Estar a la altura

A todos nos gusta estar a la altura de lo que esperan de cada uno. Queremos hacer las cosas siempre lo mejor posible para que no puedan decir nada de nosotros; para que estén contentos con lo que nos encomiendan y con nuestro trabajo. Son muchos los malos ratos que nos llevamos personalmente cuando no estamos a la altura y lo pasamos mal. Continuamente vamos buscando constataciones de los demás o de nuestro entorno para cerciorarnos de que estamos haciendo lo correcto y de que es de su agrado. Lo necesitamos.

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No tengas miedo

Bien sabemos que el miedo paraliza y bloquea. Quien se ve superado por el miedo está totalmente vulnerable y a merced de este; puede hacer con nosotros, en esos momentos, lo que desee. Nos encontramos a su merced, totalmente vencidos. Tener la capacidad de escuchar a los demás en un momento de pánico, es una virtud que puede ayudarnos más de lo que imaginamos, pues tendríamos lucidez para discernir qué es lo más conveniente en un momento así. Muchos son los momentos donde los demás nos gritan, pero el pánico hace que estemos totalmente sordos y no escuchemos nada más que el latir de nuestro corazón atemorizado porque no siente nada, solo la inseguridad provocada por lo que tanto daño nos hace.

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Un santuario en tu casa

¡Qué importante es tener un lugar habitual en el que pararnos! Para encontrarnos con Dios y con nosotros mismos; para enriquecer nuestro espíritu y sanar nuestra alma de los roces del día a día, provocados por nuestra débil condición humana. Este lugar ha de ser nuestro “santuario” particular, ese rincón de nuestro hogar en el que nos situamos para encontrarnos con Dios, parándonos de nuestro ritmo ajetreado de vida y tener esa experiencia transcendental del encuentro con Cristo, que nos serena y nos da lo que más necesitamos en cada momento. Cuida ese rincón de tu hogar con especial cariño, no lo trates como algo más que adorna tu casa. Necesitamos de lugares especiales al igual que necesitamos de personas especiales en nuestra vida. Las personas nos completan y nos hacen sentir amados y felices; los lugares también, porque son los que construyen nuestro entorno material, y es ahí donde más a gusto nos tenemos que sentir.

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En Dios

Sabemos de la dificultad que nos supone vivir nuestra fe de una manera coherente y permanecer fieles en la oración con perseverancia y dedicación. No dejarse llevar por el activismo y por los quehaceres cotidianos resulta complicado, porque son muchos los frentes que tenemos abiertos, que ocupan nuestro tiempo y también nuestra mente y que nos impiden pararnos para encontrarnos con Dios cada día, ante el ritmo frenético de vida que llevamos. Cuidar nuestra espiritualidad en los tiempos que corren es fundamental. No podemos descuidarnos porque rápidamente el mundo nos absorbe y nos somete a su voluntad y frialdad, y cada día que pasamos sin orar y contemplar el rostro de Dios, más daño nos estamos haciendo en nuestro interior, sin darnos cuenta, porque nos vamos alejando de Dios y vamos perdiendo esa frescura espiritual que necesitamos para darnos cuenta de lo necesario que es estar con Dios.

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Una llamada al cambio

Solemos decir que el mundo está mal y que nuestra sociedad ha perdido los valores, aquellos que desde siempre se han vivido y son nuestras señas de identidad. Personalmente estoy abierto a los cambios y creo que el progreso llega a una sociedad cuando ésta es capaz de cambiar y avanzar, pero no a cualquier precio. Los cambios para que sean verdaderos no pueden ir contra natura, tampoco se pueden forzar. Todos tenemos claro que las prisas no son buenas porque hacen que todo se precipite y no siempre salen las cosas como queremos, pues estamos acelerando los procesos naturales del cambio y todo termina escapando de nuestro control. Para que una sociedad cambie es necesario respetar los ritmos, siendo pacientes y acomodando las nuevas ideas y formas de vida a las transformaciones que se van produciendo poco a poco con el paso del tiempo. Por eso cambiar las mentalidades cuesta tanto trabajo, porque no es un trabajo que se hace solo de palabra y en un momento puntual, sino que es un proceso lento que se va dando con el paso del tiempo y de los acontecimientos, que va calando poco a poco según las vivencias.

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No vivas a medias tintas

Hace más de veinte años visitaba un convento en Arenas de San Pedro (Ávila) en una convivencia con el Seminario en el que me encontraba. Durante esos días tuvimos la oportunidad de visitar y compartir un encuentro muy gozoso con las religiosas de clausura del Convento de las Carmelitas Descalzas. Nos encontramos con ellas una tarde y en el locutorio, después de un rato de charla distendida, una de ellas (no recuerdo cuál) nos dijo una frase que a mí se me quedó grabada a fuego en mi mente: “Si llegáis a ser sacerdotes, sedlo de verdad, no seáis sacerdotes a medias tintas”. Contando con las fragilidades y las miserias de la vida humana, y lo pecadores que somos, ni mucho menos me quiero poner ni como ejemplo, ni como modelo, pero esta frase siempre la tengo muy presente en mi vida y en todo lo que hago, siendo muy consciente de que el primer pecador soy yo y que aún me queda mucho por aprender y por hacer dentro de la Iglesia, pero he de confesar que aún esta frase sigue haciendo mella en mi vida y me toca cada el corazón cada vez que he de presidir una celebración religiosa.

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Nacer de nuevo

En todo momento el Señor Jesús nos dice que estemos a su lado, no quiere que nos separemos de Él, porque desea protegernos de todo peligro y de toda acechanza del mal, que nos haga caer en la tentación. Igual que cada día dormimos para descansar y renovar nuestras fuerzas, también nuestro espíritu necesita de su descanso en el Señor para renovar también las esperanzas y la vida de amor y fe a la que estamos llamados a compartir. Si queremos profundizar en nuestra vida de fe, hemos de estar decididos a buscar en todo momento los caminos del Señor, esto implica romper con nuestros hábitos y costumbres, en los que nos hemos acomodado, y estar decididos a hacer realidad lo que Jesús le dijo a Nicodemo: «En verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios. El que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios» (Jn 3, 3.5). Esta es la llamada que se nos para nacer a una nueva vida espiritual, en la que en la presencia de Dios nos renovamos y fortalecemos para seguir creciendo y profundizando en la fe. Qué importante es mostrarse a los demás con un corazón totalmente limpio para no tratar a los demás condicionados por las opiniones de nadie, y desde nuestra propia libertad ir caminando en la libertad de los hijos de Dios, sintiéndonos llenos y plenos del amor de Dios.

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El verdadero alimento

La Eucaristía nos llama a hacer memoria de una vida entregada desde la radicalidad de la Cruz. La Cruz es entrega, es llevar un estilo muy concreto de vida donde nos entregamos a los demás por amor y vivimos desde la gratuidad total. Sin buscar ni pedir respuestas, sino siendo obedientes a los que el Señor Jesús nos dice en el Evangelio, que tenemos que hacer vida para que realmente hagamos memoria de Él, que por amor nos ha enseñado y enseña a morir por los demás buscando siempre lo mejor para ellos. Cierto que hay veces que nos resulta demasiado difícil entenderlo y ponerlo en práctica, pero no está en nosotros el buscar razones y el querer saber. Sabemos desde el comienzo de los tiempos que la curiosidad y el deseo nos llevaron al pecado original por parte de nuestros primeros padres, Adán y Eva (cf Gen 3). La desobediencia a Dios y el querer cuestionar lo que nos dice y pide hace que pongamos a Dios en un segundo plano en nuestras vidas y terminemos matándolo en nuestros corazones a través del pecado. Entonces la Eucaristía deja de tener sentido, porque se convierte en algo vacío, que no alimenta nuestra alma ni nos da luz. Hemos de aspirar siempre a algo más. A Dios mismo.

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Hacia la verdad

La Palabra de Dios es clara y tajante, no da lugar a dudas. Aunque la queramos acomodar a nuestros intereses o a nuestra conciencia, es esa espada afilada que corta todo lo que se pone a su paso. Hay veces que la cerrazón humana no nos deja ver más allá. Tener la verdad delante de tus ojos y no querer acercarte a ella es pagar un precio demasiado alto por mantener la conciencia bien acomodada al plan de vida que uno se ha proyectado para sí. Pero hemos de tener claro que nuestra vida no es para nosotros, es para los demás, pues sin ellos no podemos obtener la felicidad. Buscar la felicidad para ti mismo es empobrecerla demasiado, yo diría que es prácticamente imposible, pues todos necesitamos personas a nuestro lado con quienes hablar, compartir…, sabedores que por muy autosuficientes que nos creamos, necesitamos de ellos directa o indirectamente. Así es la vida del ser humano, para sobrevivir de pequeño necesita de la protección y atención de sus mayores; siempre hay cosas que por mucho que queramos no podemos hacer solos, y esto sí que es un palo grande para nuestra autosuficiencia.

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Deseemos algo más

Nos gusta saborear lo que hacemos, disfrutar nuestra vida y vivirla intensamente. De sobra sabemos que la vida solo se vive una vez, que hemos de aprovechar cada momento porque no se volverá a repetir, que los trenes pasan y no vuelven, porque el pasado no tiene marcha atrás; el pasado es parte de nuestra vida, de lo que somos, y no podemos vivir de él. Hemos de saborear el presente caminando hacia el futuro, siendo conscientes de lo que tenemos entre manos y a pesar de las oportunidades perdidas todavía nos quedan muchas y buenas experiencias por vivir y gozar. A veces las cosas no salen como pensamos, pero es cierto que a pesar de los fracasos siempre tenemos la oportunidad de levantarnos, de mejorar y avanzar. No podemos estar alimentándonos, día tras día, del pasado y de lo que en su momento hemos vivido.

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