La vida es un regalo que Dios nos ha hecho. Le pertenece a Él y sabemos que por más que queramos no podemos comprar ni un segundo más de ella. No podemos olvidarnos de que nuestra vida no nos pertenece, sino que es de Dios. Hay veces que nos olvidamos de ello y nos comportamos como si fuese única y exclusivamente nuestra. Dios nos ha creado y somos propiedad suya, aunque nos empeñemos en renegar de Él y en apartarle totalmente de nuestro lado para hacer lo que mejor nos parezca. Nos supera en cada una de nuestras facetas y dones y no podemos compararnos con Él en nada. El deseo de Dios cuando puso en manos del hombre toda la Creación fue: «Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven sobre la tierra» (Gn 1, 28). Les encomienda actuar y hacerlo con buen sentido, desde la responsabilidad. Cuidando todo lo que les rodea, no solo la naturaleza, sino también las relaciones personales, dominando los animales, pero nunca a sus semejantes. Ningún ser humano debe estar ni por encima ni por debajo de nadie. Todos somos iguales ante Dios porque somos sus hijos. Y el amor debe de ser el motor de nuestra vida.
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Dios es consuelo
Hay veces que nos creemos “superhombres”, capaces de todo, de conseguir lo que nos proponemos, de tirar hacia delante con todo lo que la vida nos va poniendo en nuestro camino, de poder con todo lo que “nos echen encima y más” sin la necesidad de nadie. Caemos con mucha facilidad en la tentación de la autosuficiencia, pensando que nosotros mismos podemos con todo y no necesitamos ningún tipo de ayuda de los demás. Terminamos guardándonos tanto en nuestro interior que al final terminamos desbordados, sobrepasados y con tantos sentimientos encontrados dentro de nuestro corazón, que terminamos reventando por donde menos esperamos y con quien menos se lo merece, haciendo pagar a quien muchas veces no tiene culpa, por nuestra incapacidad de centrarnos y hacer lo correcto en cada momento.
Hacerse a la idea
Hay veces que cuesta demasiado trabajo hacerse a la idea de lo que es repentino y sorprendente porque provoca un gran sufrimiento y dolor en nuestras vidas. Aceptar lo que la vida nos trae cuesta demasiado trabajo. La Virgen María también lo tuvo que experimentar en su propia carne cuando contemplaba a su hijo en la cruz después de haber sido torturado y maltratado por los soldados romanos. Una espada le atravesó el corazón sumergiéndola en el mayor de los dolores, especialmente en el momento de tener el cuerpo sin vida de su hijo en sus brazos. No hay mayor dolor que tener que hacer lo contrario de lo que la naturaleza ha dispuesto: que un padre y una madre entierren a su hijo. ¿Cómo hacerse a la idea de algo tan doloroso y desgarrador? María lo pasó muy mal, sólo quien ha sufrido en su vida algo tan duro puede saber cómo se sintió María. El resto de personas nos lo podemos imaginar solamente, no llegaremos nunca a ser conscientes de ese verdadero dolor.
Sobre los malos pensamientos
Hay veces que se nos pasan malos pensamientos por nuestra mente. Son esos pensamientos fugaces que en ocasiones son difíciles de controlar y que turban nuestra paz por momentos. Sabemos el esfuerzo que nos supone tener la mente limpia y pura, sin contaminar, por ninguna falta ni remordimiento. Todos deseamos esa paz pura y verdadera que queremos tener en nuestro corazón. Para ello es importante saber dominar nuestra mente y controlar su forma de interpretar automáticamente todo lo que pasa por ella. En el evangelio tenemos casos concretos donde Jesús escruta el pensamiento de los fariseos cuando en su interior le juzgan a él mismo y a los demás (cf Mt 12, 25), porque perdona los pecados, expulsa demonio o acoge a los pecadores. No hace falta verbalizar lo que pensamos para tener estos pensamientos de juicio o de malos deseos hacia los demás. Salgamos con la ayuda de la fe de esta dinámica. Dejémonos ayudar por Jesucristo que quiere estar siempre presente en nuestra vida y que permanezcamos unidos a Él.
Reza con paz, no con prisas
A todos nos gusta que Dios nos conceda aquello que necesitamos, especialmente cuando nos encontramos en un momento de dificultad y angustia. Le pedimos con mucha fe, fuerza e insistencia por las necesidades que nos apremian, esperando ver pronto el camino despejado y cada problema en el que nos podemos encontrar solucionado. Hay veces que las cosas no vienen como nos gustarían y esto provoca en nuestro interior una intranquilidad que nos agita bastante y que hace que no tengamos ni la paz ni la serenidad suficiente para tener la mente tranquila y controlada. Es sorprendente la velocidad con la que nuestra mente piensa y llega a las conclusiones más insospechadas que nos podamos imaginar. Es todo un reto llegar a controlar nuestro pensamiento, que tantas veces se nos escapa a nuestro control, y que muchas veces no nos deja vivir en paz.
Con paz
A todos nos gusta llevar la razón, sobre todo cuando estamos en el momento álgido de una discusión, hacemos y decimos lo que sea necesario para quedar por encima de nuestro interlocutor. Hay momentos en los que incluso no medimos ni las palabras ni las formas, lo que importa es quedar por encima del otro, aunque luego nos sintamos mal y con remordimientos, achacándonos incluso, el poco tacto que hemos tenido o las malas palabras y gestos que hayamos podido decir y realizar. Es difícil controlarse en situaciones así y mantener la calma, pero no es imposible.