Cuántas veces hemos etiquetado a una persona por la primera impresión que nos hemos llevado de ella. Cuántas veces hemos hablado de esa persona juzgando por esa primera toma de contacto que hemos tenido. Sabemos que sobra que los prejuicios no son buenos, porque condicionan nuestra manera de relacionarnos. Por eso es bueno tener una mirada limpia y pura, cuanto más mejor. En este ámbito sí que tenemos que ser generosos a la hora de mirar bien a los demás para que todo lo que salga de nuestro interior sea bueno y constructivo. Dejarse llevar es lo más fácil. Entrar en una dinámica destructiva significa abrir un gran canal de acción al mal en nuestra vida, entre otras cosas porque sin darnos cuenta estamos dejando que nuestro corazón se endurezca por los malos sentimientos hacia los otros que cada vez nos hacen más injustos en nuestra manera de mirar y por supuesto de tratar.
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Morir al orgullo
Todos sabemos que si hay algo que no nos hace ningún bien es el orgullo. Una persona orgullosa tiene un concepto exagerado de sí mismo que le puede llegar a hacer caer en la soberbia. Las características negativas del orgullo nos lleva a tener un sentimiento excesivo de satisfacción sobre uno mismo y puede llegar a mostrar altivez, arrogancia, vanidad, soberbia y hasta desprecio hacia otras personas. Si por algo destacan las personas orgullosas son por ser envidiosas, autoritarias, críticas, arrogantes, rebeldes y con frecuencia suelen tratar mal a las personas, aunque por norma general suelen disfrazarse con caras afables, buenas palabras y maneras, un rostro sonriente… aunque en el fondo su pretensión está quedar por encima de los demás utilizando todas las argucias que están en su mano para llegar al fin que pretenden.
Ten compasión, Señor
Hay ocasiones en las que nos gusta presumir ante los demás de lo que somos, hemos conseguido o se nos da hacer bien. Nos gusta que nos miren bien y que nos tengan en consideración. Además, socialmente también nos sentimos bien cuando somos aceptados y los demás nos tienen en cuenta y quieren que estemos con ellos. Esto hace que nos esforcemos por conservar nuestra buena imagen y si se puede acrecentarla, mejor.
No podemos vivir sólo de apariencias, ni quedarnos en lo inmediato ni en lo superficial, porque entonces interiormente nos vaciamos. Corremos el riesgo de convertimos en personas frías que no tienen nada que ofrecer y que sólo están pendientes de lo pasajero y superficial. El ego es muy fácil de agrandarlo cuando entramos en esta dinámica. Hay que estar muy atentos para que lo material, el físico, la moda, el prestigio… no se conviertan en el centro de la vida, pues hace que sin darnos cuenta los demás nos reconozcan por estas cualidades y tengan una buena opinión. Corremos entonces el riesgo de caer en la presunción.
Sin ataduras
Cuántas veces nos hemos visto comprometidos por nuestras palabras, por aquello que hemos dicho y que luego no hemos hecho. Habitualmente decimos que somos esclavos de nuestras propias palabras, pues lo que hoy criticamos y juzgamos, mañana quizás estamos realizando aquello que hemos censurado.
Hay acciones que realizamos día a día, que no están bien ni nos favorecen y a las que no les damos la importancia que se merecen, por ejemplo, cuando criticamos a alguien a sus espaldas con otras personas. Todos sabemos que criticar está mal, pero parece que como es habitual y todo el mundo lo hace, no luchamos contra ello. Tenemos que tener cuidado con los hábitos y las costumbres que vamos adquiriendo, pues algunas nos hacen bastante daño y nos debilitan en nuestra interioridad y espiritualidad. No podemos normalizarlas porque al final terminan atándonos y convirtiéndonos en esclavos de nuestras propias debilidades.