Dejarse llevar por el desánimo es perder la esperanza. En el Evangelio le ocurrió a los discípulos después de la crucifixión de Jesús. Salieron a pescar (cf Jn 21, 1-14) y después de toda la noche faenando volvieron a tierra con las redes vacías. Sus esperanzas se habían visto truncadas al ver a Jesús muerto en la cruz. Pedro había dicho que Jesús «era el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo» (Mt 16, 16). Pero la muerte de Jesús les había nublado el entendimiento y la decepción había inundado sus corazones. La consecuencia: las redes vacías y lo que es peor, sus corazones también.
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La llamada de Dios
Dios llama a cada uno por su nombre. Te ha elegido especialmente para que seas hijo suyo, para que aprendas todo lo que tiene que enseñarte y para que encuentres el sentido a todo lo que has de vivir y que te espera si eres capaz de dejarte guiar por el Espíritu Santo. No olvides que el Señor te tiene preparadas cosas grandes, vivencias importantísimas que te permitirán descubrir horizontes desconocidos y experiencias impensables, que harás realidad gracias a la grandeza de Dios. Es el momento de dar el salto y no pensárselo mucho. Jesús te llama para que le sigas mientras pasa a tu lado. Haz como los discípulos, que dejando las redes le siguieron (cf. Lc 5, 4-11); haz como Mateo que levantándose de su mesa recaudadora de impuestos también siguió al Maestro (cf. Mt 9, 9-13). Todos lo hicieron inmediatamente, en el momento que ocurrió. No estuvieron pensando mucho tiempo; en primer lugar, porque la llamada de Jesús fue más que convincente, y en segundo lugar porque rápidamente tuvieron la certeza de que en el Señor estaba la verdadera felicidad, sabían que no iban a fallar en su elección.