Nos encanta vivir con las personas que amamos y siempre estamos dispuestos a dar la vida por ellas si fuera preciso. Si tuviéramos que definirlas seguramente todos diríamos que para nosotros lo son todo, que son importantísimas en nuestras vidas. Seguramente añadiríamos que somos felices con ellos pues lo más grande que nos ha regalado el Señor es nuestra familia.
Pero no todo es perfecto en nuestra vida familiar. Nuestro día a día no está exento de ciertos roces, cambios de humor y multitud de sentimientos que van y vienen. Somos seres humanos y hay muchas veces que entendemos perfectamente a los demás y otras no. Cuando surgen las desavenencias hay muchas veces que decimos al otro: “¡No te entiendo!” Porque a menudo se cometen los mismos fallos, se hacen los mismos gestos, se repiten las mismas actitudes o las manías se agudizan más. Hay que hacer un acto de paciencia, contar hasta diez si fuera preciso, y saber contenerse para no desesperar.