Vivir nuestro Bautismo conforme al Evangelio, es el gran reto que cada día tengo por delante. El nivel de exigencia que Jesús propone es grande, y, a veces cuesta trabajo estar a la altura porque se pide abnegación, sacrificio, renuncia, y, sobre todo capacidad de perdonar a todos sin hacer acepción de personas. Así lo dice el apóstol san Pedro en casa de Cornelio, centurión romano: «Dios no hace acepción de personas» (Hch 10, 34). Al igual que el Señor no hace distinción de personas conmigo y siempre me acoge, siempre perdona mis pecados cuando arrepentido le imploro su misericordia y derrama su gracia sobre mí, así tengo que hacer yo cada día, por mucho que me cueste, con los que me rodean: no hacer distinción ninguna y aceptar y acoger a todos en mi corazón siempre.
huella
Huellas en el corazón
Huellas en el corazón son las que dejan las personas que pasan por nuestra vida. Huellas profundas, imborrables, llenas de multitud de vivencias y experiencias compartidas desde lo más profundo de nuestro ser. Así es el corazón del ser humano: débil y fuerte a la vez. Débil porque sufre la pérdida de los que ama, los fracasos de la vida, las rupturas de amor y de amistad, las amarguras de los sueños no cumplidos; y fuerte porque es capaz de sobreponerse y de seguir afrontando el mañana, cueste lo que cueste, a pesar de todo.
Hay huellas que son más especiales que otras, más profundas, más entrañables. Esas huellas son las que tenemos bien marcadas en nuestros recuerdos por lo que han significado. Sabemos lo necesarias que son, por lo que expresan, porque hasta incluso los recuerdos los hemos convertido en sacramentos de la vida. Son vivencias tan especiales, que al traerlas al presente en nuestra mente o al hablar de ellas se vuelven igual de intensas y emocionantes por lo que han significado.
Recuerdos que dejan huella
Bien sabemos todos que por la huella que dejan las personas en nuestros corazones, es difícil olvidar. Los recuerdos son importantes porque nos retrotraen a experiencias maravillosas y también duras que hemos vivido. Han marcado nuestra vida y nos han permitido crecer, aprender y hacernos más fuertes ante las adversidades. Siempre necesitamos de personas que nos completen y sigan sacando cada día lo mejor de nosotros mismos. El amor que las tenemos y todo lo que compartimos con ella van calando hondo en nuestro corazón y van dejando con el paso del tiempo una huella imborrable. Hemos de aprender a olvidar lo malo, lo que no sirve, y quedarnos con lo bueno, con lo que construye y nos permite serenar nuestra alma y vivir en paz, sabiendo que tenemos la conciencia tranquila porque hemos hecho lo que teníamos que hacer.
Huellas en el corazón
Hay personas que dejan huella en nuestra vida, porque han sido importantes para nosotros. Las necesitamos porque sacan todo lo bueno que hay en nuestro interior, nuestra mejor cara, todo el potencial que tenemos dentro. Estas personas se convierten en necesarias en nuestra vida y gracias a nuestra capacidad de amar, somos capaces de entregarles nuestro corazón. Siempre buscamos el amar y sentirnos amados. La reciprocidad en el amor es necesaria, porque así es como se alimenta, en ese movimiento de salida de ti mismo y entrada en ti mismo. Es lo mismo que dijo Jesús a los discípulos después de resucitar: «Id, pues, y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28, 19-20). Actuar por amor es predicar el Evangelio cuando somos capaces de ir al encuentro del hermano, saliendo de nosotros mismos para darles lo mejor que hay en nosotros: nuestra capacidad de amar.