Es hermoso contemplar la ilusión de las personas cuando te hablan de Dios y de lo importante que son en su vida. Una vida en el silencio de un monasterio de clausura encierran multitud de experiencias gozosas de encuentros con el Señor. Una alegría especial que transmiten esos ojos inocentes, que no están maleados por el mundo ni por las relaciones humanas tan deterioradas, que a veces nos rodean y de las que también, por desgracia, somos cómplices. Hoy en día no está de moda hablar de Dios y en muchos círculos se desprecia a la Iglesia, se la juzga y descalifica, movidos por visiones y experiencias subjetivas desconocedoras de tanto bien como se hace en tantos rincones del mundo y de los que los medios de comunicación y las redes sociales no se hacen eco, porque no es noticia de portada ni interesa lo más mínimo.