Hay faltas y faltas, pecados y pecados. Creo que todos tenemos claro que nadie es perfecto y todos somos pecadores. Lo que pasa es que hay pecados y faltas que están más al descubierto y son más visibles que otros. Nunca podemos decir “de esta agua no beberé” porque no sabemos qué nos deparará el futuro y qué nos traerá la vida. Por eso hemos de ser cautos a la hora de juzgar a quienes tenemos al lado y prudentes cuando comentamos y hablamos, para no dejarnos llevar por la frivolidad y la especulación a la hora de expresar nuestras opiniones. Siempre que hables o comentes de alguien que sea desde la verdad, habiendo hablado previamente con la persona afectada, que de hecho es lo que menos hacemos porque no nos atrevemos a preguntar qué es lo que le ha ocurrido, pero en cambio si que somos osados a la hora de especular y juzgar movidos por los comentarios y juicios de los demás.
El pecado nos aparta de Dios y rompe la comunión con los hermanos. Hay pecados veniales y pecados graves; pecados que tienen consecuencias más graves que otros; pecados que se cometen en secreto, en silencio y pecados que son públicos, a la vista de todos. No me refiero en ningún caso a los pecados que incurren en delito sino a los pecados que solemos cometer en la vida cotidiana, fruto de nuestras debilidades y pobrezas humanas.