Nos hemos acostumbrado al dolor y al sufrimiento ajeno. Vemos a nuestro alrededor personas que lo están pasando mal y que sufren necesidad, y a veces, pasamos de largo ante ellas, indiferentes a lo que están viviendo. Sumergidos en nuestros quehaceres, preocupaciones, prisas, agobios… vivimos cada uno a lo nuestro, pensamos que con lo que tenemos encima ya es suficiente y continuamos avanzando en ese camino del pecado de omisión que no hace más que hacerse más grande cada vez. Podemos correr el riesgo de pensar que no vamos a cambiar el mundo, ni paliar la pobreza; podemos justificarnos diciendo que son realidades que se nos escapan de las manos; pero es cierto que cada uno podemos tener gestos y detalles con los que nos rodean y sí que podemos transformar con nuestro granito de arena los ambientes en los que nos movemos. Precisamente porque no podemos dejar de hacer el bien, no podemos pasar de largo ante situaciones incorrectas y que a nosotros nos competen, porque están pasando delante nuestra. Lo fácil es mirar a otro lado, es dejar que todo siga igual y así tú no te complicas la vida.