Jesús se retiraba frecuentemente a la montaña, solo, a orar (cf. Lc 5, 16), tenía la costumbre de ir a solas porque allí se encontraba con el Padre y tenía esa comunión íntima de amor, esencia de la Santísima Trinidad. Esa comunión de Amor Perfecto es la que Cristo nos transmite, teniendo especial predilección por los humildes y sencillos: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las ha revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien» (Mt 11, 25-26). Los que mejores sintonizan con Dios son los sencillos, porque lo anhelan y necesitan de su ayuda y de su consuelo. Su actitud siempre es de acogida, descanso, abandono y disponibilidad para lo que el Señor les propone. Se fían de Él porque tienen el corazón y el alma sencillos; los prejuicios hacia los demás y hacia la vida misma son menores; su manera de entender y de vivir es más sencilla y eso les permite abrir más pronto el corazón a Jesús y confiar en Él. Confiar en Dios les resulta mucho más fácil, porque el Padre les revela su amor a través de su Palabra y de su vida entera.
sentir
Amar y sentir
Todos nos sentimos orgullosos de nuestra familia, de lo que nuestros mayores nos han enseñado, de los apellidos que tenemos, del pueblo en el que nos hemos criado y las costumbres, hábitos y devociones que hemos ido aprendiendo desde pequeños y que poco a poco han ido calando en nuestro corazón, hasta hacerlo parte de nuestra vida. Cada año solemos repetir celebraciones, efemérides, fiestas… y un sin fin de vivencias, que nos permiten reafirmar nuestro sentido de pertenencia y fortalecer aún más si cabe nuestras propias raíces. Esto nos ayuda a forjar también nuestra identidad personal, que nos ayudará a mostrarnos ante los demás sabiendo lo que somos y compartiendo con autenticidad nuestros propios ideales, pues los tenemos tan marcados en nuestro interior, que cuando nos mostramos a los demás, salen solos, sin necesidad de esforzarnos.
El sentido de pertenencia hace que también creemos afectos con lo que es nuestro, y le pongamos nombre. Un ejemplo claro es el nombre que se le pone a los hijos; también a lo material, le damos ese sentido de pertenencia al decir: mi casa, mi teléfono, mi coche, …; nos preocupamos si le pasa algo a lo nuestro y nos preocupa mucho menos si no es nuestro. Lo que es innegable es que todos necesitamos sentirnos identificados: con nuestra familia, nuestra tierra, nuestro país, nuestra fe. Porque el sentido de pertenencia nos permite formar parte…, compartir ideales, sentimientos, proyectos… los cuales nos llenen de ilusión y de ganas de crecer.
Sentirte identificado con tus raíces es llevarlas allá donde estés y mostrarte tal cual eres, sin dejarte manipular por el entorno que te rodea y manteniéndote fiel a lo que desde pequeño has conocido y te han inculcado. Por eso desde nuestra fe cristiana debemos mantenernos firmes y fieles a lo que nuestros mayores nos han inculcado y hemos recibido. En esta sociedad de hoy en día, que se enorgullece de presumir de la ausencia de Dios, hemos de ser testigos de tanto bueno como Dios hace en nuestras vidas. Aunque tengamos que caminar contra corriente y nos encontremos solos. No lo estamos, Dios está con nosotros, dándonos la firmeza para mantenernos de pie ante las corrientes que nos oprimen e intentan hacer desaparecer todo aquello relacionado con Dios.
Nos dice el apóstol san Pablo: «Vigilad, manteneos firmes en la fe, sed valientes y valerosos. Que todo lo vuestro se haga con amor» (1 Cor 16, 13-14). Cuando nos sentimos plenamente identificados con nuestra raíces, con lo que somos… damos lo mejor que tenemos en nuestro interior, es más, no hace falta hacer grandes esfuerzos para que todo lo bueno que tenemos fluya en nuestra vida. La vida de fe, el amor que ponemos en lo que hacemos, nos permite saborear la autenticidad de nuestra vida, siendo capaces de compartir todo lo sencillo y auténtico que tenemos en nuestro interior. Por eso hemos de estar atentos, para que nada nos quite lo auténtico de nuestra vida. Hay veces, que, sin quererlo renunciamos a lo que somos porque nos vemos superados por lo que hemos de vivir y lo que nuestro entorno está viviendo también. Por eso hemos de ser firmes, de mantenernos “firmes en la fe”, teniendo el coraje (la valentía) suficiente para no sucumbir a lo que nos llama, a lo que nos impide vivir la fe de una manera auténtica, siendo fiel a lo que Jesús nos dice desde la Cruz: amar y perdonar.
Aquí está la clave de nuestra vida… Amar y dejar que todo lo que hagamos sea por amor, porque Dios nos tiene totalmente implicados y nos hace partícipes de su proyecto de vida y de amor. Por eso, llena tu vida de amor, para que tengas claro, que la vida en Dios es una vida llena de frutos de amor.