¡Qué trabajo cuesta muchas veces ser paciente! Que las cosas pasen cuando las necesito y cuando me urgen, es lo que deseamos todos prácticamente cuando nos encontramos en un momento de dificultad. Queremos pronto la solución y a veces no llega, se retrasa más de lo que nos gustaría. Y al acudir a Dios parece que también se hace de rogar, tarda demasiado tiempo en responder y la espera se hace demasiado angustiosa, tanto que incluso en ocasiones se convierte en sufrimiento. Una de las virtudes que Dios quiere que tengamos es la paciencia, y esta es la que nos ayuda a seguir manteniendo la fe en el Señor que ha de responder. La paciencia nos lleva a saber esperar, a no precipitarnos ni desesperarnos; a mantener la calma, aunque las cosas no pinten bien y todo bajo nuestros pies se esté desmoronando a una velocidad vertiginosa. Es con la paciencia con la que obtendremos respuesta a nuestros ruegos; esa respuesta que llega en el momento en que Dios lo que decide y planea. ¿Por qué se hace tanto de rogar? Porque los planes de Dios no son los nuestros y nuestra manera de pensar no es la de Dios. Dios no actúa por intereses ni por la inmediatez de nuestra situación personal. Dios es paciente y es necesario que tengamos nuestro espíritu preparado para que su acción sea efectiva en nuestra vida.
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Responder desde la fe en tiempos de pandemia
Decía Santa Teresa de Jesús que la cabeza es la loca de la casa. Y es cierto que, en este tiempo de pandemia, después de quince días de confinamiento, donde hemos empezado a adaptarnos, quien más quien menos a este nuevo estilo de vida temporal, son muchas las cosas que se pasan por la cabeza, y, son muchas las inercias que empezamos a tomar al ir perdiendo la fuerza con la que empezamos los primeros días. Digo esto porque un matrimonio conocido me decía anoche cómo, si no estás atento, te relajas en la vida de oración y te sumerges en los nuevos hábitos adquiridos durante esta cuarentena provocada por el covid-19. Y al igual que nos podemos relajar espiritualmente, también corremos el peligro, de que la “loca de la casa”, nuestra cabeza, también comience a plantearse alguna que otra pregunta sobre Dios y el porqué de las cosas.
Si Dios lo sabe todo, ¿por qué no impide entonces el mal? (Youcat 51). Es una pregunta que ante la impotencia que podemos sentir en determinados momentos de nuestra vida (mucho más en estos que estamos viviendo en la actualidad) puede asaltarnos en nuestro interior e incluso martillearnos y hacernos dudar sobre el Señor.