y se presenta ante sus discípulos para devolverles la alegría. También se presenta ante nosotros, para transformar nuestros llantos en alegría, en el gozo del encuentro. Entramos en el tiempo más gozoso del año, el de la Pascua, donde queremos decir que la muerte no tiene la última palabra. El Dios de la vida ha venido a iluminarnos, a transformar todo aquello que nos impide estar con Dios y poder contemplarle clara y transparentemente. Así es como Cristo se nos muestra, transparente, sin ningún filtro, derramando el Amor de Dios en nuestros corazones, para que podamos saltar de gozo.
En Domingo de Ramos
Domingo de Ramos, Domingo para cantar de júbilo porque reconocemos a Cristo como nuestro Rey, como Señor de nuestra vida, de nuestra historia. Hoy gritamos “¡Hosanna!” porque queremos decirle a Jesús que nos salve, que nos libere de tantas ataduras y situaciones de pecado en las que nos vemos inmersos, y de las cuales en ocasiones nos cuesta bastante trabajo salir. Constantemente necesitamos la ayuda de Dios, queremos reconocer que sin Él no somos nada y estamos abocados a la perdición. Hoy Domingo de Ramos queremos decir también: “Bendito el que viene en el nombre del Señor!” (Mc 11, 9), porque necesitamos, también, “bendecir” a Cristo, hablar bien de Él, por tantas gracias y regalos como nos concede, porque queremos compartir todo lo que hace por nosotros y cómo da sentido a nuestro caminar, a nuestra propia vida.
La alegría del Señor
Nos gustan compartir los momentos de felicidad y de alegría con las personas más cercanas a nosotros. Sabemos que la alegría no dura siempre, pero hemos de saber mantenerla, porque humanamente nos aportan muchas más vivencias positivas que negativas. Hay veces que la tristeza llega a lo más profundo de nuestro corazón, especialmente cuando hemos dado todo nuestro tiempo y nuestros esfuerzos a un proyecto que luego no ha dado el resultado que esperábamos, no por nosotros, sino porque nos vemos superados por las circunstancias de nuestro entorno.
La experiencia de nuestros mayores
Toda una vida entregada merece su reconocimiento. Las personas que lo han dado todo merecen un agradecimiento por parte de la sociedad, ya que, directa o indirectamente, hemos recibido nuestra parte de herencia gracias a los beneficios que en su momento aportaron su productividad y eficacia, siendo totalmente conscientes de que lo que hoy tenemos es fruto de lo que ellos lucharon. Lo lleva avisando y denunciando el Papa Francisco desde que comenzó su Pontificado: la sociedad de hoy en día está tan pendiente de la productividad y vive con tanta rapidez, que todo lo que suene a mayor, antiguo y anciano, automáticamente y por norma lo descarta. Esta es la dictadura de la cultura del descarte en la que nos hemos sumergido. Las prisas con las que vivimos han hecho de nosotros seres impacientes, incapaces de mirar con calma la vida, de pararnos para cultivar nuestra interioridad, porque la postmodernidad nos ha sumergido en el mundo de la inmediatez y de la efectiva productividad. Hemos perdido esa capacidad de contemplar la vida y la hemos sustituido por la deshumanización del hombre a través del rendimiento y eficiencia económica y productiva: tanto aportas, tanto vales.