No perder la paz y la calma es todo un reto, especialmente cuando estás en medio de la tormenta de tu vida. Hay veces en las que nos metemos de lleno en ella, movidos por la inercia de nuestra vida; otras es ella la que viene a nosotros de improviso y nos sorprende; en otras vamos viendo cómo se va formando ante nuestros ojos y no podemos hacer nada. Ante estas situaciones es todo un reto mantenerse en Dios y confiar en Él. La teoría sabemos que es muy fácil, la práctica es otra cosa. Los que nos quieren y son conocedores de la situación nos hablan, animan y apoyan, aunque la profesión va por dentro y a veces nuestros sentimientos son incontrolables porque nos llevan a esa confusión tal, que dudamos de todo y pensamos que todo se está derrumbando por momentos. No es así. Las horas y los días pasan y te vas dando cuenta, poco a poco, que la vida sigue. Acostumbrarse cuesta, pero al final, con mayor o menor esfuerzo, humanamente llegas a hacerlo y tu percepción de la realidad empieza a cambiar porque tu interior también lo está haciendo.
Padre Aurelio
Sonríele a Dios
Sonríele a Dios. «Sus planes no son nuestros planes, y nuestros caminos no son sus caminos» (Is 55, 8). Cuando de repente, ante nuestros ojos y pasos, se presenta un giro inesperado o una “sorpresa” no deseada, sabemos de sobra que esto nos descoloca. Parece como que todo se desmorona, como que la vida se para de repente y te ves cayendo al vacío, con tu vida totalmente descontrolada y saltando por los aires, siendo consciente de que todo se ha perdido y se ha derrumbado. Entonces le preguntas a Dios qué es lo que quiere de ti y qué te tiene preparado; y, además, te das cuenta de que todas las seguridades que te habías construido para sentirte bien y vivir aparentemente feliz han desaparecido repentinamente. Te falta el aire, tu cabeza no deja de dar vueltas y se te pasan por tu mente miles de pensamientos e ideas que cada vez se descontrolan más. Y surgen las preguntas sin respuesta y esa sensación en tu interior de que todo se ha perdido.
In memoriam al tío Armando
Acabamos de celebrar la Resurrección del Señor, el gran acontecimiento de nuestra fe, que da sentido a todo. Decir que Jesucristo ha resucitado es fácil decirlo en este tiempo, con alegría y gozo. Hoy quiero decirlo también con dolor en el corazón ante la pérdida de un grande de mi familia, mi tío Armando. Desde la fe y también con lágrimas en los ojos digo con fuerza que Jesucristo ha resucitado para ayudarnos en estos momentos tan duros para mi familia, especialmente para mi tía y mis primos. No poder despedirte, no poder abrazar, no poder llorar juntos… nada más que a través del teléfono o de una videoconferencia o reunión virtual, no hace sino más grave este momento de perder a un ser que amas y de desear estar con tu familia con todas tus fuerzas. Es en este momento donde queda el consuelo de la fe y de sentir en la distancia el amor hacia los tuyos.
Viernes Santo, ejemplo de obediencia
Se han salido con la suya aquellos que tenían mucho interés en que Jesús desapareciese. La jugada ha sido perfecta, porque en menos de 24 horas lo han apresado y ejecutado. Todo ha sido perfecto, y por fin ha desaparecido la piedra tan incómoda que tenían en los pies y que tantos problemas les estaba dando. Jesús ha muerto en la cruz y ellos han sido testigos de excepción. Lo han visto con sus propios ojos y se pueden ir satisfechos a sus casas. Se acabó el escuchar blasfemias y barbaridades sobre Dios; el que se llamaba a sí mismo Hijo de Dios, solo era un hombre que ha acabado muerto sobre una cruz, igual que los malhechores.
Jueves Santo – Día del Amor Fraterno
Hoy es el día de los enamorados, no el 14 de febrero. Hoy es el día del Amor Verdadero porque es el día donde Jesús nos enseña la entrega total, sin “peros”, sin esperar nada; porque es el mismo Jesucristo el que se entrega por nosotros, no porque es el último para servir, amar, ser humilde, sencillo de corazón, entregado… sino porque se nos presenta en su Cuerpo y Sangre para que entendamos el verdadero sentido de la palabra “sacrificio”.
Semana Santa en pandemia
No sabemos los planes de Dios. Ya lo decía el apóstol san Pablo: «¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! En efecto, ¿quién conoció la mente del Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le ha dado primero para tener derecho a la recompensa? Porque de él, por él y para él existe todo. A él la gloria por los siglos» (Rom 11, 33-36).
Jesús entra en Jerusalén, en tu corazón
Hoy es la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén, encima de una borriquilla. Todos le aclamaban y le reconocían como el Hijo de David, el Mesías que tenía que venir, cantando y alabándole por todos los signos que había hecho a lo largo de su vida pública y que tanta admiración provocaba en quienes lo seguían, tocados en el corazón por sus palabras y obras. Esa entrada de Jesús en Jerusalén fue motivo de ilusión, alegría y gozo para muchos; la promesa hecha realidad y la admiración y orgullo que los discípulos sienten, viendo cómo toda la ciudad de Jerusalén sale a recibir al Maestro y a ellos detrás de Él.
Consuela nuestro mundo Madre Dolorosa
Viernes de Dolores, anticipo del Viernes Santo. Horas críticas donde la Madre contempla la injusticia que están cometiendo con su Hijo. A los ojos de los hombres es algo inexplicable; a los ojos de Dios es el ir avanzando hacia el culmen de la misión.
Y ahí está la Madre Dolorosa, con esa espada que le atraviesa el corazón y que derrumba a todo ser humano. Como siempre ocurre ante cualquier sufrimiento, el ser humano es capaz de sacar fuerzas de donde no las hay. Y María, no iba a ser menos. Saca fuerzas para estar al lado de su Hijo, contemplando con impotencia el escarnio que están realizando sobre Él. A los ojos de Dios: la obediencia llevada hasta el extremo; a los ojos de los discípulos: el fracaso de un proyecto; a los ojos de la Madre Dolorosa: los planes de Dios son inescrutables.
Responder desde la fe en tiempos de pandemia
Decía Santa Teresa de Jesús que la cabeza es la loca de la casa. Y es cierto que, en este tiempo de pandemia, después de quince días de confinamiento, donde hemos empezado a adaptarnos, quien más quien menos a este nuevo estilo de vida temporal, son muchas las cosas que se pasan por la cabeza, y, son muchas las inercias que empezamos a tomar al ir perdiendo la fuerza con la que empezamos los primeros días. Digo esto porque un matrimonio conocido me decía anoche cómo, si no estás atento, te relajas en la vida de oración y te sumerges en los nuevos hábitos adquiridos durante esta cuarentena provocada por el covid-19. Y al igual que nos podemos relajar espiritualmente, también corremos el peligro, de que la “loca de la casa”, nuestra cabeza, también comience a plantearse alguna que otra pregunta sobre Dios y el porqué de las cosas.
Si Dios lo sabe todo, ¿por qué no impide entonces el mal? (Youcat 51). Es una pregunta que ante la impotencia que podemos sentir en determinados momentos de nuestra vida (mucho más en estos que estamos viviendo en la actualidad) puede asaltarnos en nuestro interior e incluso martillearnos y hacernos dudar sobre el Señor.
El estandarte de la esperanza
La Cuaresma es un desierto, un camino de conversión que nos lleva hacia la Pascua, hacia el encuentro con Jesucristo Resucitado. Este cambio personal se produce cuando uno es capaz de encontrarse consigo mismo y abrirse en canal ante el Señor, que todo lo conoce y puede, para dejarse transformar por Él. Cuando se experimenta ese cambio todo se ve de una manera distinta. Es innegable el esfuerzo personal que supone dar ese paso, porque hay que estar dispuesto a que tu vida sea otra. Resistirse a ello, y mucho más, renunciar a tus seguridades, comodidades y bienestar es algo que hay que pensarse, porque las seducciones del mundo son mucho más apetecibles y seductoras que lo que el Evangelio nos presenta: sacrificio, esfuerzo, renuncia a uno mismo para entregarte a los demás…