Dios siempre tiene palabras adecuadas para ti, en cada momento. Esas palabras que en ocasiones cuesta trabajo oír porque no las percibimos con suficiente claridad. Hay veces que queremos que todo nos lo den masticado y hecho para no tener que molestarnos ni complicarnos demasiado. Dejarnos llevar por esa comodidad nos empobrece personalmente, especialmente en el ámbito de la fe, pues Dios pone en nuestras manos los instrumentos necesarios para que utilizándolos adecuadamente seamos capaces de dar mucho fruto. Cuando las preocupaciones se hacen más fuertes y llegan a agobiarnos más de lo esperado, porque la vida no marcha como nos gustaría; cuando la impotencia nubla la visión y todo parece que está perdido y que no sirve para nada; cuando las lágrimas nos asaltan y nos llenan de pena y desesperación… es cuando más necesitamos ese brazo por encima de quien más queremos y amamos, del Señor, que nos dice: “Tranquilo, no temas que estoy contigo”.
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¿Cómo afrontar los sufrimientos y dificultades?
Hay veces que resulta difícil ver la mano de Dios en medio de las debilidades, del sufrimiento, de la confusión ante lo que acontece en nuestra vida. Dios siempre está y es necesario, desde la fe, poder verlo con claridad para que encontremos la calma que nos permite afrontar las situaciones con paz y confianza en Él. El apóstol San Pablo nos da su testimonio de cómo en medio de la debilidad ha sentido la fortaleza que el Señor le ha regalado: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad. Así que muy a gusto me glorío en mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor 12, 9-10). La Palabra de Dios tiene mucho poder y fuerza y aunque a veces cuesta trabajo reconocerlo en medio de la debilidad, Cristo nos tiende su mano para llevarnos a una vida nueva.
Saber confiar en Dios
Cuando nos encontramos en medio de las dificultades o de los sufrimientos sabemos que es importante confiar en el Señor, pero no basta solo con decir “confío en el Señor”; hemos de intentar echar a un lado las preocupaciones y los miedos que se hacen fuertes en nuestro interior, para saber dar paso a los dones que el Señor nos quiere regalar cuando somos capaces de ponernos en sus manos. Ahí es cuando somos conscientes de que merece y mucho la pena esforzarse, para que en nuestra mente podamos rechazarla confusión, el dolor y el desaliento ya sí puedas decir con fuerza: “Confío en Dios”. Esperar en Dios y confiar, a veces, no resulta fácil, porque las emociones, los sentimientos y el estado de nervios que podemos tener nos pueden jugar en un momento determinado una mala pasada. Procura tener a Dios siempre presente, para que puedas percibir su presencia y ser sensible a lo que Dios te quiere dar en ese preciso instante, porque Él siempre actúa cuando le abrimos el corazón y nos dejamos transformar.
Confío en ti, Señor
Quiero que mi confianza en Dios se transforme en seguridad y en esperanza firme, porque el Señor tiene que seguir actuando en mi vida y ayudarme a seguir mi camino de fe con determinación, llenando mi vida de sentido y de amor. Confiar en Dios a veces me exige tener que cederle el mando de mi vida, algo a lo que muchas veces me cuesta trabajo renunciar, porque quiero ser yo quien marque los ritmos, los procesos y sobre todo lo que más me conviene en todo momento. No quiero cegarme en esta empresa, entre otras cosas porque tengo claro que el Señor siempre va a buscar lo mejor para mi y sé que no voy a estar en mejores manos que en las suyas. Esto me tiene que llevar a fiarme plenamente de Él y a saber concretizar en mi día a día que es el Señor quien me tiene que guiar y el que tiene que mandar en mi. Hay veces que la tentación de la autosuficiencia se hace fuerte en mi y cierra mi corazón, entre otras cosas porque tengo la sensación de que hay veces que salgo triunfante en muchas empresas propuestas y me creo que son mérito mías.
Ante la tempestad, calma
El evangelio es un reflejo de la vida misma. Son muchas las ocasiones en las que, ante los avatares y dificultades de la vida, los hombres acudimos a Dios movidos por las prisas, las ganas de que todo se resuelva, el deseo de que el Señor actúe pronto y nos conceda todo aquello que le pedimos, porque necesitamos su ayuda, pues incluso en algunos momentos, podemos llegar a rozar la angustia y la desazón. Pero los caminos y los tiempos del Señor son totalmente distintos a los nuestros. Él parece que no tiene prisa cuando nosotros la tenemos; parece que no nos escucha cuando le rogamos con insistencia que nos conceda cuanto le pedimos; parece que no está pendiente de nosotros cuando clamamos a Él con tanta insistencia; parece que se ausenta y nuestra vida le pasa totalmente desapercibida; parece que no nos mira cuando no hacemos más que rogarle y llamarle para que nos atienda como esperamos y deseamos. Dios no es como nosotros y actúa de una forma totalmente diversa a la nuestra.
Supera tus miedos y temores con fe
Sabemos por experiencia que el miedo nos paraliza, nos deja sin poder reaccionar ni tomar decisiones. Hay veces que nos hace sufrir demasiado, porque nos genera una gran angustia vital, que hace que nuestra parálisis sea un gigante difícil de sortear. Llegar a descubrir el origen de ese miedo supone, en gran medida, tener que volver a recuerdos y experiencias pasadas, algunas demasiado duras que han dejado honda huella en nuestro interior. Son muchas las circunstancias, contextos, actitudes colaterales… que vivimos a lo largo de nuestra vida y que o bien nos hacen crecer, o bien nos hacen retroceder en nuestra experiencia vital y en nuestras seguridades personales. ¡Qué importante es saber madurar! Afrontar los retos con responsabilidad y crecerse ante las dificultades son dos actitudes importantísimas que nos permitirán avanzar con firmeza en nuestra vida. No nos podemos achantar ni acobardar ante los retos y situaciones que se nos presentan. Hay veces que resulta difícil, que nos vemos superados, paralizados, pero no debemos prolongar en el tiempo estas situaciones.