Son muchas las veces que nos proponemos hacer algo y cuando llega el final del día nos damos cuenta que no lo hemos podido hacer, bien porque no hemos tenido tiempo, porque no nos hemos acordado o porque no nos ha apetecido cuando tocaba. Sabemos que el tiempo es limitado y que hay veces que tenemos tantas cosas que nos estresamos porque vemos que no llegamos a todo lo que nos gustaría, y encima, como somos muy exigentes con nosotros mismos y nos gusta tanto la perfección, como no salgan las cosas bien, lo pasamos mal y si podemos, volvemos a repetirlo hasta que quedemos satisfechos. En nuestra vida de fe esto es un peligro, porque hace que descuidemos nuestra interioridad y abandonemos la vida espiritual. Siempre vamos a tener algo mejor que hacer antes que rezar, y no nos damos cuenta de que estamos sacrificando a Dios, porque nos estamos privando de Él, lo anteponemos siempre a nuestras tareas, pues siempre hay algo más urgente que tenemos que hacer y al final terminamos dejando a Dios de lado, sacrificando nuestra relación con Él cuando debería ser lo primero.