No sabemos los planes de Dios. Ya lo decía el apóstol san Pablo: «¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! En efecto, ¿quién conoció la mente del Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le ha dado primero para tener derecho a la recompensa? Porque de él, por él y para él existe todo. A él la gloria por los siglos» (Rom 11, 33-36).
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Jesús entra en Jerusalén, en tu corazón
Hoy es la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén, encima de una borriquilla. Todos le aclamaban y le reconocían como el Hijo de David, el Mesías que tenía que venir, cantando y alabándole por todos los signos que había hecho a lo largo de su vida pública y que tanta admiración provocaba en quienes lo seguían, tocados en el corazón por sus palabras y obras. Esa entrada de Jesús en Jerusalén fue motivo de ilusión, alegría y gozo para muchos; la promesa hecha realidad y la admiración y orgullo que los discípulos sienten, viendo cómo toda la ciudad de Jerusalén sale a recibir al Maestro y a ellos detrás de Él.
Responder desde la fe en tiempos de pandemia
Decía Santa Teresa de Jesús que la cabeza es la loca de la casa. Y es cierto que, en este tiempo de pandemia, después de quince días de confinamiento, donde hemos empezado a adaptarnos, quien más quien menos a este nuevo estilo de vida temporal, son muchas las cosas que se pasan por la cabeza, y, son muchas las inercias que empezamos a tomar al ir perdiendo la fuerza con la que empezamos los primeros días. Digo esto porque un matrimonio conocido me decía anoche cómo, si no estás atento, te relajas en la vida de oración y te sumerges en los nuevos hábitos adquiridos durante esta cuarentena provocada por el covid-19. Y al igual que nos podemos relajar espiritualmente, también corremos el peligro, de que la “loca de la casa”, nuestra cabeza, también comience a plantearse alguna que otra pregunta sobre Dios y el porqué de las cosas.
Si Dios lo sabe todo, ¿por qué no impide entonces el mal? (Youcat 51). Es una pregunta que ante la impotencia que podemos sentir en determinados momentos de nuestra vida (mucho más en estos que estamos viviendo en la actualidad) puede asaltarnos en nuestro interior e incluso martillearnos y hacernos dudar sobre el Señor.
El estandarte de la esperanza
La Cuaresma es un desierto, un camino de conversión que nos lleva hacia la Pascua, hacia el encuentro con Jesucristo Resucitado. Este cambio personal se produce cuando uno es capaz de encontrarse consigo mismo y abrirse en canal ante el Señor, que todo lo conoce y puede, para dejarse transformar por Él. Cuando se experimenta ese cambio todo se ve de una manera distinta. Es innegable el esfuerzo personal que supone dar ese paso, porque hay que estar dispuesto a que tu vida sea otra. Resistirse a ello, y mucho más, renunciar a tus seguridades, comodidades y bienestar es algo que hay que pensarse, porque las seducciones del mundo son mucho más apetecibles y seductoras que lo que el Evangelio nos presenta: sacrificio, esfuerzo, renuncia a uno mismo para entregarte a los demás…
Estar cerca de Dios
Jesús ha venido para darnos vida y vida en abundancia (cf. Jn 10, 10). El Señor lo da todo y nos pide también todo para que disfrutemos de la verdadera felicidad al ser sus hijos y sentirnos como tales. Son muchas las ocasiones en las que sentimos el miedo al abandono en Dios, en muchos momentos de la vida, porque supone un salto de fe, ese paso vital que nos hace depender de Dios y no de nosotros mismos. Algo que nos cuesta mucho trabajo y que merma nuestra confianza en el Señor. Sabemos la teoría y experimentamos la dificultad de la práctica. Esto, casi sin darnos cuenta, en ocasiones nos sumerge en la mediocridad, porque nos quedamos en los mínimos y nuestra vida deja de tener el verdadero sentido de ser hijo de Dios, pues preferimos caminar en lo seguro y nacer nuestro el dicho que dice que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Esto con Dios no funciona. Dios le dijo a Abraham: «Yo soy Dios todopoderoso, camina en mi presencia y sé perfecto. Yo concertaré una alianza contigo: te haré crecer sin medida» (Gn 17, 1-2). La propuesta de Dios siempre merece la pena. Es exigente pero plena, porque da sentido a nuestra vida y nos permite avanzar en el camino de la perfección, que no es otro que el del abandono en su presencia para poder estar siempre con Él, sin apartarnos en ningún momento, y ser santos, hombres llenos de Dios.
Una llamada que cambia la vida
Una llamada que cambia la vida. Estamos acostumbrados a vivir permanentemente mirando el móvil para ver quién nos habla y qué nos quieren decir. La dependencia que tenemos de él, podríamos decir, es considerable, tanto que nos inquietamos si no lo llevamos encima. A lo largo de nuestra vida hemos podido constatar que hay llamadas y llamadas y noticias y noticias.
¡Feliz Año Nuevo con Jesucristo!
Hemos comenzado este Año Nuevo con mucha ilusión y muy buenos propósitos para dar un giro a nuestra vida, que tan necesario convenimos y creemos. Renovarnos, reconstruirnos y retomar las actitudes de las mejores etapas de nuestra vida siempre es un buen aliciente para iniciar y, sobre todo, mantener el camino que nos lleve a ser lo que queremos y a realizar todas nuestras ilusiones y proyectos. Para ello es fundamental tener fuerza de voluntad y perseverar. Ya lo dice Jesús en el Evangelio: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas» (Lc 21, 19).Es la manera de crearnos hábitos de vida que nos ayuden a poner en práctica tantas buenos ideales e intenciones que estamos deseando hacer vida. Así es como comienza la propia realización personal, cuando vivimos como pensamos y somos coherentes en todos los ámbitos de nuestra propia vida. No podemos cojear, y para ello debemos estar atentos, siendo realmente conscientes de que lo más fácil es que la rutina, la pereza y la comodidad nos vaya venciendo en esta continua lucha interna que tenemos en dentro cada uno.
¿Qué enfoque estás dando a tu vida?
Jesús se retiraba frecuentemente a la montaña, solo, a orar (cf. Lc 5, 16), tenía la costumbre de ir a solas porque allí se encontraba con el Padre y tenía esa comunión íntima de amor, esencia de la Santísima Trinidad. Esa comunión de Amor Perfecto es la que Cristo nos transmite, teniendo especial predilección por los humildes y sencillos: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las ha revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien» (Mt 11, 25-26). Los que mejores sintonizan con Dios son los sencillos, porque lo anhelan y necesitan de su ayuda y de su consuelo. Su actitud siempre es de acogida, descanso, abandono y disponibilidad para lo que el Señor les propone. Se fían de Él porque tienen el corazón y el alma sencillos; los prejuicios hacia los demás y hacia la vida misma son menores; su manera de entender y de vivir es más sencilla y eso les permite abrir más pronto el corazón a Jesús y confiar en Él. Confiar en Dios les resulta mucho más fácil, porque el Padre les revela su amor a través de su Palabra y de su vida entera.
Jesús es la mejor compañía
«Estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: “Este es el Cordero de Dios”. Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: “¿Qué buscáis?”. Ellos le contestaron: “Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?”. Él les dijo: “Venid y lo veréis”. Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día» (Jn 1, 36-39).
Qué inquietud que tenían Andrés y Juan para seguir a Juan Bautista y comenzar ese camino de conversión, preparándose para descubrir a Jesús y acompañarle. Y en cuanto Juan les dejo que Jesús era el Cordero de Dios, ellos, sin dudarlo se fueron tras Él. Dejaron al que hasta entonces había sido su maestro para seguir a Jesús y comenzar así un camino nuevo, totalmente distinto y lleno de momentos admirables y duros también que fueron viviendo. Fueron con un desconocido y con un futuro incierto sin saber dónde llegarían.
Luchando con la paz interior
El camino de la paz interior cuesta. Disfrutar de la tranquilidad y la serenidad en medio de este mundo lleno de prisas, problemas, agobios y preocupaciones hace aún más complicado encontrar la paz interior que tanto necesitamos para encontrarnos con Dios y saber ir afrontando y encajando el devenir del día a día. Solo hemos de mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta, en primer lugar, nosotros mismos y luego los demás, cómo no somos transmisores de alegría y paz, porque el ritmo de vida, las prisas con las que vivimos y la agitación interna que tenemos se encargan, y de buena manera, de quitárnoslas de nuestra vida para que seamos pasto del vacío que nuestro mundo nos provoca.