Parece casi normal que en nuestra vida suframos altibajos. Hay días que estamos más animados que otros; sentimientos que van y vienen; ilusiones y desilusiones que marcan la vitalidad con las que luchamos las cosas; enfados y desenfados con las personas que nos rodean y las circunstancias que tenemos que vivir…; y un sin fin de actitudes y vivencias que hemos de afrontar cada día y que marcan esos picos altos y bajos que tenemos en nuestro interior y que condicionan nuestra forma de vivir. Mantenernos en un mismo estado y nivel de vida interior parece casi imposible, porque vivir constantemente en equilibrio interior resulta una empresa difícil y dura a la vez, pues hemos de tener una fuerte vida interior que nos ayude a mantenernos en paz, serenidad, esperanza e ilusión en todo momento y en cada vivencia, independientemente de cómo sea. Es cierto que no somos máquinas, pero si algo nos ayuda a mantenernos en este equilibrio tan preciado y beneficioso es nuestra vida espiritual, pues nos ayuda a afrontar desde la presencia de Dios y desde la confianza más absoluta cada situación que tengamos que vivir, por muy dura y traumática que sea.
oración
Has de ver cosas mayores
El Señor siempre cuida a los que se ponen en sus manos. Hay veces que no entendemos porqué Dios pone dificultades y sorpresas en nuestro camino, sin comprender en primera instancia qué es lo que se propone con nuestra vida; pero es cierto que cuando estás totalmente abandonado en sus manos, lo que te desconcierta y descoloca, con el paso del tiempo vas constatando que lo has vivido ha merecido la pena y tomas conciencia de cómo el Señor te cuida, te guía y va por delante de ti; entonces te das cuenta de lo grande que es y cuántas gracias tienes que darle por cómo va dirigiendo tu vida día a día sin apenas darte cuenta.
Son muchos los momentos que no vemos con claridad, las veces que creemos que ante nuestras dificultades no tenemos salidas, aparentemente. Aunque no entandamos nada, Dios siempre está ahí, sosteniéndonos y cuidándonos,pendiente de cada uno y dispuesto a darnos lo que necesitamos. Es importante saber abrirle la puerta de nuestro corazón y nuestra alma para que pueda entrar de lleno en nuestra vida y ayudarnos a sobreponernos y salir adelante. Lo normal es que nos cerremos en banda, nos bloqueemos y obsesionemos con nuestra situación, porque nos sentimos agobiados, desbordados y en un callejón sin salida. Nuestra mente se embota y no dejamos de pensar ni preguntarnos. Encerrarnos en nosotros mismos y obsesionarnos con nuestra angustia y sufrimiento, lo único que va a suponernos es un vacío más grande y un malestar mayor.
Confianza absoluta
Confianza absoluta, es la llamada que nos realiza la fe día tras día de nuestra vida. Sabemos de la dificultad que entraña en los tiempos que vivimos fiarnos de los demás, poner toda nuestra confianza en las personas que nos rodean. Hay muchas personas que dicen que hay secretos que no se cuentan a nadie, ni a los más íntimos. Preferimos guardarnos bien nuestras intimidades porque así nadie nos puede traicionar. Es como si nuestro corazón albergara dudas sobre la fidelidad de los que están a nuestro lado, pues su reserva no es del todo fiable al cien por cien. Actitudes así, son las que ayudan a que sigamos sembrando el mal a nuestro alrededor, porque estamos poniendo límites a la bondad, tanto la de los que nos rodean como la nuestra propia. Un brote de desconfianza se va haciendo, paso a paso, presente en nuestra vida y va cobrando fuerza con las experiencias, desencantos y decepciones que se nos van presentando. No podemos convertir nuestra vida en formalismos y costumbres sin vida. La capacidad de sorprendernos por lo que nos acontece, viviéndolo desde la presencia de Dios, es lo que nos ha de convertir en seres especiales. No porque nosotros nos lo creamos así e hinchemos cada día nuestro ego, sino porque desde la presencia de Dios y la puesta en práctica de la Palabra de Dios vamos descubriendo la felicidad y la plenitud en cada cosa que realizamos y con cada persona con la que nos encontramos.
Caminando con dolor – Camino de Santiago (VI)
Amaneció en Portomarín en una etapa con miedos e incertidumbres, pensando si sería capaz o no de aguantar. Un fuerte dolor en los cuádriceps, especialmente en la pierna derecha, me hacía dudar de mi capacidad de resistir toda la etapa. Al principio pensaba que con calentar la comenzar a andar, se me quitaría el dolor; de hecho nada más salir de Portomarín y subir la primera cuesta (larga, por cierto), las sensaciones eran buenas y eso me ha tranquilizado. Al llegar al camino llano y las primeras bajadas el dolor se ha ido haciendo más agudo, y el miedo al abandono se ha hecho más grande. He bajado el ritmo, pensando en no forzar demasiado y en llegar cuanto antes a Palas de Reí. Así he caminado los veinticinco kilómetros.
Un camino difícil – Camino de Santiago (II)
Una jornada dura marcada por la subida al O Cebreiro, monte que nos da la bienvenida a Galicia y nos acerca un poco más a Santiago de Compostela. Toda la etapa venía condicionada por esta subida. Las primeras sensaciones buenas, pero con expectación de lo que estaba por venir, porque aunque parece que tienes todo controlado, el Camino, como la vida, siempre sorprende y suele ponerte en su sitio, sin contemplaciones. Un cierto temor siempre me ha acompañado hasta el final de la etapa, porque no era capaz de prever la reacción de mi cuerpo, aunque sí me sentía bien y consciente de que podía llegar al final yendo con calma y cabeza. ¡Qué importante es conocerse a sí mismo! Aunque a veces no nos resulta fácil mirar dentro de nosotros. Abrir el corazón a uno mismo es una tarea hermosa, pero otras veces no tanto. Parece que en ocasiones nos da miedo observarnos, porque supone enfrentarnos a nosotros mismos y asumir nuestros miedos, debilidades, flaquezas… ¿Estás dispuesto? Conocerse a sí mismo es todo un reto que te ayuda a saber tomar buenas decisiones buscando lo que da equilibrio y te hace estar más seguro de ti mismo.
Una respuesta generosa
Ante la fuerza del Espíritu Santo todos los miedos y temores que puedas tener se desvanecen. El ejemplo lo tenemos en los apóstoles, que, al recibir la efusión del Espíritu en Pentecostés, pierden el miedo y de estar encerrados por miedo a los judíos, salen en pleno día a anunciar que Jesucristo había resucitado (cf. Hch 2, 12-14), sin tener ningún temor a las consecuencias por parte del pueblo judío por hablar de Jesús, a quien habían crucificado. La fuerza del Espíritu rejuvenece el alma y la llena de vida y de alegría. Esa que no puedes ocultar y que necesitas proclamar allá donde estés; esa alegría que transforma tu vida interior y te hace afrontar tus situaciones personales de una manera totalmente distinta. Con la Gracia del Espíritu Santo los problemas no se resuelven por si solos, milagrosamente, sino que tu manera personal de afrontarlos cambia radicalmente porque es el Señor quien se hace presente en tu vida y cambia el sentido de todo lo que vives y realizas. Tu corazón ya no es el mismo, también es transformado, condición previa para poder vivir de una manera totalmente nueva a Jesucristo. Si el corazón no se convierte ni acoge a Cristo, no basta con verlo. Has de vivir como Jesús para poder transmitirlo con tus obras y palabras, y así encontrarás la paz. Cuando Jesús se aparece en el Cenáculo a los discípulos les dice «Paz a vosotros» (Jn 20, 19), y les sopla su aliento, les regala el Espíritu Santo. La paz libera y ayuda en los problemas, llega a lo más profundo del corazón y lo llena de serenidad, de esa calma profunda que es tan necesaria para no dejarse llevar por los agobios, preocupaciones y sufrimientos.
La oración de intercesión
Dios siempre quiere lo mejor para nosotros, quiere vernos felices en todo momento. Para ello nos ha dado uno de los mayores regalos que podemos tener: la oración de intercesión. Quien pide por los demás olvidándose de sí es capaz de mostrar la gran bondad que tiene su corazón. Uno de los ejemplos más claros lo tenemos en la curación del paralítico al que descolgaron por el techo (cf. Mc 2, 1-12). Gracias a la fe que tenían en Jesús quienes abrieron el boquete en el techo, lograron presentarle delante de Jesús de la manera menos pensada, incluso original, creyendo que Jesús lo curaría y le devolvería la salud. De este deseo es donde buscamos a Dios para que nos ayude a resolver nuestros problemas, agobios, angustias y frustraciones. Cuando rezamos a Dios pidiendo por alguien e intercediendo por él, estamos poniendo nuestra mano en el corazón de Dios con la confianza de saber que el Señor atenderá nuestras peticiones. Así es como llegamos al corazón misericordioso de Dios y provocamos el milagro, la acción salvadora. Porque el Señor no se resiste a quienes con fe le buscan, a quienes esperan en él y se compadecen también por el sufrimiento y el dolor de sus hermanos.
María y el Pan de Vida
La tristeza de los discípulos en el Cenáculo contrasta con la esperanza de la Virgen María, que bien sabía que el Señor no la iba a defraudar. A pesar del dolor de contemplar en la cruz y tener entre sus brazos el cuerpo sin vida de su Hijo, María siempre tiene claro que el Señor tenía preparado algo grande después. Pero hay que vivir cada momento, y no podemos cambiar las cosas que no nos gustan por más que queramos. Las cosas vienen como vienen y no podemos evitarlas, más bien lo contrario, hemos de afrontarlas. Por eso dice Jesús: «El que viene a mi nunca tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás» (Jn 6, 35). Jesús había realizado la multiplicación de los panes y los peces y la gente estaba absorta y emocionada contemplando a Jesús, porque Dios siempre da la abundancia para los que creen en Él. Esa misma abundancia espiritual y de fe fue la que tuvo María desde el principio y que se hace patente en su llamada: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Con el tiempo no la perdió, sino que la acrecentó.
Escucha y mira a Jesús
Cuando Jesús se bautizó en el Jordán, Dios Padre nos presenta a Jesucristo como Hijo y nos invita a que le escuchemos. Jesús en numerosas ocasiones invita a todos sus oyentes que le escuchen, «porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15, 15). Pídele al Señor la gracia de poder escuchar, de tener unos oídos bien atentos y una mirada totalmente pura para que nada nos distraiga ni impida que le prestemos al Señor toda la atención. También en el monte Tabor el Señor le dice a Pedro, Santiago y Juan: «Este es mi Hijo, el Elegido. Escuchadlo» (Lc 9, 35). Hacer la voluntad muchas veces cuesta, como escuchar con atención y con el corazón. Es el momento de pararse y cuidar nuestra alma dejándola llenarse por la presencia del Señor. La Palabra de Jesús es el alimento de nuestra alma y es una tarea que no debemos descuidar. Debe de ser la principal acción que debemos realizar cada día: acoger la Palabra de Dios en nuestra alma para que dé sentido a todo lo que hacemos. Son muchas las cosas que escuchamos a lo largo del día, y no podemos conformarnos con escuchar cualquier cosa, sino estar primero y siempre delante del Señor para comprender todo lo que nos quiere decir.
Permanecer en Jesús
Durante la Última Cena, Jesús repite bastantes veces una frase: «Permaneced en mí» (Jn 15, 4), invitando a los discípulos a que no se separen y siempre estén unidos con Él. Nuestra fe y el sentido de nuestra vida tiene su centro en la unión que tengamos con el Señor, en cómo permanecemos en Jesús. Por eso utiliza una imagen muy gráfica para que tengamos clara cuál es la actitud que hemos de tener durante toda nuestra vida: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mi y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mi no podéis hacer nada» (Jn 15, 5). La imagen de la vid es muy significativa porque si estamos unidos a Dios damos fruto y si no nos secamos, nuestra vida es estéril y desaparecemos. Por eso dice el Señor Jesús en el Evangelio que cuando un sarmiento está seco, se corta, se echa al fuego y desaparece. La única utilidad del sarmiento es para hacer fuego, y sólo una vez, una vez quemado deja de existir. ¿Es esto lo que quieres de tu vida espiritual y cristiana?