Se han salido con la suya aquellos que tenían mucho interés en que Jesús desapareciese. La jugada ha sido perfecta, porque en menos de 24 horas lo han apresado y ejecutado. Todo ha sido perfecto, y por fin ha desaparecido la piedra tan incómoda que tenían en los pies y que tantos problemas les estaba dando. Jesús ha muerto en la cruz y ellos han sido testigos de excepción. Lo han visto con sus propios ojos y se pueden ir satisfechos a sus casas. Se acabó el escuchar blasfemias y barbaridades sobre Dios; el que se llamaba a sí mismo Hijo de Dios, solo era un hombre que ha acabado muerto sobre una cruz, igual que los malhechores.
semana santa
Semana Santa en pandemia
No sabemos los planes de Dios. Ya lo decía el apóstol san Pablo: «¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! En efecto, ¿quién conoció la mente del Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le ha dado primero para tener derecho a la recompensa? Porque de él, por él y para él existe todo. A él la gloria por los siglos» (Rom 11, 33-36).
Reflexión sobre el ayuno
Quizás por la falta de costumbre o porque no lo tenemos bien metido en nuestros hábitos y costumbres de nuestra vida espiritual, el ayuno es un arma poderosa para luchar contra el mal y las duras tentaciones a las que nos somete el demonio. El ayuno es importante para la vida cristiana, porque es un ejercicio espiritual que nos lleva a la libertad, ya que rompe ataduras relacionadas con los apegos a la vida del mundo y nos libera de la opresión del pecado. El ayuno es un precepto establecido por Jesús que nos dice: «Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará» (Mt 6, 17-18). Qué importante es el sentido que queremos dar a nuestro ayuno, para obtener una madurez espiritual y que el Señor nos conceda también la gracia por la que ayunamos. Es una acción que ha de salir de nuestro corazón y que no debe saber nadie, más que Dios que ve lo escondido y conoce lo más recóndito de nuestro ser.