Estamos muy acostumbrados a ir a lo nuestro, viviendo a nuestra manera y marcándonos nuestros ritmos y momentos, sin darnos cuenta del mal que nos estamos haciendo porque nos estamos encerrando en nosotros mismos y nos vamos aislando poco a poco de nuestro mundo, dejándonos llevar por ese estilo de vida en el que todo está permitido y cada uno puede hacer lo que considere porque es dueño de su vida. Esto hace que poco a poco, junto a nuestra sociedad, nos vayamos envolviendo en una atmósfera de soledad e individualidad, a pesar de estar rodeados de personas, volviéndonos herméticos y fríos en nuestras relaciones personales, especialmente cuando se trata de abrir el corazón. La indiferencia se hace fuerte y las etiquetas que nos ponemos nos condicionan en nuestra forma de tratarnos.
interiorizar
Entregar tu tiempo a los demás
Entregar tu tiempo a los demás es una maravillosa oportunidad de poder darles lo mejor que hay dentro de ti dedicándoles toda tu persona. Es lo que muchas veces echamos en falta en nuestro ritmo de vida cotidiano. El saber pararnos y prestar más atención a los que nos rodean, al Señor, a la oración personal, al cuidado de nuestra vida interior. El día a día nos va apretando tanto que al final nos convertimos, casi sin darnos cuentas, en máquinas de consumir vida y tiempo donde pasan los días y cumplimos de manera autómata nuestros cometidos sin saborear y disfrutar cada oportunidad que se nos presenta de contemplar, admirar, recrearnos, interiorizar, reflexionar… y tantas acciones que nos ayudarían a cambiar el prisma de cómo vivir y afrontar cada reto.
Un corazón en búsqueda
Hacer las cosas de corazón nos llena de satisfacción y de paz. Jesús, que es el Buen Pastor, nos muestra también su corazón lleno de amor y de misericordia, para que podamos comprender cómo de grande es el amor que Dios Padre nos tiene a cada uno y cómo nos quiere acoger y comprender tal y como somos; a cada uno desde nuestras propias limitaciones y pecados, sintiéndonos hijos suyos y disfrutando del hecho de que Dios nos ha pensado, nos llama a cada uno por nuestro nombre y nos hace partícipes de su proyecto de llevar su amor allá donde estemos y haciéndonos herederos de su Reino de Amor. Por eso te invito a que mires a tu corazón y recuerdes ese primer amor que tuviste hacia Dios, que te ayuda a seguirlo cada día, a confiar en Él y tenerlo en el centro de tu vida, de tu corazón. Jesús nos enseña que el corazón de Dios nunca se cansa ni tiene límites; no se da por vencido ante las dificultades y siempre se entrega en todo lo que realiza; nos deja libres para que decidamos qué es lo que queremos hacer y cómo queremos vivir; en él volvemos a descubrir cada día lo que significa amar hasta el extremo (cf. Jn 13, 1), porque siempre quiere llegar hasta el final, siendo fiel a la misión que el Padre le encomendó. Lo mismo tenemos que aprender a imitar nosotros: aprender de la fidelidad de Jesús en la Cruz.