Cuando Jesús está proclamando las Bienaventuranzas (cf Mt 5, 1-12) nos está dando a conocer un estilo de vida muy concreto y determinado, el camino de la felicidad que necesita de una serie de actitudes concretas. Hoy vamos a centrarnos en una en especial: «Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra» (Mt 5, 4).Los mansos son aquellas personas que tienen un espíritu afable, apacible, dócil, suave… capaces de dominarse ante los impulsos que nos salen en las situaciones tensas y que acogen a Dios a través del Espíritu Santo. La persona que es mansa se deja guiar por el Espíritu Santo para tratar con misericordia a los demás, dejando que sea Dios quien habite en su corazón, dando de lado así a las discusiones, los enfrentamientos y el abuso que se pueda tener hacia el otro.
humildad
Huellas en el corazón
Hay personas que dejan huella en nuestra vida, porque han sido importantes para nosotros. Las necesitamos porque sacan todo lo bueno que hay en nuestro interior, nuestra mejor cara, todo el potencial que tenemos dentro. Estas personas se convierten en necesarias en nuestra vida y gracias a nuestra capacidad de amar, somos capaces de entregarles nuestro corazón. Siempre buscamos el amar y sentirnos amados. La reciprocidad en el amor es necesaria, porque así es como se alimenta, en ese movimiento de salida de ti mismo y entrada en ti mismo. Es lo mismo que dijo Jesús a los discípulos después de resucitar: «Id, pues, y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28, 19-20). Actuar por amor es predicar el Evangelio cuando somos capaces de ir al encuentro del hermano, saliendo de nosotros mismos para darles lo mejor que hay en nosotros: nuestra capacidad de amar.
Pasar por la puerta estrecha
Muchos son los momentos en los que nos quejamos y lamentamos por los esfuerzos que tenemos que realizar o porque las responsabilidades que tenemos nos cuestan demasiado llevarlas a la práctica. En ocasiones, tenemos que realizar sobreesfuerzos y hacen que tengamos que empeñarnos más de lo que quisiéramos y deseáramos. Solemos elegir el camino más fácil y que menos nos complica la vida; si es posible también nos solemos escaquear de las responsabilidades dando un paso al lado para que otros sean los que se responsabilicen y así nosotros estar tranquilos. Luego somos exigentes a la hora de que nos traten bien, nos presten atención y cuando necesitamos atención y dedicación por parte de los demás buscamos siempre la exquisitez, y si no están a la altura de lo que esperamos protestamos para hacer saber nuestro descontento.
La grandeza de la sencillez
Todos somos conscientes de que muchas veces nos equivocamos y podemos perjudicar a los demás y a nosotros mismos. En nuestra mejor intención está el hacer las cosas desde nuestra mejor voluntad, pero por nuestras pobrezas y limitaciones, hay veces que las cosas no nos salen como nos gustarían. Esto hace que, en ocasiones, nos sintamos mal y contemplemos con impotencia cómo los demás también se desencantan con nosotros. Por eso es necesario que estemos muy despiertos y atentos para poder rectificar y no cometer siempre los mismos errores, teniendo esa actitud crítica con uno mismo y esa continua revisión personal que hace que miremos en nuestro interior y tengamos esa rapidez y facilidad para cambiar.
Ten compasión, Señor
Hay ocasiones en las que nos gusta presumir ante los demás de lo que somos, hemos conseguido o se nos da hacer bien. Nos gusta que nos miren bien y que nos tengan en consideración. Además, socialmente también nos sentimos bien cuando somos aceptados y los demás nos tienen en cuenta y quieren que estemos con ellos. Esto hace que nos esforcemos por conservar nuestra buena imagen y si se puede acrecentarla, mejor.
No podemos vivir sólo de apariencias, ni quedarnos en lo inmediato ni en lo superficial, porque entonces interiormente nos vaciamos. Corremos el riesgo de convertimos en personas frías que no tienen nada que ofrecer y que sólo están pendientes de lo pasajero y superficial. El ego es muy fácil de agrandarlo cuando entramos en esta dinámica. Hay que estar muy atentos para que lo material, el físico, la moda, el prestigio… no se conviertan en el centro de la vida, pues hace que sin darnos cuenta los demás nos reconozcan por estas cualidades y tengan una buena opinión. Corremos entonces el riesgo de caer en la presunción.
Es por tu bien
¡Cuántas veces siendo pequeños nos han corregido diciendo que lo hacían por nuestro bien! En su momento no nos gustó que nos corrigieran, hasta pensábamos que las personas que lo hacían estaban en contra nuestra. Con el paso del tiempo y la experiencia acumulada nos hemos ido dando cuenta que tenían mucha razón y que nos aconsejaban por nuestro propio bien. ¡Cómo hemos agradecido lo que han hecho por nosotros y la paciencia que han tenido en nuestra educación y formación como personas!
Ser humilde
Fijaos cómo crecen los lirios, no se fatigan ni hilan; pues os digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos (Lc 12, 27)
Todos tenemos nuestro punto de orgullo y de soberbia que hace que queramos quedar muchas veces por encima de los demás. Para combatir estas actitudes que no nos hacen ningún bien tenemos la humildad y la sencillez.