El reto del perdón, la llamada constante que Jesús hace en el Evangelio, para tratar con misericordia a todos los que nos rodean y confiar en la bondad del corazón de los demás. Hay veces que lo que sale de nuestro corazón no son ni buenos sentimientos ni acciones, porque dejamos que aflore lo peor que hay dentro de nosotros. La maldad del hombre nos lleva a nuestra propia destrucción, lo estamos viviendo cada día con las guerras que hay en el mundo, las que son primera noticia y las que también son silenciadas. La guerra es un drama para toda la humanidad, lo mismo que cada injusticia que un hombre comete con un semejante, por muy pequeña que sea. Estamos viendo multitudes de acciones humanitarias gracias a los medios de comunicación y redes sociales, donde la bondad del corazón se hace más fuerte que el odio y la venganza; y donde los seres humanos somos capaces de mostrar nuestro lado más sensible y humano incluso a los enemigos. Verdaderas acciones y testimonios de vida que hablan por si solos. Perdonar siempre nos lleva a seguir creyendo en el hombre y en la bondad que atesora en su corazón.
no juzgar
Mirar con los ojos de Jesús
Cuántas veces hemos etiquetado a una persona por la primera impresión que nos hemos llevado de ella. Cuántas veces hemos hablado de esa persona juzgando por esa primera toma de contacto que hemos tenido. Sabemos que sobra que los prejuicios no son buenos, porque condicionan nuestra manera de relacionarnos. Por eso es bueno tener una mirada limpia y pura, cuanto más mejor. En este ámbito sí que tenemos que ser generosos a la hora de mirar bien a los demás para que todo lo que salga de nuestro interior sea bueno y constructivo. Dejarse llevar es lo más fácil. Entrar en una dinámica destructiva significa abrir un gran canal de acción al mal en nuestra vida, entre otras cosas porque sin darnos cuenta estamos dejando que nuestro corazón se endurezca por los malos sentimientos hacia los otros que cada vez nos hacen más injustos en nuestra manera de mirar y por supuesto de tratar.
Dios está.
Perdonar y no tener en cuenta el mal que te hagan. Qué fácil resulta predicarlo y lo que humanamente cuesta llevarlo a la práctica. Si algo he aprendido en mi vida de sacerdote es a hacer las cosas y procurar tener siempre la conciencia tranquila ante el Señor, buscando actuar sin perjudicar a nadie ni aprovecharme de nadie. De hecho, este es uno de mis lemas con los cuáles quise iniciar mi sacerdocio y quiero seguir llevando a la práctica cada día de mi vida. Entre otras cosas porque siempre me he propuesto dormir con la conciencia tranquila, siendo consciente de que en la vida y en una parroquia es imposible contentar a todo el mundo y caer bien.
Con conocimiento de causa
Qué fácil nos resulta mirar los toros de la barrera y juzgar lo que los demás hacen sin comprometernos. Hay veces que contemplamos situaciones que nos hacen ver lo más bajo a lo que es capaz de llegar el ser humano y la injusticia de juzgar sin estar presentes en los lugares donde uno puede estar dando la vida. En muchos lugares somos personas de paso, y estoy convencido, que quienes se encuentran viviendo en esos lugares mucho más tiempo que nosotros y están entregando su vida de una manera altruista, dejando las comodidades que tienen, cuando hablan y piden algo para los nativos del lugar, seguro que son más conocedores y conscientes de la realidad que aquellos que van de paso y que tienen más que asegurada su vida y su bienestar cuando vuelven a sus lugares de origen.
Sobre el pecado
Hay faltas y faltas, pecados y pecados. Creo que todos tenemos claro que nadie es perfecto y todos somos pecadores. Lo que pasa es que hay pecados y faltas que están más al descubierto y son más visibles que otros. Nunca podemos decir “de esta agua no beberé” porque no sabemos qué nos deparará el futuro y qué nos traerá la vida. Por eso hemos de ser cautos a la hora de juzgar a quienes tenemos al lado y prudentes cuando comentamos y hablamos, para no dejarnos llevar por la frivolidad y la especulación a la hora de expresar nuestras opiniones. Siempre que hables o comentes de alguien que sea desde la verdad, habiendo hablado previamente con la persona afectada, que de hecho es lo que menos hacemos porque no nos atrevemos a preguntar qué es lo que le ha ocurrido, pero en cambio si que somos osados a la hora de especular y juzgar movidos por los comentarios y juicios de los demás.
El pecado nos aparta de Dios y rompe la comunión con los hermanos. Hay pecados veniales y pecados graves; pecados que tienen consecuencias más graves que otros; pecados que se cometen en secreto, en silencio y pecados que son públicos, a la vista de todos. No me refiero en ningún caso a los pecados que incurren en delito sino a los pecados que solemos cometer en la vida cotidiana, fruto de nuestras debilidades y pobrezas humanas.
No juzgar
Humildemente creo que son muchos los pensamientos, juicios, críticas… que se nos pasan por la cabeza a lo largo del día sobre las conductas y hechos de los demás. Algunos nos los guardamos para nosotros, otros los comentamos con los demás, y en ocasiones con estos comentarios, nos recreamos en la crítica y en juzgar a los demás.
Con la velocidad que fluye la información las noticias vuelan y somos capaces de enterarnos en el momento de lo que está ocurriendo o de lo que se está comentando. Y cuando juzgamos y criticamos a una persona en un círculo de confianza, cuando nos encontramos con ella o está en el mismo lugar que nosotros, ya no la miramos igual, porque todo lo hablado nos condiciona ya.