Entrenar con Dios

Solemos ser más exigentes con los demás antes que con nosotros mismos porque nos resulta más fácil ver la paja en el ojo ajeno antes que la viga en el nuestro. Hay veces que los defectos de los demás resaltan más que los nuestros propios, y todo lo que nuestros esquemas y mentalidad nos condiciona sobre nuestras actitudes, hace que seamos injustos con los hermanos porque se nos olvide mirar en nuestro interior para descubrir que también nosotros somos humanos y nos equivocamos porque no somos perfectos. En este aspecto, la humildad nos ayuda a mirar en nuestro interior, a ser más prudentes y no dejarnos llevar por los impulsos, teniendo así más tacto con el prójimo.

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Actuar por amor

Actuar por amor. Es uno de los principales retos que tenemos cada día. Son muchas las situaciones en las que nos encontramos tentados de cumplir, no comprometernos, pasar de largo, abandonarnos… y que apagan ese ardor de nuestra alma por ser fiel al mandamiento del amor que nos dio Jesús. Actuar por amor es exigente, mucho más cuando tenemos algún desencuentro con las personas que nos rodean y no somos capaces de perdonar ni de practicar la misericordia en su plenitud. Los corazones comienzan a distanciarse y, por tanto, la actitud de servicio y de amor no sale con la misma frescura que cuando estamos totalmente unidos al hermano. La falta de diálogo hace que muchas veces nos dejemos influenciar por actitudes y medias palabras que a veces mal interpretamos y que hacen que nos lleguemos a imaginar lo que no es o a pensar más de la cuenta, dejando que pase el tiempo y cerrándonos al diálogo fluido que anteriormente hemos podido tener con el otro.

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Dios no nos cuestiona

Cuando un tren pasa ya no vuelve atrás. Son muchas las oportunidades que dejamos pasar a lo largo de nuestra vida, que nos ayudarían a vivir de una manera más comprometida y auténtica, siendo más fieles a nuestros principios e ideas. Cada vivencia va marcando nuestra vida, unas más profundamente y otras menos. Todo lo que hacemos va dejando su huella en nuestro camino y hemos de procurar que esas huellas nunca se borren ni se pierdan, sino que dejen una clara impronta de lo que somos y vivimos. Todos damos valor al esfuerzo, por muy pequeño que sea; valoramos nuestro esfuerzo y la dedicación que damos a nuestros compromisos. En ocasiones, para seguir adelante, necesitamos constatar que nos encontramos caminando en la dirección adecuada y que los esfuerzos que estamos realizando no son en vano. Dios no nos cuestiona porque nunca se pone a la defensiva, siempre disculpa, perdona y da nuevas oportunidades; no se cansa de perdonarnos ni de ser paciente.

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Compartiendo todo lo que tienes

¡Qué bien nos sentimos cuando compartimos lo que tenemos! No solo es un acto de generosidad, sino es donar por amor lo que eres, toda tu persona. En ella incluimos lo material, lo que es nuestro y que de manera gratuita ponemos a disposición de quien tenemos al lado. Cuando actuamos de corazón entregamos todo lo que somos y tenemos; somos felices cuando ayudamos y servimos al otro porque esa es nuestra esencia como seres humanos y cristianos: darnos a los demás.

Necesitamos abrir el corazón sin reservas. Siempre hay algo que nos reservamos para nosotros mismos y que no entregamos a los demás. La dimensión de la autenticidad de nuestra entrega depende del corazón que pongamos en lo que vivimos cada momento. Entregarse sin reservas es abrir el corazón a nuestros anhelos más profundos, mostrándonos tal como somos. Así seguiremos los mismos pasos de Jesucristo, que habló abiertamente en todos los lugares en los que estuvo y no se dejó nada por decir, a pesar de que muchas veces pueda convertirse nuestra autenticidad en una denuncia para la forma de vida de quienes nos rodean: «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que yo he dicho» (Jn 18, 20-21). Fueron las palabas que dijo Jesús delante del sumo sacerdote cuando le arrestaron.

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Volver a levantarse

Volver a levantarse cuando se cae, es todo un logro. Todos nos caemos y tropezamos, muchas veces en la mismo lugar y en la misma piedra; somos conscientes de que nuestra vida necesita un giro, un cambio que nos permita tomar otra dirección distinta, porque el derrotismo muchas veces nos aplasta y nos quita la ilusión, las ganas de luchar, de avanzar. El fracaso se hace fuerte y no sabemos qué hacer. Todos hemos tenido vivencias de este tipo, nos hemos caído y nos hemos tenido que volver a levantar. Es cierto que a todos nos gusta que la vida nos vaya sobre ruedas, que todo sea perfecto, no tener ningún tipo de problema con nada ni con nadie; pero la vida es difícil y dura, tanto que decimos que es imperfecta porque no todo es felicidad y alegría.

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No es el final, Dios quiere ayudarte

No es final. Todavía no. Puedes creer que no hay solución, que todo está perdido, que tu vida ya no puede ir a peor y que es un desastre. Pero no, no es final. Siempre hay una salida, una salida que a última hora encuentras, donde puedes abandonar la oscuridad que te invade, el pesimismo que te encoje hasta lo más profundo del alma. Podrás decirme que cuando se pasa mal no es tan fácil. Que cuando el sufrimiento, el dolor y la impotencia aprietan las cosas no se ven de la misma manera. Que hay que vivirlo para saber lo mal que lo pasa uno. Que opinar viendo los toros desde la barrera es muy cómodo. Que no tienes esperanza y que has dejado de creer en las personas, en Dios y en todo. Es cierto que nadie se puede cambiar por ti ni vivir lo mismo que estás viviendo tú, eres insustituible… pero de todo se sale. Dios siempre cierra una puerta, pero abre una ventana. Esta es la esperanza con la que tienes que vivir y que te tiene que ayudar a no desfallecer en la lucha por salir adelante. Aunque no entiendas las cosas en este preciso momento o durante el resto de tu vida. Tienes derecho a pasarlo mal, a desahogarte, a todo lo que tu quieras… pero no puedes estar así toda la vida. Se entiende perfectamente que puedas estar un tiempo mal, pero hay que levantarse y reemprender la marcha. No puedes estar toda la vida sentado, parado, perdido. La vida se te ha regalado para vivirla y Dios te ha dado una serie de dones y la fe para que te realices en lo que haces.

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¿Cómo ser más paciente?

Ejercer la paciencia es un don. A veces la perdemos con demasiada facilidad. Un proverbio turco dice que “la paciencia es la llave del paraíso” y no le falta razón porque nos permite vivir cada situación de nuestra vida de una manera más serena, calmada, sin perder el control de lo que hacemos y dominando especialmente nuestros impulsos, especialmente aquellos que hacemos con rabia y que sacan lo peor de nosotros mismos. La paciencia nos permite que la espera sea más tranquila, que no nos dejemos llevar por las prisas y por querer que todo salga como nosotros queremos y deseamos. Son muchos los ejemplos del día a día donde la paciencia la perdemos con facilidad: en el coche, cuando llamamos por teléfono a algún familiar y no nos lo cogen, cuando tenemos que hacer una cola demasiado larga en la compra… Nos hemos acostumbrado a lo inmediato, fruto de la cultura de consumo en la sociedad de bienestar en la que vivimos.

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Ser justo con el trabajo y el esfuerzo de los demás

Hay personas que son muy profundas en sus pensamientos, sentimientos y valores. Saber transmitir esa sensibilidad tan entrañable y necesaria es importante. Hemos de saber mostrar nuestras cualidades a los demás para enriquecerlos y para poner al servicio todo lo que somos. Nuestro mundo necesita personas generosas capaces de ser testigos del evangelio en nuestro tiempo, entregándose y absteniéndose de su propio beneficio personal, a favor de los demás. Solo así es como lograremos transformar nuestra sociedad y empezar a cambiar las corrientes y las inercias que tanto nos arrastran al individualismo y la autosuficiencia. Son muchas las inercias de vida que dan importancia a las formalidades, protocolos, imagen personal que se ofrece, y nos olvidamos de la persona, del corazón que se pone en lo que se realiza. Estamos llamados a compartir lo que somos y tenemos, sin ninguna doblez, sin máscaras que traten de fingir lo que no se es.

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Vida familiar de calidad

Compartir los sentimientos, hablar desde el corazón, saber pararse para dedicarle tiempo al otro y ponerse en su lugar… son acciones que diariamente deberíamos de compartir con las personas que más amamos y queremos. Está claro que amamos y queremos a nuestros padres, hermanos, hijos… Nuestra familia ocupa un lugar importantísimo en nuestro corazón. Pero, a veces, damos demasiado por hecho que lo saben y no lo expresamos con la debida frecuencia. Ha de ser algo habitual, que nos permita vivir más estrechamente con los nuestros y hacer de nuestras casas verdaderos hogares donde se respire el amor y la ternura

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Tu futuro en las manos de Dios

El futuro es impredecible, nos gustaría controlarlo y saber qué es lo que nos va a ocurrir, para así poder cambiar lo que no nos gusta o elegir mejor si sabemos que lo que estamos haciendo no va a ser como esperábamos. El tiempo es algo que valoramos tanto y que a veces perdemos con demasiada facilidad. Si para algo nos debe servir el tiempo es para disfrutar de todo aquello que hacemos, saboreando cada instante del presente ya que hemos de estar preparados, porque no sabemos ni el día ni la hora (cf Mt 25, 13). Así de dura es la vida, hoy estamos y mañana no. La vida nos puede cambiar en décimas de segundo. Pasamos mucho tiempo programando, pensando qué vamos a hacer, la dirección que vamos a tomar…, y sabemos que en un instante todo puede cambiar de la noche a la mañana.

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